Cuando el balón es el que protege a los niños de la guerra
El enviado especial de El País ha sido testigo de la labor de Unicef con los niños desplazados en la zona de Lviv, en el oeste de la castigada Ucrania
Los niños, una treintena, están divididos en tres grupos. Mientras unos sortean los conos con el balón pegado a la bota —digamos que esa es la idea; lo que sale ya es otra cosa—, otros charlan y juegan con una médica en el círculo central, y con una psicóloga junto al córner. El sol pega muy fuerte sobre el campo de hierba artificial levantado en la periferia de la ciudad de Lviv, en la franja oeste de Ucrania. De pronto, un estruendo congela el tiempo, las risas, los juegos. Entrenadores y especialistas gritan raudos “¡fuegos artificiales!” y el balón se echa de nuevo al piso y los niños a reír. No hay alerta aérea, así que no hay por qué alarmarse. Dicen los que conocen el barrio, acostumbrados a casi todo, que era fuego amigo de prueba. Sea así o no, el proyecto Poruch que desarrolla la agencia de la ONU para la infancia (Unicef), junto al Ministerio de Educación y Ciencias ucranio, ha cumplido su objetivo. Ha logrado que los niños siguieran siendo niños, que no pararan de jugar, que se escudaran en el balón.
Lo explica bien el coordinador de este programa en la región de Lviv, Andrii Smolsky, de 42 años. “El objetivo es crear un espacio seguro para los niños”, dice, “que no se sientan en peligro porque muchos de ellos vienen de zonas bombardeadas”. Andrii Smolsky ha sido casi de todo: jugador de fútbol amateur, árbitro en la liga nacional ucrania, interventor de la UEFA, miembro de la Federación de Fútbol de Ucrania. No para de reír, de jugar con los críos y provocarles para que corran, le persigan, le pillen y se abracen. “El mensaje principal de lo que hacemos”, prosigue, “es la comunicación entre ellos, sin diferencias de género ni lengua. Eso y el trabajo en equipo”. Muchos de los niños desplazados desde el este del país por la invasión rusa iniciada el pasado 24 de febrero son rusoparlantes y tienen dificultades para integrarse con otros menores que solo hablan la lengua ucrania. En el campo, eso se pasa.
El fútbol es el deporte rey también en Ucrania. El Gobierno de Volodímir Zelenski quiere que la liga regrese el próximo 23 de agosto a los estadios, aunque sea sin público, con presencia militar y refugios aéreos habilitados para casos de alerta. La última vez que se jugó fue en diciembre, antes del parón de invierno. Por entonces lideraba la competición el Shakhtar Donetsk, que ahora entrena en Lviv ante la ocupación rusa de la provincia de la que es originario el club. Le sigue en la tabla el Dinamo de Kiev.
El proyecto Poruch arrancó en mayo con la idea de hacer jugar a los chavales desplazados por la guerra. Según cifras de la ONU, casi la mitad de los más de seis millones de ciudadanos que huyeron de sus hogares son menores de edad. Finalmente, los coordinadores vieron que otros niños ucranios, sin duda golpeados por el conflicto aunque pudieran permanecer en sus casas, también se interesaron por el entrenamiento. Así que se mezclaron y ganó la integración.
Alexandr, de ocho años, abandonó en marzo Járkov, en la franja oriental del país. Lo hizo con sus padres y su hermano, de cuatro años. “Lo que me gusta es ser portero”, dice sin perder ojo al balón que otros colegas de su edad chutan a puerta. ¿Portero? ¿Y a ti quién te gusta? “Andrii Piatov”, responde. Leyenda del fútbol ucranio, Piatov milita en la actualidad, a sus 38 años, en el Shakhtar Donetsk. “Quiere ser portero, lo tiene muy claro”, apostilla Yuri Kuksa, de 40 años, padre del niño. Járkov, su ciudad, ha sido bombardeada un día sí y otro también por la artillería rusa. Aun así, Yuri, médico de profesión, va y viene de Járkov a Lviv para seguir atendiendo a sus pacientes.
En el centro del campo, la médico que colabora con el proyecto Poruch sienta a los niños en un círculo. Les muestra por el dorso unas cartas del tamaño de medio folio y les dice que cojan una. Cuando el crío la elige, se la acerca e interpreta la emoción o el sentimiento escrito para que los otros adivinen. De eso trata esta iniciativa, de que corran, busquen los balones —todos con los colores y el escudo de armas del país en el cuero—, jueguen, pero que todo eso sea una excusa para que comuniquen lo que llevan dentro en medio de una guerra que dura ya más de cinco meses. Ese es el gran desafío.
Oleg Kuzyk, de 22 años, es uno de los entradores de los chavales. Fue defensa central del Skala Strii, actualmente en la Segunda División ucrania, pero ahora es concejal de distrito. “Es toda una experiencia para mí”, dice, “los niños comparten sus problemas conmigo, se comunican entre ellos, vengan de donde vengan”. El exfutbolista, con buena planta para seguir dándole al balón, saca el silbato y pita tres veces. Se acabó el entrenamiento.
“Echaba de menos jugar al fútbol”, dice Maxim, de nueve años, natural de la castigada región de Lugansk, en el este de Ucrania: “Antes creía que no me iba a gustar, pero es que ahora me gusta mucho”. El niño trata de acordarse del nombre de algún jugador, pero… pregunta finalmente a su hermano, Roman, de 11 años. “¡Messi!”, grita este. La madre corre a chivarles otro, no vaya a ser: “Andrii Shevchenko”. Recuerda ella como incluso en educación artística, en el colegio, la estrella ya retirada de la selección nacional formaba parte de la lección. Definitivamente, el fútbol es el rey también en Ucrania, y un salvavidas para los menores.
Otros proyectos: #WeTheFuture y Acakoro Football
Unicef no solo está pendiente de la situación de los niños en Ucrania por la guerra, sus proyectos en favor de la infancia son numerosos y también con el deporte como motor de salvación. En Bangladesh trabajan de la mano de la federación de fútbol (BFF) en un proyecto con niñas de 12 a 16 años orientado a protegerlas del matrimonio infantil. Acakoro Football es otro proyecto con un equipo de fútbol, que reúne a niños de Korogocho, uno de los barrios marginales de Nairobi, que buscan en el fútbol una salida a su desesperada situación. En Afganistán, #WeTheFuture, el proyecto de Unicef está relacionado con las mujeres y el ciclismo. Precisamente, el año pasado el equipo nacional femenino de Afganistán fue nominado al Premio Nobel de la Paz por romper las restricciones culturales impuestas a las mujeres.