30 años de la tragedia de Sarrià
Guillermo Alfonso Lázaro falleció por el impacto de una bengala. Tenía 13 años, era su primera vez en el estadio del Espanyol. Por increíble que parezca, el partido se jugó.
Se celebraban, el 15 de marzo de 1992, elecciones al Parlament de Catalunya. Y, precisamente por ello, la familia Alfonso Lázaro decidió no pasar el fin de semana fuera, como de costumbre, sino permanecer en Barcelona para votar por la mañana y presenciar un espectáculo por la tarde. Eligieron el fútbol, para que Guillermo, de 13 años, y su hermano menor, de diez, acudieran por primera vez a Sarrià. Espanyol-Cádiz. Pocas veces el destino jugó una pasada tan macabra como la que este martes cumple 30 años.
El relato que solo unas horas después ofrecía su padre, Joaquín Alfonso Zapatero, estremece por su crudeza: “Poco antes de que comenzara el partido, saqué unas fotos para tener un recuerdo de este día. Cuando saltaron los jugadores al campo, oí unos gritos de mi esposa y vi la bengala ardiendo en el pecho de mi hijo. Al principio pensé que sería una bengala floja, que le haría alguna quemadura y nada más, pero cuando se la quité vi que era un cilindro metálico y pesado. Sufrí quemaduras al quitársela, pero solo pensaba en mi hijo, que estaba con los ojos en blanco”.
Eran, con exactitud, las 16:58, y los jugadores del Espanyol habían sido los primeros en aparecer sobre el césped, entre los compases del himno perico. El impacto levantó una enorme humareda y el revuelo movilizó de inmediato a los servicios médicos. Hasta el punto de que, a las 17:14, Guillermo ya había sido trasladado en ambulancia al Hospital Clínic, donde nada pudieron hacer por salvar su vida. Los servicios de urgencia apreciaron una “situación de paro cardiorrespiratorio irreversible, como consecuencia aparente de herida contusa penetrante en región infraclavicular izquierda, con afectación de grandes vasos y hemorragia aguda”.
El artefacto cruzó todo el campo
Lo que provocó la muerte fue, concretamente, una bengala de uso marítimo para emitir señales de socorro. F. V., un pescadero de 39 años, la había introducido en el estadio, a donde acudía con sus dos hijos, un amigo y su jefe, que les había invitado, ya que no eran asiduos a Sarrià. Desde el primer anfiteatro de la tribuna lateral, lanzó dos bengalas. Una, afortunadamente, sin consecuencias. La que impactó en el pecho de Guillermo cruzó todo el terreno de juego y ascendió, hasta alcanzar el segundo anfiteatro de la tribuna de presidencia. Paradójicamente, la familia había escogido esas localidades, el día anterior en las taquillas, pensando en que serían las más seguras.
Vila fue detenido, junto a su amigo, este puesto en libertad sin fianza al cabo de tres días. El padre de Guillermo incluso les fue a visitar al cuartelillo. A F. V., ingresado después provisionalmente y sin fianza en la Modelo, se le incautaron tres cohetes más. Y, en la reconstrucción de los hechos llevada a cabo en Sarrià el día 27, rompió a llorar al pisar de nuevo la grada.
La Ley del Deporte, instaurada en 1990, ya contemplaba en su artículo 67.4 la prohibición de entrada a los estadios “con bengalas y fuegos de artificio”, a raíz de otro capítulo mortal, el 21 de abril de 1985, en un Cádiz-Castellón en el Ramón de Carranza. Pero no sería hasta el 15 de abril de ese 1992 cuando se instituiría la Comisión Antiviolencia. Así que todas las sanciones fueron penales.
Seis meses de prisión para el autor
El 16 de abril de 1993, la jueza Araceli Aiguaviva decretó seis meses de prisión para F. V. por un delito de imprudencia temeraria, al considerar que no quiso herir a nadie pero escondió las bengalas y las disparó en horizontal. Y multó al Espanyol con 42 millones de pesetas (unos 252.000 euros) como responsable civil subsidiario: solo tres guardias jurados custodiaban el perímetro de todo el estadio.
El encuentro, por increíble que parezca, se jugó y acabó 3-1. Pero lo que indicó Pizo Gómez, autor del tercero, se podría extrapolar a todo el partido, y por supuesto a aquel trágico domingo: “El gol más triste de toda mi vida”.