Un año del Big Bang de Liverpool
El Barça sufrió el 7 de mayo de 2019 en Anfield una de las derrotas más dolorosas de su historia, que coincidió con otro cumpleaños negro, el de la final de Sevilla ante el Steaua.
Ya se ha filmado un capítulo de un documental (Matchday), pero es posible que algún día se escriba un libro. Este jueves hace un año del Big Bang de Liverpool, una de las derrotas más dolorosas de la historia del Barça que coincidirá ya para siempre, curiosamente, con el aniversario de la derrota en la final de la Copa de Europa de 1986 ante el Steaua. Seguramente, y junto a la final de los palos Berna, en 1961, los tres golpes más duros de la historia del club, más incluso que la final de Atenas ante el Milán de 1994. Anfield, Sánchez Pizjuán y Wankdorf, estadios para siempre malditos.
Lo de Liverpool, sin embargo, exploró los límites de un desastre. Nadie, absolutamente nadie, podía pensar que el Barça podía quedar eliminado en Anfield. O tal vez sí. Los mismos jugadores. Los entrenamientos posteriores al 3-0 de la ida en la mayor exhibición de Messi desde la semifinal de 2015 ante el Bayern, habían tenido muy poco de eufóricos. Una especie de preocupación envolvía el trabajo de los futbolistas. Sólo Suárez era capaz de recordarles a los jugadores que ir a Anfield tampoco era el fin del mundo. Y que llevaban tres goles de ventaja... Además, el Barça ya había ganado LaLiga, lo que permitió a Valverde dar descanso a todos sus titulares en Vigo. Y mientras los titulares azulgranas preparaban el partido en una atmósfera de balneario de Sant Joan Despí, el Liverpool se jugaba la vida en Newcastle, donde dos nombres adquirieron protagonismo. Salah se lesionó y Origi, un semidesconocido para el gran público, marcó en el 86' el gol de la victoria en St James' Park (2-3).
El entrenamiento previo al partido pareció una verbena. Después de la rueda de prensa de Suárez y Valverde, el césped se llenó para ver los quince minutos a puerta abierta de los jugadores. Lo que más impactaba de la escena no era el más de centenar de periodistas que lo veía desde la grada, sino la cantidad de gente que se arremolinaba en la salida del vestuario, casi para hacerse fotos con los héroes. El Barça había llenado un chárter con familiares, compromisos, directivos y familiares de directivos. Valverde miró espantado y con cara de asombro la escena, que incluía fotos con los jugadores antes de empezar a trabajar. No parecía la mejor forma de entrenarse pero pelillos a la mar. Quién podía ponerse en lo peor.
La noche previa, Liverpool ya estaba llena de barcelonistas. Pero las conversaciones en las cenas y en el Cavern no tenían que ver con el supuesto trámite de Anfield, sino con las gestiones para conseguir entrada para la final del Wanda. Klopp y Alexander-Arnold habían hablado en la rueda de prensa y, como el año anterior en Roma con Nainggolan o Di Francesco, no se habían entregado. Pero como a la Roma, nadie les había hecho caso
El día siguiente amaneció algo desapacible en Liverpool, pero a quién le importaba en el hotel Hilton. Allí, con todos los lujos, debía pasar el Barça las últimas horas antes de pisar la final cuatro años después. Era su momento. El Liverpool, mientras, se había concentrado en el Hope Street Hotel, que estaba en la calle que lleva el mismo nombre: "esperanza". Salah, que luego aparecería en Anfield con la famosa camiseta del Never Give Up no se presentó y se eliminaron las teorías de las conspiración que aseguraban que el egipcio era el arma secreta de Klopp. Jugaría Shaqiri.
Algo mágico rodea siempre Anfield y esa noche no fue distinto. Pese a la tremenda ventaja del Barça en la ida, pese a las bajas del Liverpool, había una electricidad tremenda en el campo. La entrega de la afición en los minutos previos al partido podía entenderse como el reconocimiento a un equipo que lo había dado todo y que parecía que se iba a quedar las puertas de la Premier, otra vez y de la Champions. Pero había algo más. Podía masticarse que allí podía pasar algo, más cuando el Barça se metió solito en la cueva en los primeros cinco minutos. En el vestuario, Messi mandó un mensaje que parecía de atención y de motivación, pero que pudo volverse en su contra. "Lo de Roma fue sólo culpa nuestra". Quería despertar a sus compañeros, avisarles de que salieran de puntillas al campo. Pero tal vez el mensaje terminó siendo contraproducente y lo que despertó fueron viejos fantasmas. Aunque, seguramente, los fantasmas ya estaban en las cabezas de todos.
Cuando el Liverpool hizo el 1-0, las imágenes de Manolas pasaron por delante de todos los jugadores del Barça que, sin embargo, salieron bien del trance. Por la importancia de los hechos, se ha olvidado que el Barça se repuso bien pasado el cuarto de hora y debió llegar con la eliminatoria liquidada al descanso. Messi, cuya cabeza fue zarandeada con maldad por un lamentable Robertson en la primera jugada del partido, dejó solo a Coutinho y Alba. Alisson Becker, el portero que Monchi vendió a Klopp, hizo dos paradas que le valieron la consideración meses después de mejor guardameta del mundo. El partido se fue, por puro accidente, con 1-0 al descanso y con Robertson, un puñal por la banda izquierda, lesionado. A Klopp se le encendió la bombilla y metió en el campo... a Wijnaldum. "Du-duh, Du-duh, Wij-nal-dum", cantó Anfield. Mientras Klopp, se supone, daba voces, Alba lloraba en el vestuario. ¡Con 1-0! Valverde sacó rabia y pidió a sus jugadores salir de la primera presión de los reds y matar el partido al contragolpe. Todos lo sabían. Un gol cerraba la eliminatoria.
Cuando fue a empezar la segunda parte, era imposible no recordar a Shankly, que en una de sus frases célebres dijo que él había visto meter goles a The Kop. Tanto como lo había visto salvarlos. Hacia la portería de The Kop empezó a atacar el Liverpool. Wijnaldum y Origi, en uno de los goles que están ya en la leyenda negra del Barça y que no merece ni descripción porque dio la vuelta al mundo tanto como el 4-0, dejaron en shock al Barça. 4-0. En el último gol no estaba mirando el 80 por ciento de los jugadores. Tampoco el 80 por ciento de la afición ni el 80 por ciento de los periodistas, o más, que preparaban sus crónicas en el 'intering' antes del lanzamiento de Alexander-Arnold.
Aquel Barça desnortado, ese Messi negando con la cabeza mientras miraba el fondo donde la afición azulgrana asistía atónita al desenlace del partido; ese Ter Stegen entre lágrimas pidiendo perdón... Durante muchas ocasiones esta temporada (Granada, Bilbao dos ocasiones, especialmente la Copa, Madrid) da la sensación de que aquel Barça se quedó en Liverpool. Que allí se cerró un ciclo. A las 0:30 horas, Michael Robinson estaba reflexionando en la zona de trabajo de los periodistas: “Menos mal que he venido...”.
Un par de semanas después, el Barça también perdió la Copa del Rey en el Benito Villamarín ante el Valencia. Se habló entonces de una revolución total pero lo cierto es que un año después nada ha cambiado en el Barça. Ter Stegen, Sergi Roberto, Piqué, Lenglet, Jordi Alba, Busquets, Vidal (Arthur), Messi y Suárez siguen en el equipo y siguen siendo titulares. Rakitic ha sido sustituido por De Jong y Coutinho por Griezmann. Lo de Liverpool pudo ser un fin de ciclo, pero el vestuario no ha limpiado como se insinuó en las horas posteriores al desastre de Liverpool. Sólo se atacó a la figura más débil, Ernesto Valverde, que luchó por estirar hasta donde pudo la salud y la frescura de sus jugadores. Y que sólo perdió dos partidos de Champions en sus dos años y medio en el Barça. Dos derrotas, sin embargo, devastadoras, que zarandearon todos los cimientos de un Barça que, pese a todo, no cambió porque vive en la era Messi y hasta que Messi no diga basta alargará ese ciclo.
El 7 de mayo, sin duda, es el cumpleaños negro del Barça. El de la derrota en la final de la Copa de Europa ante el Steaua. El del 'Titanic' en Liverpool.