El ‘desprecio’ de Van Gaal a Riquelme que impulsó al Villarreal
La tortuosa relación deportiva entre el técnico holandés y el genio argentino acabó con el ‘10′ en el banquillo y, en 2003, traspasado a un conjunto amarillo al que mutó con su llegada.
El Barcelona de Hansi Flick visita Villarreal en uno de los grandes platos del menú liguero de esta sexta jornada. Prácticamente, el mismo camino que emprendió Juan Román Riquelme 20 años atrás. Un fichaje rocambolesco por aquel entonces que bien podría enhebrar la teoría del hilo rojo que apunta a unir a aquellos que están predestinados a encontrarse por determinadas circunstancias y sin el que quizá este casi clásico liguero siempre sinónimo de espectáculo no se entendería de la misma manera. Casualidades o caprichos del destino, si Louis Van Gaal no se hubiera cruzado en su camino, probablemente el rumbo de esa pequeña localidad castellonense que rozó la final de la Champions League en la 2005-06 bajo la batuta del ‘10′ y que pocos años antes trataba de consolidarse en la élite hubiera sido otro. O, sin ir más lejos, Ronaldinho, trampolín de la época dorada del Barça reciente, no sería Ronaldinho.
Más allá de conjeturas, hay que remontarse al verano de 2002. Louis Van Gaal, por aquel entonces entrenador de un Barcelona necesitado de referencias futbolísticas tras las marchas de Figo, en 2000, y Rivaldo, en 2002, solicita al presidente, Joan Gaspart, y al director deportivo, Carles Rexach, la llegada de dos jugadores de banda y un goleador. Sin embargo, Gaspart, embrujado de un ‘10′ que bailó con Boca Juniors al Real Madrid en la final de la Copa Intercontinental de 2000 a ojos del mundo entero, acabó firmando a Riquelme por 11,5 millones de euros mientras Florentino Pérez había anunciado días antes a su segundo galáctico: Zinedine Zidane. Un fichaje ‘político’ que nació de nalgas. Rexach, que tampoco estaba convencido, pasó en apenas semanas de desaconsejar su fichaje por el número de jugadores extracomunitarios y su encaje en el equipo a validarlo. Un capítulo similar al ocurrido con Rivaldo y José Luis Núñez y del que parece que no aprendieron en Can Barça.
La bienvenida con dardos de Van Gaal
“Tengo una estantería de videos suyos, sepa usted que es el mejor del mundo cuando tiene la pelota, pero sin ella, jugamos con uno menos. En el Barcelona tenemos a muchos jugadores con su calidad, de manera que deberá adaptarse”. Esa fue la bienvenida de Van Gaal nada más llegar al vestuario azulgrana el día de su presentación. “El técnico tuvo al menos la valentía de decirme que él no me había pedido, si no que fui un fichaje del presidente. Mi problema es que no caí bien a algunas personas”, reveló Riquelme, ‘condenado’ a jugar como extremo izquierdo, lejos de la libertina zona del enganche y con las consecuentes obligaciones defensivas y colectivas de la posición. Además, debía pelear el puesto con el entonces capitán Luis Enrique. El indómito e imprevisible talento de uno de los mejores mediapuntas por entonces chocaba contra la rigidez y el orden táctico del holandés.
¿Cuál fue la respuesta de Riquelme? “Al segundo partido de jugar en la izquierda, me metí en mi posición, por el medio. Ganamos 2-1 y di las dos asistencias a Kluivert. Al día siguiente fuimos a entrenar y pensé que íbamos a estar todos contentos. Estando los jugadores a un lado y Van Gaal al otro, este me dijo: ‘Usted es un desordenado. Todos dicen que jugó un partidazo pero yo le dije que tenía que jugar por la izquierda’”. Aquel Barça se deshizo, Van Gaal y Gaspart se marcharon en febrero y el aura con el que llegó el argentino, convertido en actor de reparto, acabó por difuminarse pese a la insistencia de Radomir Antic, el sustituto del holandés en el banquillo, en una reconciliación imposible convertida simultáneamente en ruptura final y en el comienzo de un cuento de hadas. Una cesión de dos temporadas a un Villarreal que posteriormente lo compraría por 8 millones de euros y el fichaje de un Ronaldinho por gentileza de un recién llegado Joan Laporta que acabó propiciando que el enigma Riquelme quedara en anécdota.
Floro, Pellegrini y el Villarreal: auge y caída del ‘10′
Si en el Camp Nou se encargaron más en pregonar sus defectos que en potenciar sus virtudes, en Vila-real pesó más que viera cinco opciones de pase donde al resto se le acababan las ideas o su majestuosa previsualización del partido a su limitado sacrificio defensivo o compromiso táctico y sacrificio físico. Sin grandes ofertas de primera línea europea y consciente de que se estaba ante una oportunidad de mercado sin igual, Benito Floro no para hasta convencerle de recoger el testigo de un emergente Villarreal. “Yo lo ponía por el centro a la izquierda, y a partir de ahí podía moverse. Es un jugador que tiene que tocar mucho la pelota”, reconocía el técnico gijonés, otro reconocido tacticista que, sin embargo, sí acabó por doblar sus preceptos ante la calidad del argentino para pasar de su innegociable 1-4-4-2 al 1-4-4-1-1 en el que volvía a su hábitat natural.
Como el propio Antic recomendó, con ciertas licencias: “Tiene derecho a jugar al ritmo que le gusta (…) sin la presión para recuperar la posición con rapidez, siendo el dueño de la distribución en el último tercio del campo donde su fútbol es vistoso e influyente. Puede defender, claro, pero no ha de ser su obligación. Obligarle a recuperar una posición es quitarle la capacidad de resolver el partido con un pase”. Román, entonces con el ‘8′ como serigrafió su camiseta en su reválida en España en El Madrigal, se reencontró con Riquelme para edificar el mejor Villarreal de su historia. Sin embargo, los resultados adversos reflotaron los problemas de entendimiento entre Floro y el argentino, reviviendo viejos fantasmas, pero la llegada de Paquito y más tarde de Pellegrini, devolvieron la esencia al ‘10′, de quien ‘El Ingeniero’ afirmó estar “técnicamente está muy por encima de cualquier jugador en cualquier parte del mundo”.
El chileno, a diferencia de Van Gaal o Floro, priorizaba la naturaleza del jugador a las demandas tácticas. Los futbolistas por encima de la pizarra. Así, con la bandera de un equipo funcional, vistoso y organizado en un torno a un 1-4-4-2 con enorme variabilidad ofensiva y en el que partía desde la izquierda con absoluta licencia de obra y creación, Riquelme se elevó a la categoría de ídolo. Más de diez goles por temporada, un sinfín de asistencias para los desmarques de ruptura de José Mari, Forlán, Figueroa o Guille Franco y el elogio de rivales e incluso de la IFFHS, que reconoció al Villarreal como mejor equipo del diciembre de 2004. “A Román no le puedo pedir que tapone al mediocentro contrario porque entonces ni defendería ni atacaría bien. Eso mermaría sus cualidades para el ataque”, explicó Pellegrini. Estrategia que compartían sus compañeros. “Los demás estamos para recuperar el balón y dárselo”, afirmaba un jovencísimo Santi Cazorla.
De 2003 a 2006, el Villarreal vivió su época dorada. Dos Intertoto, unos cuartos de final de la Copa de la UEFA, un tercer puesto en Liga y el primer billete de siempre para una Champions League en el que un penalti errado en el último minuto por el propio Román ante el Arsenal les privó de una final ante el propio Barcelona por el que había transitado como alma en pena. “Gran parte de lo que logramos se dio gracias a Riquelme”, le defendió Pellegrini, que poco después le ‘crucificó’: “Por querer ser el número uno empezó a hacer cosas estúpidas por falta de madurez”. Así, las lesiones y los roces con el entrenador comenzaron a apagar la magia del ‘10′, llevándolo a su regreso a Boca en 2007.
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