Nuevo 'Alcorconazo', esta vez con una víctima diferente al Madrid. El Eibar empezó la jornada como líder de Segunda. Se enfrentaba al colista y tenía todas las papeletas para ascender. Pero fue el equipo más cobarde de los tres que se jugaban el salto directo, planteó un partido indecente, a empatar y se quedó con un justo castigo. Mira que iba avisado: el Alcorcón ya fastidió la fiesta al Almería hace una semana. Su fútbol rácano se encontró con un mazazo de Zarfino en el descuento. Faltó intensidad como ante el Valladolid en casa hace poco, compareció a verlas venir, a que no pasara nada. El Pucela ganó holgadamente y el Almería empató en Leganés, así que descabalgaron a los armeros hacia el playoff. Llanto y drama para un equipo que llega a la promoción roto en su moral.
El equipo de Garitano fue un cadáver en las dos horas de Santo Domingo. Jugadores que son estrellas en la categoría parecían fantasmas. Apareció descompensado en la presión alta, llegaba tarde, la tiraba mal, corrían mucho y acababan defendiendo en el área. El primer susto alfarero aún metió más miedo en el cuerpo, llegó a los 12 minutos, tras un centro de Valcarce y un remate desviado de Apeh, al que molestó el sol para calibrar el cabezazo. Chema se despistó en la marca.
El campo ha soportado mucha actividad, tras la Copa de la Reina, y estaba seco y muy botón, no apto para florituras. El líder seguía con su tarde de imprecisiones, con los jugadores muy tensionados, sin dar continuidad al juego ni progresar por las bandas por culpa de dos laterales que estaban muy bajos. El juego era un bostezo y no había manera de enganchar con la línea de tres por delante de los pivotes. Sol era el único con cierto colmillo, transitando por diagonales entre el central y lateral.
Al menos se vio un chispazo justo antes del descanso, un pase en una zona de tres cuartos que centró Correa para el remate de Sol, pero no pudo cruzar bien la pelota a la red. La primera y única bola entre los tres palos en una primera parte para olvidar. Y lo poco digerible en más de una hora, porque el panorama no cambió mucho después. La soga empezó a apretar, porque el Valladolid sentenció en su campo ante el Huesca y encarriló el ascenso, y todo quedó en un mano a mano con el Almería. Este empató a poca distancia, en Leganés, y si anotaba otro tanto, los armeros se veían fuera de las dos primeras plazas. No hacían lo que estaba en su mano, sus deberes, y tenían bien ganado el sufrimiento.
Garitano hizo cambios muy poco valientes. Atienza por Rahmani, Llorente por Sol, que tenía amarilla, Aketxe por Corpas y Arbilla por Venancio, también amonestado. Stoichkov no llegó a un balón largo en el 60, en una ocasión que parecía oro molido con lo caro que estaba pisar el área. Tuvo otra en el 82, pero no era su día. La tensión era descomunal, el balón quemaba en los pies y el Eibar estaba desencajado. Al subir algo las líneas, el colista vio clara la táctica: jugar directo para aprovechar los espacios entre líneas. Lo de los azulgranas era desesperante, con un juego previsible y muy lento. Faltaba garra y parece mentira en un ejército con tanto carácter como este que encabeza Garitano, alentado encima por mil aficionados desplazados hasta Santo Domingo. El banquillo visitante era un poema, pendientes de Leganés por si el Almería les borraba del ascenso. Riesgo, un armero de corazón, salvaba al equipo de Garitano momentáneamente. El Almería apretaba, iba a por todas, cosa que no hacían los guipuzcoanos.
Xisco aún encogió más el alma de los visitantes en el 88 con un balón aéreo que no pudo rematar condiciones ante la oposición de Arbilla. Era evidente que la solución del Eibar no iba a llegar por esfuerzo propio sino por el posible error del Almería. Garitano estaba como un flan, como toda su plantilla. Andaban más pendientes de la tablet, conectada con Butarque, que de su tarea, una falta de responsabilidad absoluta. El Alcor actuaba con una comodidad pasmosa, con rabia para quitarse todas las acusaciones tras su buen partido en los Juegos Mediterráneos, parecía que él se jugaba el ascenso. Y llegó el esperado mazazo, de Zarfino en el 91, con fallo de Arbilla en la marca. La maldición del que depende de sí mismo. Golpe a un grupo miedoso que no supo ni defender el empate a cero. Lágrimas y desesperación. El ascenso se escapa por cinco minutos. Ahora, la lotería del playoff. Condenados a la promoción. Ser tercero no suele garantizar el salto, al contrario.