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REAL ZARAGOZA / EL ANÁLISIS

El Zaragoza no sabe qué hacer con la pelota

La cuestión ahora es cuánto le durará la paciencia al director general Raúl Sanllehí, si el equipo no levanta el vuelo y La Romareda empieza a pedir la cabeza de Juan Carlos Carcedo.

ZaragozaActualizado a
Juan Carlos Carcedo.
Alfonso Reyes

¿A qué juega el Real Zaragoza, un equipo indefinido, reservón y singularmente ineficaz que es el fiel reflejo de un entrenador, Juan Carlos Carcedo, entusiasta de las nuevas tecnologías aplicadas al fútbol, pero al que la realidad no deja de ponerle frente al espejo? Nada nuevo que no hayamos visto ya en esta década negra del club aragonés, donde, salvo clarísimas excepciones que no hace falta ni nombrarlas, ha desfilado una colección de técnicos a los que el reto les ha venido grande a la primera de cambio. Y tampoco hace falta recordarlos.

Lo cierto es que el Zaragoza de Carcedo no sabe qué hacer con la pelota, herramienta fundamental en el fútbol, aunque no lo crean los que hacen del Big Data casi una cuestión de honor, y da la permanente sensación de no poder comprometer o desordenar a ninguna defensa. Después de su extravío táctico frente al Lugo, en Anduva se cayó ya con todo el equipo y contra el Éibar no amenazó ni contra nueve. No es cuestión de agitar en octubre ningún fantasma, pero el problema es serio. Muy serio.

Este Zaragoza no tiene fútbol ni por dentro ni por fuera, carece de capacidad de sorpresa, apenas llegan jugadores a posiciones de remate y son contados los centros laterales con peligro. La conclusión son esos cuatro goles en ocho jornadas que dejan al descubierto una deficientísima planificación deportiva de la que no se puede salvar nadie. Porque cuando un equipo no hace nada diferente es porque los jugadores están encorsetados por su entrenador, en este caso muy intervencionista, o porque hay muy poca calidad técnica. Quizá en el punto medio esté la explicación, o sean las dos cosas, pero el Zaragoza, y mucho más después del cambio de propiedad, ni estaba para experimentos ni para dar segundas oportunidades a quien no se las había ganado.

Se ponga como se ponga Raúl Sanllehí, cuya figura también empieza a desgastarse, renovar a Torrecilla fue un ejercicio incomprensible y fichar a Carcedo, una apuesta de alto riesgo. La cuestión ahora es cuánto le durará la paciencia al director general, si el equipo no levanta el vuelo y La Romareda empieza a pedir la cabeza del técnico. Sanllehí le firmó dos años a Carcedo y le paga bastante más dinero del que han cobrado todos sus predecesores en el Zaragoza en esta larga travesía por el desierto de la Segunda División, pese a que apenas había ejercido de primer entrenador y su experiencia era escasa. Así que despedirlo supondría admitir lo arriesgado de su contratación, al margen del costo económico, pero no hay nadie más débil que un entrenador que no gana partidos. Y Carcedo ni vence ni convence, ni gana ni gusta. Y en el fútbol la cuerda siempre se rompe por el mismo lado…

Y queda para el final el caso Gueye, al que Sanllehí y Torrecilla vendieron públicamente al alimón como el mejor remedio para superar la asignatura pendiente de la falta de gol, y cuyo fichaje, dijeron, fue de una laboriosidad y dificultad extrema. Pero ya ha pasado casi un mes y medio y Gueye apenas juega. Y cuando lo hace está muy lejos de ser ese delantero centro que iba a marcar diferencias. Frente al Éibar se dedicó, sobre todo, a empujar a los centrales.

El grupo inversor que adquirió en mayo la mayoría accionarial del Real Zaragoza ha desembolsado ya 25 millones de euros, una cifra muy notable y cuya relevancia se encuentra, desde luego, muy por encima del desempeño profesional de Sanllehí, Torrecilla y Carcedo, que ya no tienen ni la excusa del límite salarial para justificar que el equipo aragonés se está arrastrando por la Segunda División y que hará bien en conseguir cuanto antes los 50 puntos en los que se cifra la salvación. Desde luego, el mercado invernal va a ser fundamental para corregir tanto despropósito.