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PYEONGCHANG 2018

Liz Swaney: ¿tomadura de pelo o sueño olímpico?

La esquiadora norteamericana se nacionalizó húngara para acudir a Pyeongchang, donde protagonizó una actuación muy polémica en 'freestyle'.

Liz Swaney: ¿tomadura de pelo o sueño olímpico?
MIKE BLAKEREUTERS

Liz Swaney es noticia en los Juegos de Invierno. Su bajada en una de las rondas de la prueba de esquí 'freestyle' de Pyeongchang ya es viral. Y no precisamente porque en ella se puedan ver acrobacias increíbles. Todo lo contrario. Es porque, básicamente, Swaney no hace nada. Se limita a mantenerse de pie mientras se balancea de lado a lado del halfpipe del Phoenix Snow Park coreano. 

A estas alturas, muchos se preguntarán cómo es que Swaney ha llegado entonces a competir en una cita olímpica. Pues bien, con 33 años y habiendo aprendido a esquiar a los 25, su participación en el equipo estadounidense era imposible. Así que Swaney aprovechó que sus abuelos eran húngaros para nacionalizarse y se puso a competir por todo el mundo, reuniendo los puntos necesarios para su clasificación puesto que en esta modalidad no sólo puntúan los trucos realizados, sino también el hecho de llegar abajo sin caerse. 

Cumplidas las exigencias de la federación húngara, fue propuesta al Comité Olímpico del país, y como el COI reserva un número de plazas para incentivar estos deportes en países sin tradición, consiguió un billete a Corea del Sur. Una vez allí ha mostrado sus carencias como 'freestyler', obteniendo una puntuación de 31,40 sobre 100 y terminando última de la prueba. El 'speaker', que normalmente comenta la actuación de las participantes, no abrió la boca durante su bajada, seguramente anonadado por lo que veía. 

"Lo siento si algunos piensan que mi actuación no fue digna de representar al país, pero yo no quería avergonzar a nadie", se ha disculpado en una entrevista al diario húngaro Bors tras la indignación que ha suscitado su desempeño en el país magiar. Deficiencias en el proceso de clasificación, tomadura de pelo... Hay varias lecturas posibles. Pero quizá todo se limite a que la potencia del sueño olímpico hace que merezca la pena casi cualquier cosa con tal de hacerlo realidad.