Vacaciones de patrioterismo

Pocas veces me doy vacaciones contra el patrioterismo pero los JJOO son una de ellas. No es que me aparezcan mariposas con el hooliganismo couché de las infantas, pero siento orgullo cuando una deportista pasa del anonimato a heroína nacional. Desde el flechazo infantil de Barcelona 92 vivo las medallas como un verdadero termómetro del desarrollo. Y como le gusta al COE los diplomas también cuentan. Además de los 22 metales, en Barcelona hubo otros 41 deportistas entre los 8 primeros, 36 en Atlanta, 43 en Sídney, 50 en Atenas, 37 en Pekín, 29 en Londres, 42 en Tokio y hemos cerrado París en 51. Ha sido una gran participación que sitúa a España en el lugar que ocupa en el mundo, entre los 10 o 15 países más desarrollados, lejos de Francia, Italia o Alemania pero en su club.

Liderando el medallero juegan los resortes de la vieja y nueva guerra fría. Y cuando el objetivo es dominar el imperio aparecen atajos y sombras. No me gustaría que España cayera en esa oscura ambición con los cubanos nacionalizados. Hay titulares que anuncian la ruptura de la sequía del “boxeo español” con la medalla de Reyes Pla. O del salto de Jordan Diaz como un triunfo forjado en los patios de los colegios públicos de Madrid. No señores, esas medallas son de Cuba. A favor de acoger a personas que huyen de un régimen sin libertades (¡nacionalicemos ya a los que vienen huyendo de guerras y hambrunas también!).

El espectáculo del triple salto fue desagradable. Tres cubanos en el podio, historia del olimpismo y tres banderas distintas a la de José Martí en el Stade de France. Hablar de Jordan Díaz como un producto del deporte español es el peor de los patrioterismos. Aquel que tanto odiaba uno de los españoles más patriotas, Federico García Lorca, que en años de oscura política advirtió el 29 de octubre de 1917: “Por el patriotismo los hombres han caído en la negrura de la muerte […]. Las banderas son los símbolos de la oscuridad y la negación de Dios”. Y también por eso le mataron hace justo 88 agostos.