Champions (Fase Liga) | Atalanta - Real Madrid
Cibeles ‘doma’ a Atalanta
La mitología griega entrelaza a la fuente de las celebraciones blancas con la ‘Dea’ bergamasca. Una historia que alumbra un trampantojo y que pone en relieve los valores del rival del Madrid.
Poner al Atalanta a sus pies. Es la intención de Ancelotti. Del Real Madrid, que necesita triunfar en Bérgamo. Tras tres patinazos, Lille, Milan y Liverpool, un cuarto cambiaría el Hey Jude de Bellingham por la banda sonora de Psicosis. Del dicho al hecho van 90 minutos. Pero el camino, en sentido figurado, o no tanto, está trazado a más de 1.600 kilómetros de distancia. Los que separan Cibeles, la fuente de las celebraciones blancas, del Gewiss Stadium donde será la batalla. Allí, en Madrid, dos leones tiran del carro de la Diosa. Dos amantes convertidos en piedra, condenados a darse la espalda toda la eternidad. A un lado, Hipómenes. Al otro, Atalanta. Cibeles domó a la Dea. Ahora es el turno del Madrid.
Es la mitología griega la que entrelaza el patio de festejos madridista con la heroína que da nombre al club bergamasco y aparece en su escudo. Porque Atalanta, aunque al club se le conozca por la Dea (la diosa) en su honor, nunca alcanzó el nivel de deidad. Un trampantojo que ha calado, pero que no resta importancia a su figura. Atalanta fue una niña no deseada, pues su padre quería a un varón. Y la abandonó en la montaña. Un revés que forjó la personalidad de la joven. Valiente, luchadora, resiliente. Valores que el Atalanta tiene grabados a fuego y de los que presumen sus calles y vecinos. “Hace diez años era inimaginable, ni se podía soñar, jugar contra el Madrid como un igual. ¡Y mirad ahora!”, exclaman desde la ciudad que abrirá sus puertas a Ancelotti y compañía. Un mito convertido en realidad.
Atalanta, lejos de reblar, fue acogida, según explican orgullosos los bergamascos, por cazadores. Cincelaron a una gran atleta. Imbatible. Tanto que, ante la insistencia de su padrastro, aceptó casarse. A regañadientes, pero con una condición. El agraciado tenía que ganarle en una carrera. Entre todos, apareció Hipómenes. Un descendiente de Poseidón consciente de sus limitaciones. Aunque cargado de picardía. Pidió a Afrodita unas manzanas de oro. La diosa del amor cedió y el joven dejó caer las frutas doradas en su duelo. Impresionada por la belleza de estas, Atalanta se paró, las recogió e Hipómenes, siguiendo su plan, la adelantó. Obnubilada por la inteligencia mostrada, Atalanta convirtió a su rival en su esposo.
Un matrimonio alegre que, tras unos años, tuvo un final infeliz. Los jóvenes, después de un día de caza, terminaron en un jardín y se dejaron llevar por su amor. El problema, era el jardín de Cibeles. La Diosa entró en colera al considerar que habían mancillado su templo y, como castigo, convirtió a Hipómenes y Atalanta en leones para que tirasen eternamente de su carro. Sin, además, poder mirarse. Así lucen en Cibeles. Así terminó la Diosa del Atalanta a los pies de la Diosa de las celebraciones del Madrid. Una rivalidad incipiente en el campo, eterna en la mitología.
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