La primera cita en el Tartiere: el día que Guardiola conoció a Lillo
El azulgrana, entonces jugador, quedó cautivado por el juego del Oviedo en la primera jornada de la 96/97 y fue a conocer al estratega vasco. Aquello fue el inicio de una estrecha relación futbolística.


Fue un 2-4 engañoso, de esos marcadores que no cuentan toda la historia. Porque aquel Oviedo de un joven Juanma Lillo se atrevió a ponerle correa al Barça de Robson durante media hora de fútbol eléctrico: presión alta, circulación veloz y un plan valiente. Esa versión brillante de los carbayones, en la primera jornada de la 96/97, enamoró a más de uno pese a la derrota. Entre ellos, al capitán azulgrana, Pep Guardiola, 26 años y ya cerebro inquieto de un Barça que practicaba un estilo algo a contracorriente de su ADN: más directo, más british. Pero lo que de verdad atrapó a Pep no fue el músculo culé, sino la frescura alegre de un Oviedo teóricamente menor que jugaba sin complejos.
Por eso, al final del choque, una vez pasado por la ducha, Guardiola se presentó en el vestuario local y tocó a la puerta. El que la abrió fue Chema Sanz, entonces segundo de Lillo, ahora asistente de Lisci en Osasuna tras una larga carrera en los banquillos. Sanz hizo de Celestina, en un encuentro que sirvió para iniciar una relación personal y futbolística que acabaría reuniendo a ambos en el banquillo del City algunas décadas después.
“Dijo que quería conocer mi forma de entender el fútbol y conversamos”, ha contado en más de una ocasión Lillo sobre aquel encuentro en las entrañas del Tartiere. Y eso que el Barça había impuesto su músculo con un 2-4 cimentado en el balón parado y la efectividad. El castigo, excesivo, lo firmaron Stoichkov y Luis Enrique —doblete de cada uno—, con la grada recordándole al asturiano sus raíces sportinguistas, mientras que Oli y un autogol de Sergi mantuvieron a los azules con vida. Fue también el debut liguero de Ronaldo Nazario, aunque esa tarde el protagonismo se repartió por otros derroteros.
Aquella cita improvisada entre Lillo y Guardiola en las entrañas del Tartiere sembró una amistad que acabaría floreciendo años más tarde en los banquillos. Sorprende que con 26 años, Pep ya tenía inquietudes futbolísticas sobre las que buscaba ahondar.
El tiempo les fue cruzando en varias estaciones. En 2003, Guardiola —entonces en el equipo de Bassat en las elecciones culés— pensó en Lillo como técnico, aunque la irrupción de Laporta lo frustró. Dos años después coincidieron en Dorados de Sinaloa, en la última aventura como jugador de Pep.
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El gran reencuentro llegó en 2020, cuando Guardiola, ya emperador en Manchester, reclutó a Lillo para aportar experiencia y matices a su City. Allí permaneció el tolosarra, con un paréntesis en Qatar, hasta mayo de este año, cuando cerró su etapa en Inglaterra para buscar nuevos retos. Pero todo empezó aquella tarde en Oviedo, en un vestuario con la puerta abierta y un Guardiola que, mucho antes de levantar Champions, ya le buscaba todas las vueltas al fútbol.
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