El primer partido de España en Zaragoza
El 14 de abril de 1929, la Selección humilló a Francia en Torrero (8-1), en lo que fue un acontecimiento verdaderamente extraordinario para la ciudad y para todo Aragón.
La selección española hizo su debut internacional frente a Dinamarca el 28 de agosto de 1920, con ocasión de los Juegos Olímpicos de Amberes, donde obtuvo la medalla de plata. Y disputó su primer partido en suelo patrio el 9 de octubre de 1921 ante Bélgica en San Mamés, en aquel entonces la llamada ‘Meca del fútbol español’. Después de Bilbao, el equipo nacional actuaría como local en Madrid, San Sebastián, Sevilla, Barcelona, Valencia, Vigo, Santander y Gijón. Y, por fin, el domingo 14 de abril de 1929, tras dos años de infructuosas intentonas, Zaragoza albergó el primer encuentro de la Selección, un acontecimiento que resultó verdaderamente extraordinario en una ciudad de apenas 174.000 habitantes y que repartía sus pasiones futbolísticas entre el Iberia, el club decano y campeón perpetuo, y el antiguo Real Zaragoza.
En un principio, la Federación Española de Fútbol había elegido a Barcelona, sede de la Exposición Internacional, para albergar el España-Francia, cuarto enfrentamiento de la historia entre ambas selecciones, pero ante la imposibilidad de disputar el partido durante las fechas del certamen en la Ciudad Condal -del 20 de mayo de 1929 al 15 de enero de 1930-, fue finalmente designada Zaragoza para acoger el partido, gracias a alguna maniobra de pasillo y a la influencia y a los buenos oficios de José María Muniesa, segundo presidente de la Federación Aragonesa de Fútbol, presidente entonces del Iberia Sport Club y una de las personalidades más relevantes del fútbol español de la época, apodado, no sin razón, por los cronistas madrileños de las asambleas federativas como el ‘internacional del Iberia’, porque siempre sacaba beneficio para su club.
Y como no podía ser de otra forma, el anuncio de que Zaragoza iba a ser el escenario del España-Francia volvió a enfrentar a los dos grandes del fútbol aragonés. El Real Zaragoza ponderó su campo de la calle del Asalto, bautizada por sus periodistas afines, que eran la gran mayoría, como la ‘metrópoli roja’. Y por descontado, el Iberia hizo lo propio con su Campo de Deportes, la llamada ‘catedral gualdinegra’. El debate se agotó pronto porque la Federación Española, tras una inspección oficial para guardar las formas, se decantó por Torrero. Su aforo oficial era algo inferior -15.896 espectadores por 17.104-, pero desde su inauguración en 1923 se habían realizado importantes remodelaciones, algunas muy recientes como la ampliación en mil localidades del célebre ‘Gol de Entrada o de Piscina’ o en dos mil de la General, y en su flamante tribuna de cemento armado –la del campo de la calle del Asalto era de madera- cabían 4.932 espectadores sentados, casi el triple que en la del Real Zaragoza. Y contaba además con un césped inmejorable. El mejor de España, presumían los hinchas del Iberia. Y aquí es obligado añadir que Torrero estrenó la hierba en su terreno de juego el 29 de noviembre de 1925, cuando la Federación Española aún permitía los campos de tierra para los torneos oficiales y más de medio año antes que Chamartín, el Metropolitano, Las Corts, Sarriá, Mestalla o el sevillano Reina Victoria.
Pero en la elección de Torrero hubo también causas de índole personal. Por ejemplo, el seleccionador nacional, el periodista bilbaíno de ‘La Gaceta del Norte’ José María Mateos, cultivaba una vieja amistad con José María Gayarre, gran pionero y figura cumbre del fútbol en Aragón, que le llevó a asistir esa temporada 1928-29, junto a otras prestigiosas figuras del balompié español, a la serie de conferencias deportivas que el entonces director técnico del Iberia organizó en el Centro Mercantil. Y eso por no hablar de las apuntadas relaciones del doctor Muniesa en Madrid. Y de su enorme prestigio futbolístico. Así que la elección estuvo clara desde el principio, pese a que Francisco Vives, el presidente entonces del Real Zaragoza, alzó la voz y acusó directamente al presidente de la Federación Aragonesa, Rafael Delatas, de actuar siempre en perjuicio de su club y en beneficio del Iberia, del que era declarado seguidor.
Éstas fueron las verdaderas razones de que el España-Francia se jugara en Torrero, aunque haya pasado a la posteridad como crucial la famosa ‘anécdota del taxista’. Se llegó a contar, y hasta a escribir, que el azar quiso que un taxista socio del Iberia trasladara, unas semanas antes del partido, a los delegados de la Federación Española venidos a Zaragoza para designar oficialmente el terreno que acogería el España-Francia. Se le requirió como primera parada el campo de la calle del Asalto y el taxista optó por coger de lleno todos los baches que encontró a su paso, originando a sus ocupantes continuas molestias, al mismo tiempo que comentaba: “¡Esto es imposible, no hay forma de venir a este campo!”. Luego, de camino a Torrero, tuvo el cuidado de no tropezar con una sola piedra. “En Zaragoza no existe ningún campo como éste”, comentó en voz alta a sus sorprendidos clientes. Lo cierto es que varias semanas antes, y a requerimiento del Iberia, el Ayuntamiento de Zaragoza había arreglado el pavimento de la calle Lasierra Purroy, donde se ubicaba el campo de los ‘avispas’.
Las entradas del España-Francia se pusieron a la venta tres semanas antes del partido y se despacharon en un día y medio. Fue tal la demanda que se hubieran llenado dos Torreros. Tuvieron prioridad los socios del Iberia, a los que se reservó su localidad siempre que hubieran abonado el recibo mensual de marzo, y después los socios del resto de clubes aragoneses federados. Y, para evitar la reventa, sólo se vendieron tres entradas por socio, con precios que iban desde las 5 pesetas de la General a las 15 de la Tribuna Central. Lo nunca visto en Zaragoza. Por orden de la Federación Española, se reservó un cupo reducido de localidades para atender encargos de toda España, con un recargo del 15% sobre los precios en taquilla. La recaudación ascendió a 84.000 pesetas (506 euros), superando con mucho las 60.000 pesetas (361 euros) que se obtuvieron en la final de la Copa del Rey de 1927, que disputaron también en Torrero el Real Unión de Irún y el Arenas Club de Guecho (1-0), que fue el primer partido de fútbol radiado en España, a través de las estaciones de Unión Radio de Madrid, Bilbao y San Sebastián.
La respuesta del público desbordó todas las previsiones y el presidente de la Federación Aragonesa, Rafael Delatas, no pudo ocultar su entusiasmo: “Este partido supone todo un triunfo para nuestro fútbol. No creíamos que pudiera despertar tanta expectación, pero la realidad ha superado nuestras esperanzas. No vamos a poder contentar a todos, porque todo Aragón quiere ver el partido. Por ejemplo, en Jaca no se va a quedar nadie en casa”.
José María Mateos, quien ya había sido seleccionador en ocasiones anteriores formando trío con otros personajes futbolísticos, debutó con gran éxito como seleccionador único el 17 de marzo de ese 1929 frente a Portugal en Sevilla (5-0), pero para el encuentro frente a Francia contaba con las bajas del madridista Urquizu y de los españolistas Bosch, Solé y Padrón, y los reemplazó con Quincoces, entonces el zaguero más en forma de España, los realistas Marculeta, Yurrita y Paco Bienzobas y el osasunista Seve Goiburu.
El seleccionador nacional citó en Zaragoza el jueves 11 de abril a los trece jugadores convocados con el fin de efectuar un partido de acoplamiento al día siguiente frente a una selección aragonesa en el campo de la calle del Asalto, lo que al final daba cierta satisfacción al Real Zaragoza.
Y allí estaban los seleccionados, que eran:
Porteros: Zamora (Español) e Eizaguirre (Sevilla).
Defensas: Quesada (Real Madrid) y Quincoces (Alavés).
Medios: ‘Pachuco’ Prats y Peña (Real Madrid), Marculeta (Real Sociedad) y Tena I (Español).
Delanteros: Lazcano y Gaspar Rubio (Real Madrid), Goiburu (Osasuna) y Paco Bienzobas y Yurrita (Real Sociedad).
Todos los jugadores hicieron el viaje hasta Zaragoza en ferrocarril, salvo el gran Ricardo Zamora, un as mundial, apodado el ‘Divino’, que lo hizo desde Barcelona en su propio automóvil, un flamante deportivo, junto a su compañero en el Español Tena I. Y en el recibimiento a los futbolistas en el ‘Hotel Oriente’, ubicado en el número 13 de la calle del Coso, arteria del corazón de la capital aragonesa, no faltó, por supuesto, la jota: “En mil ochocientos ocho, Agustina en una puerta, ahora Zamora está en otra, ¡Rediós qué par de defensas!”.
Apuntar también que el húngaro Károly Plattkó, entrenador del Iberia y hermano del portero del Barcelona Ferenc, el de la famosa oda de Alberti, fue designado masajista de la Selección.
España había ganado a Francia en sus tres enfrentamientos anteriores, tanto en Burdeos (0-4), como en San Sebastián (3-0) y en París (1-4), pero Mateos no quería confianzas de ninguna clase y propuso al presidente de la Federación Española, Pedro Díez De Rivera y Figueroa, marqués de Someruelos, que sobre la prima establecida -cien pesetas por partido ganado- se fijara, para cada jugador, una sobreprima de 50 pesetas por cada gol de diferencia.
El equipo francés llegó a Zaragoza el viernes 12 de abril pasadas las tres de la tarde en el Expreso de Canfranc, con Jules Rimet, doble presidente de la Federación Francesa y de la FIFA, a la cabeza de una expedición donde se encontraba como enviado especial del semanario ‘Le Miroir del Sports’ el célebre periodista Gabriel Hanot, creador más tarde de la Copa de Europa y del Balón de Oro desde el diario ‘L’Equipe’. Acudieron a recibirles al mismo andén de la Estación del Norte las principales autoridades de la ciudad, directivos de la Federación Española y de la Aragonesa, representantes de los clubes locales y miembros del Consulado de Francia en Zaragoza. ‘Les Bleus’ montaron su cuartel general en el ‘Hotel de las Cuatro Naciones y del Universo’, en plena calle de Don Jaime I, muy cerca de la Basílica del Pilar.
El presidente del comité seleccionador francés, Gaston Barreau, desplazó a Zaragoza a los siguientes trece jugadores, al cuidado del masajista y entrenador Louis de Panosetti, famoso por su boina y su bigote.
Porteros: Henric (Sète) y Thépot (Red Star de París).
Defensas: Wallet (Amiens) y Bertrand (Stade Français de París).
Medios: Dauphin (Stade Français de París), Banide (Strasburgo), Villaplane (Nimes) y Cazal (Séte).
Delanteros: Dutheil (Cannes), Lieb (Mulhouse), Paul Nicolas (Amiens), Veinante (Racing de París) y Galey (Sète).
También Francia tenía sus bajas y se presentó sin los lesionados Langiller, extremo izquierda del Excelsior de Roubaix y los medios Pinel (Red Star de París) y Delfour (Stade Français de París), además, y sobre todo, de sin el gran defensa Manuel Anatol (Racing de París), un ingeniero nacido en Irún, de padre francés y madre española, recientemente nacionalizado francés, que siempre se negó a jugar frente a España.
Pero al margen del propio partido, estaban los actos oficiales organizados para agasajar a los visitantes franceses, con la siguiente programación: el sábado 13, a las once de la mañana, recepción en el Ayuntamiento por parte del alcalde Miguel Allué Salvador; por la tarde, recorrido en automóvil por la ciudad, visitando sus monumentos históricos y artísticos; posteriormente, una función de gala en el Teatro Principal -la comedia francesa ‘El corazón manda’, de Francis de Croisset-, con jotas en el intermedio. El domingo por la mañana, carrera ciclista en el velódromo de Torrero; y a las tres de la tarde, novillada con la actuación de los jóvenes lidiadores Antonio Iglesias y Alfredo Corrochano, éste hijo del célebre crítico taurino de ‘ABC’ Gregorio Corrochano, autor de ‘La Edad de Plata del Toreo’. En resumen, un programa sin apenas descanso para los futbolistas ‘blues’, que, quizá, se hizo a propósito. Tras el partido, banquete oficial en el Salón Pompeyano del Casino Mercantil. Finalmente, a las diez y media de la noche, gran baile de gala en el Palacio de la Lonja.
Y antes de entrar en el encuentro, una pincelada sobre el árbitro Albert James Prince Cox: era capitán retirado de la RAF (Royal Air Force), nacido en Southsea el 8 de agosto de 1890 y llegaba a Zaragoza procedente de Viena, en donde había arbitrado el Austria-Italia, partido tremendo merced a la violencia que impusieron los italianos y que fue contestada con no menos ardor por los locales. Al margen de los incidentes deportivos había habido otros, no menos desagradables, que podían dar lugar a dificultades políticas: que no estuviera la bandera italiana en la tribuna junto a la austriaca o que en vez del himno italiano, se interpretara una marcha fúnebre…
Torrero estaba adornado con banderas y reposteros con los colores españoles y franceses. En los alrededores del campo una muchedumbre de espectadores anunciaba el lleno absoluto. Entre los espectadores más conspicuos de la tribuna, el tenor aragonés Miguel Fleta, gran aficionado al fútbol, y el diestro madrileño Marcial Lalanda, figura del toreo de la época. En el palco, presidiendo, nada menos que el propio presidente de la FIFA, Jules Rimet. A las cuatro y media de la tarde, hora de comienzo del partido, un sol de fuego abrasaba a los espectadores de General, calentando aún más sus entusiasmos.
Sale el equipo francés, que es recibido con una enorme ovación. Poco después, los españoles pisan el césped bajo aplausos atronadores y gritos de entusiasmo. Se alinean en una fila los dos equipos y se procede a la interpretación de los himnos de ambas naciones. Según algunas crónicas, el árbitro Prince Cox se echó en el césped esperando tales himnos con el balón como almohada. Realmente resulta increíble tal actitud despectiva y más habida cuenta de la entidad militar del árbitro inglés... ¿Quiso demostrar su repudio por el hecho de que no se interpretara su himno nacional? Todo el partido se había planteado en Zaragoza como una fiesta por todo lo alto y no deja de chocar que se cometiera un desaire al colegiado. La falta de educación era evidente y ante el presidente de la FIFA, que a buen seguro tomaría nota de tal actitud, un tanto arriesgada. Pero lo cierto es que la imagen que acompaña a estas líneas no deja lugar a dudas sobre la ‘siesta’ del ‘referee’. ¿Fue previa a la salida de los jugadores, bien al inicio del partido, bien tras el descanso y el cronista se confundió en el momento con la figura del ‘árbitro yacente’?
Eligió campo Zamora a favor del viento. Y el capitán francés Paul Nicolas dio el primer puntapié al balón. El primer tiempo del equipo español no fue de calidad. Demasiados nervios. Excesivo ímpetu ciego. Pero los franceses demostraron muy poca entidad y fueron fácilmente rebasados por los españoles. Bienzobas abrió la cuenta a los siete minutos, al aprovechar una dejada de Yurrita, tras fallo estrepitoso de Henric en su salida.
Cuando ya había transcurrido media hora, una internada de Bienzobas, llena de peligro, fue cortada con una zancadilla por el defensa Vallet. El árbitro señaló el punto de penalti. Y Quesada, el máximo especialista español en tales menesteres, que se podían contar con los dedos de una mano los que había fallado en toda su vida, quiso ajustar tanto el lanzamiento que lo envió fuera. Cinco minutos después, Gaspar Rubio, el que luego iba a ser apodado como ‘El rey del astrágalo’, recibió el balón, se giró sobre sí mismo y, casi a la media vuelta, conectó un trallazo, raso y colocado, que Henric no pudo alcanzar, pese a su rápida zambullida. Dos a cero.
El segundo tiempo ya fue un vendaval, porque el equipo español comenzó con un rapidísimo encaje de bolillos que desmanteló a los galos. El ala Lazcano-Goiburu hizo diabluras. El diminuto Marculeta fue un émbolo incansable que condujo todo el juego español de forma magistral. Alguien comentó, con respecto a esta distinta actitud de los españoles, que el seleccionador les había recordado durante el descanso que había diez duros ‘por barba’ por cada tanto de diferencia: más de uno miró a Quesada de forma homicida...
Gaspar Rubio marcó el tercero antes de que Prince Cox volviera a pitar penalti en el área gala por un hachazo de Bertrand a Goiburu. Los jugadores españoles miraron hacia Quesada, pero no para indicarle que lanzara el castigo, sino ceñudamente con el fin de disuadirle. Allí estaba Paco Bienzobas, otro especialista de los penaltis. Y el donostiarra no falló. Cuatro a cero.
Marculeta contó en una entrevista, tiempo después, lo siguiente: “A los veinte minutos, penalti contra Francia. Ricardo Zamora, como capitán, ordenó a Quesada que lo tirara él. El zaguero madridista era un verdadero artífice del lanzamiento de faltas máximas. Lo lanzó con la izquierda, tan ajustado, que se le fue a unos dedos del poste izquierdo de Henric. Pero quince minutos después, otro penalti contra los galos. Zamora, quizá para levantar la moral de Quesada, le hizo una seña para que lo lanzara también. Pero yo me acerqué a él: ‘Oye, Ricardo, que ya nos ha costado diez duros y ahora lo va a tirar nervioso. Deja que lo lance Paco’. ‘Bueno, pues que lo tire Paco’. Lo lanzó Bienzobas y ¡gol! ‘¿Lo ves, Ricardo? ¿Ya hemos recuperado los diez duros de antes’”.
El equipo francés dejó de existir. Y los españoles empezaron la exhibición. Goiburu firmó el quinto gol, Gaspar Rubio el sexto, Goiburu el séptimo, y Gaspar Rubio, tetragoleador de la tarde, el octavo.
Cuando ya el árbitro estaba mirando el cronómetro, salió Nicolas desde su área con el balón en los pies. Cuando los adelantados Quincoces y Quesada se dieron cuenta, ya era tarde. Cedió el ariete francés a Veinante, quien chutó poco menos que a puerta vacía, pues Zamora estaba hablando con los que estaban detrás de la portería y cuando se lanzó a tumba abierta ya era tarde. Hizo lo posible, pero... Ocho a uno.
Sobre este gol hubo muchas opiniones. Para público y críticos fue un regalo de Zamora, una galantería para que los franceses salvaran ‘el honor’. El capitán español lo negó siempre. Hizo cuanto pudo, pero Veinante le ganó la acción. La versión del seleccionador Mateos fue otra. Dijo: “Teníamos ya ocho goles. Me hallaba yo sentado tras la meta que ocupaba Zamora. El dominio era persistente. Zamora vino tranquilamente hacia mí y me dijo, sonriente ‘Cada gol le cuesta a usted diez duros, ¿verdad? Le propongo un bonito negocio: me da cincuenta duros y me dejo meter un gol. Se ahorrará sesenta duros’. Y en esa proposición fue cuando Veinante recibió el balón. Cuando llegó Zamora ya era tarde. Hizo lo que pudo para llegar..., pero no llegó”. Luego, tras el partido el señor Mateos confesó: “En el vestuario hubo un verdadero tumulto. Querían ‘matar’ a Zamora y Quesada. Les reclamaban cada uno cincuenta pesetas por cabeza. El penalti fallado, el gol que le habían metido... Claro que yo también tuve que huir, porque estos dos me pedían a mí una participación de las 550 pesetas que cada uno había ahorrado a la Nacional”.
Al margen de lo anecdótico hay que decir que el debut de Zaragoza en la historia de la Selección española no pudo ser mejor. El equipo hizo una segunda parte de ensueño. La organización fue perfecta. El público estuvo formidable. Y hasta hubo un alumbramiento feliz en pleno partido: en el descanso, en la vivienda que la familia Simón tenía en el campo de Torrero, nació la pequeña Alicia, la hija mayor del histórico conserje y utillero Benjamín Simón. Tal acontecimiento fue anunciado por los altavoces y largamente aplaudido por todo el público. Y Alicia, iberista de cuna, continúa felizmente viva a sus 93 años, siguiendo con pasión el discurrir del actual Real Zaragoza.
¿Y qué escribió Gabriel Hanot en su crónica para su semanario? El titular ya no dejó lugar a dudas: “El desastroso partido de Zaragoza”. Y lo remachó en el subtítulo -“Cómo el equipo de fútbol de Francia, que jugó el domingo, ‘al cien por ciento por debajo de su valor real’ ha encajado ocho goles teniendo delante a un once de España extremadamente brillante”- y con un párrafo demoledor: “Para que un equipo gane en un país extranjero, debe ser dos veces más fuerte que el adversario. Como nosotros valemos, intrínsecamente, el doble menos que los españoles, es fácil ver la razón de nuestro desastre”.
Verdaderamente, la exhibición de la Selección fue rotunda. Y el ‘yacente’ Prince Cox tampoco dudó en señalarla: “España es el mejor equipo que he visto en mi vida”. Fue, sin embargo, el último partido internacional que dirigió el árbitro inglés, porque apenas tres semanas después sería suspendido a perpetuidad por la FIFA al haber sido designado para el Irlanda-Bélgica y presentarse con tres días de retraso en Dublín.
La España de Mateos seguiría su imponente trayectoria y el 15 de mayo de 1929 vencería 4-3 a Inglaterra en Madrid. Fue la primera derrota de la selección inglesa frente a una selección no británica. La noticia se extendió por todo el mundo como la pólvora: Inglaterra no era invencible.
Pero esa es otra historia y otro partido…
Sexta visita de la Selección por el centenario de la Real Federación Aragonesa de Fútbol
El España-Suiza de esta noche en La Romareda es el plato principal de los actos del centenario de la Real Federación Aragonesa de Fútbol, y el sexto partido que la Selección va a disputar en Zaragoza en toda su historia.
Después de su apuntada visita en 1929, el equipo nacional tardó 41 años en regresar a la capital aragonesa y lo hizo, ya en el estadio de La Romareda, el 28 de octubre de 1970 en un amistoso contra Grecia que se saldó con una victoria por 2-1. Era seleccionador Ladislao Kubala, que esa noche hizo debutar nada menos que a Quini, autor del segundo gol. Violeta estuvo en el banquillo, pero no llegó a jugar ni un minuto ante la decepción de la parroquia zaragocista.
El tercer partido de España en Zaragoza, y el primero oficial, fue el 27 de abril de 1983, con Miguel Muñoz al frente de la Selección. Victoria por 2-0 frente a Eire en encuentro valedero para la fase final de la Eurocopa de 1984, en al que España alcanzó el subcampeonato, al perder por 2-0 frente a Francia en el Parque de Príncipes de París. Actuaron en el once titular el zaragocista Juan Señor y el aragonés Víctor Muñoz, entonces en las filas del Barcelona.
Dos años después, el 20 de noviembre de 1985, fue Austria la que visitó La Romareda en noche glacial. En duelo amistoso, España no pasó del empate sin goles y Miguel Muñoz dio entrada a Señor tras el descanso como relevo de Víctor. Fue el debut internacional del madridista Míchel y Butragueño falló un penalti.
El quinto partido de España en Zaragoza se disputó el 7 de junio de 2003. Y también fue oficial, en este caso de clasificación para la fase final de la Eurocopa de 2004, con sede en Portugal. El rival fue Grecia, a la postre campeón, y el seleccionador, Iñaki Sáez. No hubo zaragocistas.
Diecinueve años después, la Selección regresa a Zaragoza en partido oficial correspondiente a la Liga de las Naciones.