Rayo Vallecano

Diez años sin Wilfred: “Su mayor legado fue la nobleza”

Sus compañeros del Rayo, donde jugó seis años, le recuerdan: “Fue respetuoso con todos, aunque no le respetaran a él”.

Diez años sin Wilfred: “Su mayor legado fue la nobleza”
@LaLiga
Maite Martín
Redactora de fútbol del Diario AS desde 2007 y licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid. El fútbol modesto y las historias que esconde son su pasión. Por eso el Rayo la atrapó y el deporte paralímpico la enamoró.
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Dicen que la muerte es el olvido, por eso Wilfred Agbonavbare sigue muy vivo para el rayismo. No hay que remontarse muy atrás en el tiempo para encontrar la prueba. Este domingo, lució un tifo en el fondo del estadio de Vallecas que rezaba, “amor sin cláusulas”, junto a una ilustración de Willy besando el balón. Ese fue el emotivo homenaje de Bukaneros en sus Jornadas contra el Racismo —una tradicional cita en la que el guardameta franjirrojo participó en abril 2011— a las puertas del décimo aniversario de su fallecimiento. El 27 de enero de 2015, la vida de Wilfred se apagaba a los 48 años por culpa de un cáncer. Ese día el jugador pasó a ser leyenda. “Era un pedazo de pan. Siempre me acuerdo de esa fecha porque es el cumpleaños de mi hija”, arranca Pedro Riesco con un nudo en la garganta. Él fue uno de sus compañeros en las filas rayistas. “Era un felino y tenía ese corpachón duro como una roca. Su nivel era brutal”, le describe Riesco.

El cancerbero inició su carrera en el New Nigeria Bank de su país, con el que conquistó una liga nacional, e hizo las maletas para hacer una prueba con el Brentford inglés. No hubo suerte y tuvo que regresar a Nigeria, donde firmó con el BCC Lions. En verano de 1990, el Rayo lo fichó por recomendación de Felines y allí jugó seis temporadas (1990-96). Más concretamente, 177 partidos de Liga (76 en Primera y 101 en Segunda). “Lo descubrimos gracias a un comisario de Vallecas. Nunca había jugado en un grande. Fue Jesús Paredes, nuestro preparador físico, quien más insistió para que se quedara porque le veía mimbres y muchas posibilidades de crecer. Su situación entonces era muy precaria y el club le ayudó en todo lo que pudo. También con el tema burocrático”, recuerda el presidente que le firmó, Pedro García. Luego, Willy puso rumbo al Écija y allí militó una sola campaña. Poco después, colgaría definitivamente los guantes y pondría fin a una carrera en la que figuran dos ascensos y dos permanencias con la Franja. Además, con la selección de Nigeria, se coronó campeón de la Copa África y llegó a octavos en el Mundial de Estados Unidos en 1994. “Si paraba los dos primeros tiros del partido, se venía arriba. No hizo ruido al llegar, pero se ganó el cariño de todos”, le define Cota. Su amigo. Su hermano. “Parece que le estoy viendo bailar en la Joy Eslava en mi despedida de soltero y vino también a mi boda”, se emociona el capitán.

Willy convivió con muchos de los grandes mitos del Rayo, ignorando que él también estaba llamado a serlo. Felines lo descubrió, Cota lo arropó y eso mismo lo replicó con Míchel. “Llevaba a Wilfred y a Callejo a los entrenamientos en la Renault Express de mi padre y mi madre le daba cosas de la frutería. Él vivía cerca del estadio. Fue un vallecano más. Se involucró tanto en el barrio, que si tenía que salir le dejaba sus hijos a los vecinos”, expone Cota, a lo que Míchel añade: “Willy me llevaba a entrenar y a casa”. Anécdotas hay miles. “Cuando llegó y no controlaba el idioma, los veteranos le dijeron que aquí se saludaba diciendo: ‘Hola, cabrón’. Nada más ver a Felines se lo soltó”, ríe Riesco. El guardameta aprendía pronto las bromas y luego era él quien las gastaba. Otra sonada va vinculada a sus orígenes. A su etnia, donde era común la poligamia. “¡Menudo cachondeo había en el vestuario con que podía tener todas las mujeres que quisiera! Él puntualizaba: ‘Aquí no puedo, eso es sólo allí”, afirma Riesco.

Imposible aburrirse con el bonachón Wilfred. “Se compró un mercedes 320 color burdeos, de segunda mano en Nigeria y me lo vino a enseñar corriendo. ¡Madre mía! Vaya tela lo que le metieron... Se le averió un montón de veces”, bromea Cota, que pudo despedirse de él en el hospital. Un instante para siempre. “Abrió los ojos, esos ojos enormes que tenía, y exclamó: ¡Cota!”, detalla. Fue un regalo para ambos amigos. Quienes más le conocieron coinciden en que era la bondad personificada. “Su gran legado fue la nobleza”, esgrime Cota, mientras Riesco prosigue: “Su entereza para enfrentarse al racismo era impresionante. Fue muy respetuoso con todos, aunque no le respetaran a él. Jamás tuvo un mal gesto”. A pesar de tener a buena parte del Bernabéu cantándole, “Negro, cabrón, recoge el algodón”, después de parar un penalti a Míchel y de que el Real Madrid empatara (1-1) en la 1992-93. “Fíjate lo que le pasó y siempre le quitaba hierro al asunto”, reflexiona Cota. Así fue. Willy, tras ese desagradable incidente, respondió: “Es normal, soy moreno, y habiendo parado como hoy esperaba que la gente me chillase. No pasa nada”.

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Esa fortaleza le ayudó a afrontar otros golpes, como el fallecimiento de su esposa, la soledad, el olvido y su propia enfermedad. Su muerte reunió a sus antiguos compañeros, su representante, sus hijos... y a una hinchada que mantiene viva su memoria. Wilfred da nombre a la puerta número 1 del estadio de Vallecas, donde se ubica un mosaico con su imagen y una leyenda que reza: “Por tu defensa de la Franja y tu lucha contra el racismo. Nunca te olvidaremos” y a un polideportivo ubicado en el Pozo del Tío Raimundo. “Vallecas reconoce a las buenas personas y él lo era”, sentencia Pedro García. Por eso, Willy ya es eterno.

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