Los penaltis terminan con el sueño dorado
Una fatídica tanda de penaltis eliminó a la Selección Mexicana de la contienda por el oro en Tokio 2020. 120 minutos sin gol en Ibaraki. México aún aspira al bronce.
No hubo goles, ni habrá oro. Tokio 2020 no será Londres, pero se acercó. Vaya que sí. En un partido tan angustioso como desprolijo, la Selección Mexicana perdió la ruta hacia la cima del podio en tanda de penaltis después de 120 minutos de cerrojo. Brasil optará a revalidar la conquista de Río y México deberá ‘conformarse’ con el bronce, que no es poca cosa, tampoco. No hay reclamos a la cuadrilla de Jaime Lozano. Ni uno solo. No todo está perdido, aunque así lo parezca.
Una carrera de 100 metros planos entre Antuna y Arana desahogó al Tricolor de un tempranero asedio brasileño. Con Romo en rompe-líneas y Vega y Antuna percutiendo los flancos, México sofocó momentáneamente los precoces ánimos de la ‘Verdeamarela’. No fue sino hasta que Claudinho limpió el piso cuando Brasil conjuntó con éxito una seguidilla lógica de pases al pie; Arana fue el primero en probar la resistencia de Ochoa. El segundo fue Dani Alves, un misil que tiró abajo la barrera mexicana. Hasta entonces, el partido era un vaivén, una descarga continua de electroshocks que evolucionó en tortura para los pupilos de Lozano. Con Córdova, Esquivel y Romo desperdigados en distintos husos horarios, la línea media del Tri colapsó. Brasil le hincó el diente al partido.
Entonces, un trazo largo, al espacio, llegó al vértice derecho de los terrenos de Ochoa. Douglas Luiz dejó entrar la pelota e interpuso su cuerpo entre ella y Esquivel. Una falta de baloncesto. Ofensiva, cabe señalar. O un clavado en posición B, con ceros de calificación. El VAR fue fan estricto como los jueces de la fosa de clavados. Ello no corrigió el statu-quo sobre el campo de Ibaraki. La cuadrilla de Lozano seguía perdida en Shibuya, engullida entre el neón y los pasos de zebra. Diego Carlos, irónicamente, representó el mejor señuelo para encontrar a los extraviados. En un retorno de Loroña, Vega sacó el arco y la fecha y citó a Antuna en duelo con Arana; Romo acompañó el ciclo y lo terminó con un mawashi geri de karate, envolviendo la pelota con su pie derecho. Santos ejerció de Ochoa. Los intentos de Antuna y Henry Martín, un tiro bloqueado y un cabezazo amenazante, cambiaron el color del partido. Brasil pidió a gritos el entretiempo. México ya estaba en Kashima.
‘La Canarinha’ calcó los enunciados iniciales del primer tiempo después del descanso. El dominio se acentuó ante el síncope de Romo, un palillo como pasador de puerta o un mazo para tirarlas. Las pequeñas batallas de Vega, el último samurai, en el jardín izquierdo sosegaron al Tricolor, como una cita del té acompañada por el incienso quemado. Lozano activó a Lainez y Rodríguez, quienes sellaron con yeso las fugas. Brasil perdió filó y México recobró el aliento. Las prioridades curativas del kaiseki y el matcha. Con dos alineaciones de espejo, la semifinal se instaló en la neutralidad; un choque de fuerzas inamovibles.
Mientras Lozano y Jardine negociaban una reverencia, Dani Alves colgó la pelota por milésima vez y Richarlison cumplió con todos los cánones estéticos y futbolísticos de un certero golpe de cabeza. Salto de gimnasta y furioso giro de cuello, incontestable. El poste derecho se cimbró al unísono de los corazones de millones de mexicanos. Una pelota lenta, aterradoramente lenta. Un cabezazo dibujado en nihonga, trazos finos y pigmentos áureos. Prórroga, estrés a deshoras.
Los impactos de Arana y Romo hicieron reseñable el primer tiempo extra. El miedo y la angustia gobernaron la segunda parte. Sin espacios, sin fuerzas más allá que la mera voluntad; sin uñas. Quizá sin deseos de entrar en juego ya, con los penales al alcance del rabillo del ojo. A la tanda arribó el Tri con arrestos meramente emocionales. No fue suficiente. Aguirre entregó el oro a Santos y Vázquez tiró la plata al poste. Un epílogo descorazonador, aunque no todo está perdido. Aún hay una vía accesible hacia el podio olímpico. Qué mejor que el bronce adorne los pechos de los herederos de la raza ídem.