Lo mucho que tiene España y no tiene nadie más
No hay equipo perfecto. Ni aquellos alemanes que, según la creencia popular, siempre tendente a la exageración, lo ganaban todo y lo ganaban siempre, pero por delante de nuestros ojos ya han pasado todos y nadie ha jugado tan bien ni durante tanto tiempo como España. Porque en esto cuenta tanto la brillantez como la insistencia. Y La Roja tuvo de lo uno y de lo otro.
La Selección tiene la exclusividad de sus extremos, los mejores del torneo, desbordantes e incansables. Lamine y Nico empatan en ocurrencias, velocidad y peligro y eso abre demasiados frentes a los que atender para el rival. Un equipo ancho acaba siendo un equipo profundo. Luego está Fabián, un activo inesperado. Después de tantos años en Italia y Francia y de aquel presunto desencuentro con Luis Enrique que le borró del mapa nacional, la afición le había perdido el rastro. Fuera de la Liga decae mucho la familiaridad, pero ningún centrocampista ha ofrecido más participación ni más llegada. En menor medida vale lo mismo para Cucurella, otro ilustre exiliado. Hasta la concentración para esta Eurocopa había jugado solo dos partidos con España. Viéndole aquí parece inexplicable eso y que el Barça nunca reparara en su repesca. Por Rodri hay que pasar de corrido porque su reconocimiento mundial ya estaba documentado.
Hasta aquí, lo individual en un equipo de enorme sentido colectivo, no tan obsesionado por la pelota como en los últimos tiempos, pero con la mejor recuperación rápida del torneo y con una personalidad muy superior al márketing de la mayoría de sus futbolistas. Les llegará la fama.
Lo que nos falta, la frecuencia goleadora, debe ponerlo Morata, un ariete comprometidísimo, pero racheado: solo una vez (y lo bueno es que ha sido esta temporada) ha pasado de 20 tantos en un curso. Sin embargo, algo nos dice (y le dice) que esta es su gran ocasión.
Esta vez no cabe siquiera un pero a la defensa, más allá de una puntual falta de entendimiento entre dos centrales que hablan el mismo idioma, gota en el océano, porque el recital fue absoluto, mal explicado por el marcador. Por un momento, España se siente de vuelta a 2008, cuando en la Selección no se ponía el sol.
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