Cuando todo es diferente
No cabe duda de que el COVID-19 ha marcado un antes y un después en nuestras vidas y el fútbol no es una excepción. Osasuna regresaba a El Sadar 101 días después. Y el ambiente nada tenía que ver. El 8 de marzo se midieron al Espanyol, con un ambiente espectacular. Este miércoles las gradas vacías y el campo, en plenas obras de remodelación, únicamente unos pocos medios de comunicación como espectadores. A las diez en punto sonaba el himno del club rojillo y ambos equipos saltaban al terreno de juego, pero no hubo aplausos, ni los rojillos sintieron el calor de la afición. Antes de que diera comienzo el partido se guardó un minuto de silencio por las víctimas del COVID-19.
Resulta curioso como con el campo vacío se escucha cada grito, cada golpeo de balón, las indicaciones de los entrenadores, los pitidos del colegiado, nítidos.
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David García recibe un golpe, el colegiado del encuentro advierte al colchonero al que se le escucha claramente protestar. Las indicaciones que se dan los jugadores entre ellos se escuchan con claridad.
En el minuto 26 anota Joao Félix y lo único que se escucha son las narraciones de los diferentes periodistas radiofónicos, que casi al unísono cantan el gol. En el minuto 30 llega el silencio, se para el partido para que los jugadores se hidraten. Los entrenadores aprovechan para dar instrucciones. Los jugadores rojillos se hablan entre ellos llamándose por sus motes, Chino (David García) o Muro (Unai). El primer tiempo está a punto de acabar, el Atleti va a sacar un córner y Rubén pide tensión. Llega el descanso y por megafonía suena la música de 'El equipo A', sólo que en esta ocasión no hay nadie que la coree.
Comienza el segundo tiempo. Suena Barricada 'No hay tregua', pero no hay aplausos, ni gritos de ánimo para los rojillos. Les falta su jugador número 12, su afición, la que empuja desde el minuto uno hasta el pitido final. Unas lonas con imágenes de la afición cubren las gradas derruidas del feudo navarro. Los pamploneses se animan entre ellos: ‘Vamos, rojos’. Y los colchoneros hacen lo propio; ‘Vamos, vamos’, jalea Oblak a sus compañeros. En el minuto 55, llega otro gol visitante, otra vez Joao Félix, que lo celebra y se escucha el chocar de las manos de sus compañeros, mientras los jugadores de Osasuna tratan de animarse.
Los minutos van pasando y los gritos de los jugadores y los golpeos de balón continúan escuchándose nítidos. Enric Gallego comete una falta y ve la amarilla, pero él comenta al árbitro: ‘No lo he tocado’. Llega el final y no hay aplausos, sólo la alegría de los colchoneros que se marchan de Pamplona con tres puntos en la maleta. En el minuto 78, llega el tercero de los del Cholo, obra de Llorente. Se escuchan los gritos de alegría de los madrileños. Y llega el cuarto, obra de Morata, tras revisión del VAR. Y después llegó el quinto, obra de Carrasco. La victoria visitante es un hecho.
Definitivamente ver un partido a puerta cerrada hace que el fútbol pierda su esencia. Cuanto menos resulta extraño no escuchar la pasión de los hinchas, que no empujen a su equipo. El fútbol a puerta cerrada es menos fútbol.