El Espanyol-Logroñés del "que se besen, que se besen"
Pericos y blanquirrojos –el extinto Club Deportivo– protagonizaron en LaLiga 1987-88 uno de los más descarados 'biscottos' de la historia del fútbol.
Aquel 22 de mayo se pudo inventar perfectamente la expresión no apto para cardíacos, pues se decidieron todas las plazas de descenso a Segunda y de promoción de permanencia. Bajaron el Sabadell –ante 5.000 hinchas arlequinados en el viejo San Mamés– y Las Palmas, promocionaron Murcia y Mallorca. Y se desbordaron la tensión y las lágrimas. Excepto en un pequeño reducto donde, pese a la alta probabilidad de abandonar la Primera División en caso de derrota de cualquiera de los dos equipos que se medían, se vivió la última jornada de LaLiga 1987-88 como un remanso de paz. Es más, como una fiesta. El oasis fue Sarrià y el partido, un Espanyol-Logroñés.
A pesar de que no se trataba del mítico Club Deportivo y no del actual Unión Deportiva, que este sábado se estrena en el RCDE Stadium, se recobrará con esta visita algo de halo de aquel fútbol de antaño, de aroma a césped y puro. Aunque cabe esperar que no se recupere aquel descarado ‘biscotto’ que protagonizaron aquella calurosa tarde. Venía el Espanyol de disputar solo cuatro días antes uno de los partidos más relevantes y tristes de su historia, la vuelta de la final de la Copa UEFA ante el Leverkusen –con la derrota en la tanda de penaltis a pesar de haber ido a Alemania con el 3-0 de la ida–, pero con opciones reales de bajar a Segunda. Las mismas que el Logroñés, pues ambos sumaban 32 puntos. Pero, he aquí la gran tabla de salvación, a los dos conjuntos les bastaba con un empate para seguir en Primera.
Que la amenaza del descenso no se percibía por ningún sitio ni se disimuló, con unos prolegómenos que se convirtieron en un homenaje al equipo perico, con pasillo del Logroñés por el subcampeonato en la UEFA, foto sobre el césped no de los titulares sino de toda la plantilla y un ramo de flores que, como agradecimiento a la afición, los jugadores lanzaron a la grada. No se mascaba precisamente la tragedia. Los seguidores, ya durante el partido, estaban más pendientes de corear el nombre de N’Kono que de intuir la sombra de un catastrófico gol visitante. Y viceversa.
Joaquín Urío Velázquez, el colegiado, no tuvo oportunidad de mostrar ni una sola tarjeta amarilla en un encuentro que transcurrió como la seda, sin acercamientos a las porterías rivales más que en dos internadas totalmente estériles de Sebastián ‘el Pipiolo’ Losada, quizá por agradar en su despedida como perico. La que no pudo tener John Lauridsen, suplente muy a su pesar el día de su adiós a Sarrià.
Llegó un punto en que ya nadie se escondía, de modo que la grada de Sarrià acabó cantando el “que se besen, que se besen”, como si de una boda se tratara. La euforia fue desmedida en los jugadores del Logroñés con el pitido final, metiéndose en su papel de salvación épica que en ningún momento había sido. Más comedidos fueron los futbolistas del Espanyol, que un año más tarde sí acabarían consumando su descenso.
Jesús Aranguren, el técnico del Logroñés, trataba de disimular. “¿Resultado pactado? Como no fuera con la Iglesia y las autoridades, no sé”, afirmaba. Y su homólogo perico, Javier Clemente, directamente hablaba a las claras: “Lo importante era asegurar el empate con el mínimo riesgo”. El pasteleo fue tan descarado que se puede equiparar a los célebres República Federal Alemana-Austria (0-0) del Mundial-82 o al Dinamarca-Suecia de la Eurocopa-04 (2-2), casos célebres de ‘biscotto’ como el de este Espanyol-Logroñés que, ni que sea por denominación, vuelve a jugarse este sábado.