Asensio lo puso fácil
Gran partido del balear, que abrió el marcador y dio un recital durante una hora. Benzema marcó por séptimo partido consecutivo. El Eibar no levantó la voz.
Fue una etapa llana, cuando asoman las cuestas, en la que marcó el camino la zurda de miel de Asensio. Su recital, el mejor que se le recuerda al balear en tiempo, duró una hora y cupo todo el repertorio en un genio que sale poco de la lámpara. Luego cayó una granizada a favor del Eibar y no la aprovechó. Y Benzema le puso su firma al sencillo triunfo blanco. Lleva siete partidos seguidos marcando con esta versión feroz. El Eibar no fue el Eibar y permitió al Madrid pasear por la alfombra roja.
Hace tiempo que Marcelo desapareció de los partidos de alta gama. De los otros juega pocos (el último fue el 9 de febrero) y ya no sale sin escolta. Resulta difícil imaginarle en un once sin el alto factor de protección de los tres centrales. Uno, Mendy, el que le mandó al arcén, pseudocentral. Pero como al Madrid se le han juntado los Alpes y los Pirineos en nueve días y Ramos se ha roto el gemelo, a Varane es obligado meterle en una urna. Y casi a Nacho, al que sus cuatro amarillas no le permitían ningún exceso. Tampoco arriesgó Zidane con Kroos, uno de los que saltó por la ventana FIFA a beneficio de su club. Y eso, con Valverde lesionado, le abrió un hueco a Isco, quinto centrocampista de cinco, el desplome más sonado de la plantilla. Juntar a ambos puso en peligro al Madrid en el pasado. Esta vez no, porque anduvieron aplicados y porque el equipo no se saltó el presente ante el exceso de futuro.
Ni Bryan Gil
El Eibar es un equipo sin falsas apariencias. Aprieta arriba, adelanta extraordinariamente su defensa, manda muchos balones al área y no se permite acomplejarse. Pero la falta de gol es la neurotoxina que lo paraliza. Agota verlo. Suda y arriesga, pero cada tanto le cuesta perder cinco kilos. Eso es el Eibar, aunque esta vez no lo fue. Eso y Bryan Gil, uno de esos extremos con castañuelas que, como Vinicius, va perdiendo encanto en cuanto avanza la jugada.
La cosa, sin embargo, empezó rara. El Eibar, por falta de confianza, de fuerzas o de ambas, no apretó en campo ajeno y Benzema dejó escapar uno de esos goles de sus tiempos de gato, de animal de compañía (de Cristiano, por ser precisos). Le regaló la pelota Pozo y allí, delante de Dmitrovic, se atarugó: ni supo por dónde hacerle el butrón al meta ni vio a Asensio, que se relamía sin vigilancia. Esas cosas le pasaban a Benzema cuando aún no levitaba. Casi de inmediato le anularon un gol por fuera de juego. En eso se ha corregido poco.
El plan de Zidane, esperando que el Eibar le buscase arriba, fue retrasar a Modric para que le sacase del laberinto mientras Marcelo se sabía vicecentrocampista y sólo tenía ojos para el ataque. Quedó, pues, un partido de una sola dirección, uno de tantos de este Madrid de dominio pausado y ocasiones espaciadas. Demasiado espaciadas a veces. Un cuarto de hora después del momento Benzema (y de un posible penalti a Casemiro), Asensio estrelló un lanzamiento de falta en el larguero en posición escorada. Sorprende que con esa zurda aún no haya decidido qué quiere ser de mayor. Mejoró la tarea poco después al convertir de tacón un mal remate de Isco en obra de arte. La pieza no llegará a los museos porque estaba en fuera de juego de medio metro.
A la tercera fue la vencida. Casemiro perdió y recuperó el balón en la misma décima de segundo y le mandó un pase profundo al balear, que se limpió con el control de exterior a Arbilla y resolvió de remate colocado con una elegancia incomparable. Ahora sólo cabe esperar a que a esa estética le acompañe la ética, porque no hay en la plantilla futbolista con mejores atributos que él.
Diluvio y puntilla
El gol explicaba bien la primera parte del Madrid, que aunque superior no se comportó como merece su situación. De aquí en adelante, empatar es morir y no lo parece. Para su confort, el Eibar, un equipo suele ir al grano, acudió sólo en calidad de oyente.
Y lo que no habían cambiado los guipuzcoanos lo cambió la meteorología. De un momento a otro se desató el temporal sobre Valdebebas. Lluvia torrencial y un ventarrón favorable al Eibar que le metió en el partido. También suele ocurrirle a este Madrid, cuyas ventajas se miden en milímetros. El primer indicio fue una cesión sencilla de Lucas Vázquez a Courtois. La pelota surfeó sobre la hierba y el belga sólo pudo evitar el suicidio metiendo su pie izquierdo a un palmo de la línea de gol. Y entonces el equipo de Mendilibar se sintió en casa.
Así lo entendió también Zidane, que fue metiendo titulares (Kroos, Vinicius) y vitaminas (Rodrygo, Arribas). Una reacción con efecto inmediato. La primera acción de Vinicius culminó con un centro preciso que cabeceó Benzema a la red. El lance dejó algunas evidencias: que el francés está imparable (siete partidos seguidos marcando, su mejor racha de siempre), que el brasileño está cogiendo temple y que los desencuentros entre ambos han tocado a su fin. De sociedad imposible a sociedad probable. El resto sólo sirvió para que Arribas, en la insólita plaza de carrilero izquierdo, siguiese llamando la atención. Fin del llano y comienzo de la altísima montaña.