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Cien días de Diego Martínez en el Espanyol: “jodido”, ¿pero contento?

El entrenador, que llegó a un Espanyol que debía dar un salto, lidia con el descenso sin dar con la tecla por una mala planificación y continuos errores. Pero sigue siendo el líder del proyecto.

DIEGO MARTINEZ
Joan M. BascuDiarioAS

Fe, confianza, ilusión, optimismo… Cargados están los discursos de Diego Martínez de intangibles, de vocablos motivadores. Pero ninguna expresión refleja tanto sus primeros 100 días de trabajo en el Espanyol, que comenzaron el lunes 4 de julio y se cumplen este miércoles 12 de octubre, como aquella que soltó al cierre del mercado de verano: “Jodido pero contento”. Incluso comercializó tazas el club con lo que era un mensaje entre positivo y frustrante. Hoy, después de sumar seis puntos en ocho jornadas, de surcar diversas polémicas y de convivir con cierto estancamiento, en la valoración de esos 100 días de gracia acaso pesa más el “jodido” que el contento.

Aunque por pura matemática las metas del Espanyol esta temporada debían ser más ambiciosas que la pasada, pues entonces se defendió que aquella era “de consolidación”, pronto se dio cuenta Diego Martínez de que el objetivo volvería a ser irremediablemente el de luchar por la permanencia. Seguramente, alejado de la idea por la que había firmado, a finales de mayo, tras un año “sembrático” y la vitola de entrenador histórico con el Granada. De ahí que no tardara en avisar de que había que “reajustar las expectativas”, y que tocaría “sufrir”. En la trastienda de ese giro de los acontecimientos estuvo evidentemente la planificación de la plantilla. Y un nombre por encima del resto.

La gestión del caso Raúl de Tomás, con quien desde el primero de estos 100 días sabía el entrenador que no iba a poder contar jamás, hipotecó el resto del mercado. Su horrenda salida fuera de plazo impidió reforzar debidamente todas las posiciones que Martínez reclamaba, con un vacío especialmente sangrante en los puestos de central y de extremo, y con otros a medio hacer a pesar de que contó el Espanyol con más movimientos que nunca en un solo verano, 27 entre entradas y salidas, de las que cuatro se registraron en la portería. No funcionaron los “timings” y posiblemente tampoco las decisiones. Y de aquellos polvos, estos lodos.

Una vez zanjado el mercado, la pelota pasó al tejado del entrenador, que ha ido apoyando su discurso más que nunca en conceptos grupales, en el equipo sobre las individualidades, y en la forja de la autoestima para superar adversidades. Que las ha habido en forma de lesiones, de expulsiones pero sobre todo con fallos individuales groseros que ni el reciente parón por compromisos internacionales contribuyó a solventar; al contrario, añadió más leña al fuego, con la administración de Álvaro Fernández y Benjamin Lecomte. Pifias que reducen aún más el margen de error en una plantilla corta y que no le dan pie a contar demasiado con canteranos, cuyo rol es cada día más testimonial.

Diego Martínez, en un entrenamiento.
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Diego Martínez, en un entrenamiento.JOAN M. BASCUDiarioAS

Así, en lo deportivo, ha ido Diego Martínez abandonando paulatinamente esa idea innegociable de presión alta, asfixiante para los adversarios, que ahora acaso se ve tímidamente en los arranques –en Cádiz, ni eso–, en pos de un bloque más bajo, un sistema defensivo más recogido, que multiplique las ayudas para frenar la sangría goleadora. Del 4-3-3 se ha pasado en determinadas fases a la defensa de cinco, hasta alcanzar en la segunda mitad del Nuevo Mirandilla a un 4-4-2 que puede repetir el próximo compromiso, frente al Valladolid, y con el que espera haber dado en la tecla.

La gran esperanza en esta suerte de manta de Tim que maneja el técnico se sitúa en la delantera, donde Joselu Mato con sus seis dianas se está convirtiendo en una auténtica tabla de salvación del Espanyol, que sin sus goles aún sumaría menos puntos. Tan determinante es en el juego que se ha apostado progresivamente por el juego directo, por balones aéreos al delantero, aunque por ello se deba prescindir en ocasiones del talento en el mediocampo de Sergi Darder o Edu Expósito, otros de los imprescindibles.

De todos modos, debe de resultar complejo ordenar el juego de un equipo que acostumbra a ir a remolque en el marcador, que acaba siendo igual o más reactivo que cuando se le criticaba ese estilo deliberado a Vicente Moreno, pero que a su favor tiene el hecho de la absoluta competitividad. Con Diego Martínez en el banquillo, el Espanyol no le ha perdido la cara a ningún partido. Aunque suene a extraño cuando solo ha ganado uno, la realidad es que en todos tuvo posibilidades reales de llevarse los tres puntos.

Diego Martínez.
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Diego Martínez. Gorka Leiza

Esa fe que él mismo promulgó públicamente es acaso el mejor síntoma que ofrece el equipo para caminar a partir del día 101 de su entrenador. Que, en realidad, es bastante más: el líder sobre el que un Espanyol sin el carisma de antaño –y sin la inversión directa de su propietario, Chen Yansheng– ha basado todo su proyecto deportivo. Por ello, su crédito, aunque no ilimitado, es inmensamente mayor al de cualquier otro técnico que a estas alturas llevase seis puntos. “Cuando superemos estas turbulencias, vamos a salir muy fortalecidos”, expresaba el pasado sábado.

Ahora afronta seis partidos que en realidad son seis finales, guste o no, pues afrontar el interminable parón por el Mundial –hasta la Nochevieja y un inoportuno derbi ante el Barcelona– en puestos de descenso equivaldría a activar una bomba de relojería en el RCDE Stadium, y equivocaría además el poder sanador de un mercado de invierno en el que el Espanyol estará obligado a reforzarse pero en el que tampoco se pueden esperar milagros. Al menos que sí dé para que, cuando Diego Martínez cumpla otros 100 días en el banquillo del Espanyol, se encuentre más contento que “jodido”.