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EL CLÁSICO

Koeman, un héroe azulgrana de los Clásicos que está de vuelta

El holandés, que ya había eliminado a los blancos con el PSV, jugó hasta 14 Barça-Madrid: ganó seis, empató tres, perdió cinco y dejó estampas inolvidables como su gol de falta en el 5-0.

Koeman.

Para Ronald Koeman, la rivalidad con el Real Madrid empezó incluso antes de su aterrizaje en Barcelona en el verano de 1989. Durante dos temporadas, el PSV Eindhoven se midió a los blancos en eliminatorias a cara de perro en la vieja Copa de Europa resueltas por detalles. Koeman y el PSV salieron vencedores en 1988 y los blancos, en 1989. Pero aquella derrota en Eindhoven dejó muy tocada a la Quinta del Buitre.

De hecho, puede decirse que Koeman estuvo en las dos derrotas que marcaron el final de la Quinta del Buitre. Buyo reconoció en una entrevista reciente que, además de la dolorosa derrota ante el PSV, la final de Copa de 1990 significó el inicio del declive de una era ganadora en el Madrid. Koeman fue protagonista grande en esa final. Un disparo suyo con veneno no fue atrapado por Buyo. Fue el origen del 1-0 de Amor. La final, tensa, acabó con título azulgrana, Cruyff manteniendo el puesto, amenazado por los dudas de Núñez, y el resto es historia.

Koeman, que participó 14 Clásicos ante el Madrid, ya había entrado con buen pie. En el primero que jugó, marcó dos goles de penalti (uno sobre Eusebio y otro sobre Salinas) en la sexta jornada de Liga de la temporada 1989-90. Pero sus goles más recordados, sin duda, fueron los que consiguió de falta en los Clásicos de LaLiga 1991-92 y 1993-94. Dos cañonazos con el sello del holandés. Fuerte y el palo del portero. Invisibles para Buyo. El segundo se enmarca, además, en la manita de Toni Bruins y el hat-trick de Romario.

Pero Koeman también vivió la cara amarga de los Clásicos, especialmente en el último que jugó en el Bernabéu. Entonces, el Madrid devolvió el 5-0 a los azulgrana, un equipo convertido en un muñeco en manos blancas, y con el holandés desbordado por su amigo y ex compañero Laudrup, además de por un jovencísimo Raúl, Zamorano, Amavisca..., y Luis Enrique, todavía jugador del Madrid por aquel entonces.

A Koeman, pues, no hay que explicarle qué es un Clásico ni qué es lo mejor para la motivación de los jugadores. Él lo ha masticado a las órdenes de Cruyff. Con viejos capitanes como Alexanco, con nuevos canteranos como Guardiola. Aunque no es un Clásico especial, es obvio. Jugarlo a puerta cerrada lo convierte en una rareza histórica. Sin la pasión de la grada del Camp Nou, tan caliente en este partido; sin charla previa al partido. Sin toda la atmósfera que resulta clave para entender el relato histórico de este tipo de partidos.

Pero, dos meses después de llegar al banquillo que siempre soñó, Koeman lleva una buena nota. Ha recuperado formalidad en el vestuario, ha subido la intensidad de los entrenamientos, ha impuesto su principio de autoridad y ha eliminado los privilegios. Ha cambiado el sistema de juego sin que le importe el qué dirán y ha proyectado esa seriedad en el trabajo al comportamiento del equipo sobre el césped. Un Barça sin alharacas, pero que está haciendo un trabajo correcto y compite. Koeman ha recuperado a Coutinho, no ha tenido miedo de anunciar a ciertos jugadores que no contaban o que tendrían menos minutos y ha demostrado coraje para dar minutos a dos chicos de 17 años, especialmente a Pedri, que no había pisado jamás en el planeta Barça. Hasta se diría que su relación con Messi es fría, pero no tóxica, que ya es algo después del tormentoso verano del burofax. Pero Koeman sabe que en Barcelona los Clásicos pesan mucho. Si quiere ser también un héroe en el banquillo, al Madrid hay que ganarle.