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ESPANYOL-ALBACETE | ZALAZAR

“Para un club como el Espanyol era un drama estar en Segunda”

José Luis Zalazar pasó un año para olvidar en el Espanyol también en Segunda, en 1989. Luego, fue el icono del Albacete. Mágico, Francescoli, Iniesta… Una vida de recuerdos.

José Luis Zalazar posa para AS en Málaga.
MARIANO POZO

Brilló en el Albacete, pero se estrelló en el Espanyol en Segunda. ¿Qué pasó esa temporada 1989-90?

Mi fichaje fue muy complejo. Había jugado en el Cádiz, pero tuve que volverme a México, ya que estaba cedido. Yo quería seguir en España y llegó la oferta del Espanyol. Estuve dos meses sin entrenar, por lo que no llegué en la mejor forma posible. Había mucha exigencia y mucha ansiedad. Llegué una semana antes del inicio de Liga y Joanet, el entrenador, me puso a jugar. Yo no estaba bien. Aún había grandes referentes de la UEFA del 88 y se tenía mucha prisa.

¿También en las gradas de Sarrià se notaba esa ansiedad?

La afición estuvo muy intensa con el equipo. Que una institución como el Espanyol estuviera en Segunda era un drama. En los primeros seis meses no estuve bien, pero luego cogí la forma. Aunque cuando mejor estaba me dieron la baja y ficharon a Archibald. Seguí entrenando sin ficha, haciendo grupo. Los compañeros siempre me respetaron, al igual que los empleados como Calzón o María Bosch. Me trataron fenomenal.

¿Cómo digirió esa situación?

En los partidos de los jueves era el mejor… Juanjo Díaz me lo decía: “Te sales y no te puedo poner”. Quiero separar afición y compañeros de la directiva. Lo que más me molestó fueron las formas de Julio Pardo y de su equipo. No me dieron ni la oportunidad de hacer la pretemporada con Luis Aragonés al año siguiente después de haber firmado por cuatro temporadas. Me dijeron que no contaban conmigo y que me buscara equipo. Recuerdo con cariño las palabras de Luis, que me conocía de la época del Cádiz. Me dijo que él me acompañaba a la oficina a buscar una solución, que eso no podía ser.

¿Con qué se queda de aquella época?

Vivía en la calle Roselló, un barrio tranquilo. Barcelona me encantó y me encanta. Es una ciudad espectacular. Tenía a mi hijo pequeño. Y recuerdo con cariño los días en Sarrià y los entrenamientos. N’Kono era carismático, me cambiaba junto a él, y me reía mucho con Gabino.

Y le llega el Albacete, ¿no era un club demasiado modesto por aquel entonces para un campeón de la Copa América como usted?

Cuando el Espanyol me dice de rescindir me salen dos opciones: volver a Peñarol o ir al Albacete, que era un equipo de un ciudad pequeña que ascendía de Segunda B. Me lo pensé bastante, pero tenía claro que no quería volver a mi país. E hice la mejor elección de mi vida. Albacete lo fue todo sin olvidar mis inicios en Peñarol. Y además con Benito Floro.

¿Un innovador en los 90?

Hay una cosa que es vital en el fútbol y que repetiré hasta el día que me muera. Me encontré con un club y con un equipo que eran una familia. Había jugadores de Albacete como un impresionante capitán, que era Catali. Había gente de la casa, que te hacían sentir como un albaceteño más. Hubo un grupo humano importante con un entrenador que era un adelantado a su tiempo, y creíamos en él. Si el equipo no cree en ti no llegas a ningún lado. El estilo de juego era el idóneo para mis características. Caí de pie, con la gente y la ciudad.

¿Por aquel entonces recuerda ver a Iniesta en el fútbol base?

(Sonríe) Cuando acabábamos de entrenar los sábados, incluso los del frío invierno manchego, le decía a un compañero que firmara la convocatoria por mí, que yo iría a ver jugar a ese niño llamado Andrés Iniesta. Iba sudado, ni me duchaba. Luego, cuando íbamos a jugar contra el Barcelona lo veíamos de recogepelotas, y también vino a verme cuando estaba en el Racing. Es una persona impresionante. Además lo entrenaban Catali y otro amigo, así que siempre lo seguí.

Zalazar, con el Albacete.
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Zalazar, con el Albacete.

En el RCDE Stadium reposa su camiseta de homenaje a Jarque cuando marcó el gol en la final del Mundial en 2010.

Ese es Andrés Iniesta, lo dijo todo con ese detalle. No pierde sus raíces y sus amistades. Todo lo bueno que le pase en la vida, lo merece.

Antes de Espanyol y Albacete, Cádiz. Con el Mágico González. ¿Cómo define esa experiencia?

No vi otro jugador como él, y tuve la suerte de entrenar y convivir a su lado. Compartimos habitación muchos partidos. Era un bohemio, muy peculiar, de tan bueno que era, era malo para él. Pero fue y sigue siendo feliz. Yo estaba en el campo ese día de Valencia, cuando en el Luis Casanova 40.000 personas sacaron pañuelos después de su golazo. Sabiendo como es esa afición, que es espectacular pero exigente... Vi cosas de Mágico que no he visto más. Viéndolo entrenar agarraba una naranja o un limón y las dominaba.

¿Y fuera del campo?

Hay muchas anécdotas. Los días antes de los partidos podíamos ver la tele en la sala del hotel hasta las 00:00. Yo siempre me dormía tarde, me ponía nervioso antes de un partido. Un día, cuando llego a la habitación, veo a Mágico con una toalla en la cabeza. Hacía frío en Cádiz. Y con la sábana y la colcha hasta la nariz. Al día siguiente estaba en la misma posición. ¡Solo tuvo la nariz descubierta! Cómo pudo dormir así.

Un ídolo en Cádiz, una persona generosa, cuentan.

Mucho. Recuerdo otro día con Víctor Espárrago, un grandísimo entrenador al que quiero mucho. Mágico andaba siempre con un enano, que también venía a los entrenamientos. Y Víctor no le dejaba entrar durante la sesión, solo al final. Utilizábamos unos balones que se llamaban Tango, que eran más grandes, y todos de broma intentábamos hacerle caños al enano. Nadie pudo. Agarró Mágico el balón, y cuando el enano le entró, la pisó como solo él hacía y le hizo un caño. Era imposible.

Seguimos caminando hacia atrás, a 1986. Su debut en un Mundial.

Solo jugué 35 minutos con la buena Dinamarca, un mal recuerdo. Tenía 23 años y perdimos 6-1. El equipo había vivido antes un proceso de cuatro o cinco meses que fueron espectaculares. La gente decía que esa era la mejor selección de Uruguay, pero había problemas de pensamiento que se le trasladaron al campo. El año siguiente ganamos la Copa de América a la Argentina de Maradona…

¿Qué tipo de problemas?

Problemas de convivencia, de cosas que pasan en el fútbol. No había soluciones.

En esa selección estaba Francescoli. ¿Qué jugador destaca usted de la historia de Uruguay?

Francescoli fue un fenómeno como persona. Siempre tuvo un perfil bajo y humilde. Como jugador era extraordinario, estuve con él en concentraciones y compartía habitación. Solo te puedo decir que es uno de los grandes que vi, pero me quedo con otro, Fernando Morena. Lo fue todo para mí: ídolo, compañero, padre… Cuando yo empezaba en el 80 él volvía del Valencia. Me llevó en volandas, y eso que debuté con 16 años.

¿Cómo fue ese trayecto hasta el debut?

Mi vida es un balón. Desde que tengo uso de razón juego en la calle, en el club, mis padres me llamaban de noche para que volviéramos a casa. Mi adolescencia es la de una persona que vive para el fútbol. El fútbol me dio todo lo que soy.

José Luis Zalazar.
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José Luis Zalazar.MARIANO POZO

¿Fue una infancia con dificultades sociales y económicas?

Mi recuerdo es espectacular hasta los nueve años, pero luego dio vuelta la convivencia de mis padres. Lo pasé mal, se separaron. En los estudios solo cumplía. Tuve la suerte de que a los 14 años fui a una residencia de Peñarol.

¿Esa pasión por el fútbol le llegó de las historias del primer Mundial de Uruguay o del Maracanazo?

Crecí con eso. Tuve la suerte de que Roque Gastón Máspoli, que había sido campeón en 1950, fue mi entrenador. También conocí a Gigghia. Un uruguayo nace y muere con el recuerdo del 50. Con el Maracanazo. Eso es histórico, es historia, y cada homenaje que se hace me llena de satisfacción.

Y de ahí a ser historia viva del Albacete y de LaLiga, también en Uruguay. ¿Cómo aprendió a golpear tan bien el balón?

Me crié jugando descalzo. Siempre tuve ese don y lo fui perfeccionando. Cuando estaba en Santander, por ejemplo, la estrategia la hacía descalzo. Marcos Alonso, el entrenador, alucinaba, me decía que cómo lo hacía. Yo sabía la sensibilidad que debía darle al balón. Cuando acababa el entrenamiento, Correa y yo nos quedábamos a golpear descalzos. Era algo bonito de ver. Guardo un recorte de prensa de Canales, en el que aseguraba que vernos golpear desde las gradas era un recuerdo de su niñez. Además, no fallábamos. La fortuna me llevó a meter esos 75 goles.

¿Cree que ahora no hay tantos jugadores con esa virtud?

Ahora se juega más en corto, por dentro, la posesión es importante a la hora de desarrollar el juego. Antes jugábamos con dos extremos rápidos, jugadores específicos, se jugaba más en largo. Yo sigo siendo de la vieja guardia, me gusta que se juegue a veces en largo. Xabi Alonso, Sergio Ramos, Beckham… Koeman golpeaba fenomenal, Roberto Carlos… Ese fue y es mi fútbol.