El espíritu contagioso de Velázquez
Al Zaragoza le faltaron fútbol y ocasiones ante el Leganés, pero al menos recuperó el pulso, el ánimo, el vigor y la iniciativa. Por primera vez fue a por el partido con ganas y determinación.
Sin una actuación redonda, pero con ganas y determinación. Así se levantó el Real Zaragoza frente al líder de la categoría para poner fin a una deriva lastimosa y peligrosísima de ocho jornadas sin conocer la victoria y de tres meses de continuas e insoportables decepciones en La Romareda.
Al Zaragoza le faltaron fútbol y ocasiones ante el Leganés, pero al menos recuperó el pulso, el ánimo, el vigor y la iniciativa, gracias al espíritu contagioso de su entrenador. Julio Velázquez es enérgico y apasionado y desde el primer día ha disparado la intensidad y las revoluciones en los entrenamientos. Eso no es garantía de nada a medio plazo, y el tiempo dirá si sus métodos y su librillo son los que requería un club del tamaño, las expectativas y las urgencias del Zaragoza, pero multiplicar la exigencia y la agresividad controlada, apretar en definitiva, era imprescindible para revivir a un equipo triste, amanerado y desorientado como el que recogió de su antecesor.
Velázquez tiene mucho trabajo por delante, pero por primera vez en tres meses en La Romareda el Zaragoza fue a por el partido, sin esperar a que el rival se equivocase. Fue proactivo y no reactivo. Es posible que el nuevo dibujo táctico con tres centrales, un sistema quizá de urgencia y circunstancial, diera seguridad a todos y ayudara a esta pequeña resurrección, pero los jugadores tuvieron otra actitud, otra disposición y otro temple. Y eso se trabaja también en el día a día, no permitiendo el menor relajamiento y tratando de convencer con la palabra y el trabajo.
Ningún equipo en crisis mejora de la noche a la mañana y el Zaragoza tiene ahora por delante otros tres difíciles exámenes hasta el final de la primera vuelta, pero hacía falta agitar a un vestuario apagado, y eso sólo se consigue en el mundo del fútbol desde una autoridad superlativa, ganada a pulso con arraigo o títulos, o desde una personalidad expansiva como la de Velázquez.
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