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ESPANYOL 1 - REAL MADRID 3

Y Cabrera de portero

De la frustración pasó el Espanyol al éxtasis con el gol de Joselu. Y de una segunda mitad colosal al 1-3 del Madrid, con un desenlace tan cruel como genuinamente perico.

Leandro Cabrera.
Eric AlonsoGetty

Darder y el Madrid, lo que une al espanyolismo. Tibia, por no decir desangelada, fue la llegada del autocar del Espanyol al RCDE Stadium, a una hora y media para el partido, y acompasada únicamente por un centenar de hinchas. Nada que ver con un ambiente de partido grande, ni que decir de derbi. Puso su empeño el ‘speaker’ al dejar para el final el nombre de Darder en el anuncio de la alineación, para propiciar así con éxito una estruendosa ovación. Queda claro que, en tiempos de zozobra, polémicas, ilusiones fugaces e ídolos de quita y pon, como lo parece ahora Raúl de Tomás, lo que une y vertebra al Espanyol es su recién renovado canterano. Y otra cosa: el adversario común. El Real Madrid no representa para el perico lo que el Barcelona, pero cada vez se le asemeja más. Al menos durante esos 90 minutos que duran los partidos. “Así, así, así gana el Madrid” se llegó a cantar en el añadido, ya con el 1-3.

Delatados. Porque, algunos en la zona visitante y muchísimos más emboscados por todo el campo, los aficionados madridistas se delatan en momentos puntuales, como cuando aparecen sus porteros para calentar o, irremediablemente, en los goles de su equipo. Y no puede ser más sonora la pitada del resto del estadio en esos instantes en los que, frente al rival común, el espanyolismo es todo uno. El único minuto en que todo se paraliza, y no existen rivalidades, es en ese sagrado 21′ que una vez más eriza la piel de todas cuantas personas aplauden al unísono en el RCDE Stadium, en memoria del eterno Dani Jarque.

Y se los echaron. Erróneo es explicar el fútbol desde la testiculina, igual que esperar que la fe conceda victorias. Pero algo de eso tuvo el guion blanquiazul ante el Madrid. Entre Tchouaméni y Vinicius Júnior, la pesadilla de Óscar Gil, superaron en el primer tiro a puerta del partido a un Espanyol vapuleado durante toda la primera parte por los de Ancelotti. “Equipo, échale h…”, se cantaba ya a la media hora de encuentro desde la Grada Canito, inconformista ante la prematura entrega de armas.

Joselu y ese instante mágico. Así fue cómo de la absoluta frustración se pasó a la locura, que eso es el fútbol, al borde del descanso. Fue casi un sinsentido que el Espanyol empatara, con un gol todo empuje, rabia y coraje de Joselu. Enchufando de golpe a Cornellà como llevaba tiempo sin verse, poniendo como una moto a Diego Martínez, enfurruñando a su cuñado Carvajal, a quien animó hace apenas tres meses en París, en la consecución de la Decimocuarta. Un gol de ese equipo que, cuando se lo proponen, conforman los jugadores, entrenador y aficionados del Espanyol. Sucede poco, pero ese instante en que todo se alinea es mágico.

Ese desenlace 100% perico. Si Óscar Gil pudo sobrellevar su trabajo extra en la banda gracias a su asistencia a Joselu, si Diego Martínez sale tan intacto de lo que podría haber sido un descalabro como exhausto tras sus inagotables señas desde el banquillo, si las agujetas atenazarán este lunes a los futbolistas tras un esfuerzo sobrehumano, no sirvió el Espanyol-Real Madrid sin embargo para desterrar ese cruel destino que persigue al Espanyol como a los mayores héroes románticos. La derrota, tras un segundo tiempo rozando lo colosal, no pudo resultar más cruel. Con un gol casi con el tiempo cumplido. Con un penalti inenarrable, y con Cabrera teniendo que meterse de portero (igual que hace dos cursos, en El Sadar) por la expulsión del cuestionadísimo Lecomte. Y el dolorosísimo 1-3.

La fugaz alegría del Espanyol por el gol de Joselu.
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La fugaz alegría del Espanyol por el gol de Joselu. Marta PérezEFE

‘Chen, insert yens or game over’. Y todo ello, con Chen Yansheng en el palco por primera vez en los dos últimos años y medio. Seguramente convencido, tras una pandemia de por medio, de que el fútbol y sus aledaños ambientales se viven en el estadio y no a través de una pantalla, por lujosa que esta sea. Y cabrá ver si tan consciente de que el dinero se debe depositar en el césped para que los sueños no queden solo en una noche de verano. Una pancarta en el Gol de Cornellà se lo recordaba, como el Pepito Grillo que atormenta por las madrugadas: “Chen, Insert Yens or Game Over”. Y, aunque equivocaba la moneda, ese mensaje, igual que la ovación a Darder, tal como los silbidos al madridismo, seguro que une a todo el espanyolismo.