La gran remontada de 1961
El Espanyol, que iba perdiendo por 2-0 en San Mamés, dio la vuelta al marcador para evitar el descenso, en una dramática jornada final el 30 de abril.
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Era octavo, de 16 equipos, el Espanyol cuando Alejandro Scopelli cedía el testigo a Ricardo Zamora, tercer técnico de una temporada que había comenzado con Ernesto Pons en el banquillo. A pesar de su apodo de la época de portero universal, el ‘Divino’ no solo no fue capaz de mantener una posición tranquila, sino que empezó a recorrer un camino sinuoso que dejaba al Espanyol en el abismo a falta de disputarse la última jornada. Era el 30 de abril de 1961, tal día como este jueves.
Espanyol, Racing, Oviedo, Elche y Valladolid pugnaban por evitar un puesto de descenso directo (otro lo tenía ya asignado el Granada) y los dos de promoción. Y los pericos visitaban un estadio tan temible como San Mamés, con la siguiente alineación: Visa; Argilés, Sastre, Dauder; Campos, Barbera; Ernesto Domínguez, Muñoz, Indio, Recamán y Camps. Tanto pesaban los nervios en las piernas, que Campos se asestó un gol en propia meta a los cuatro minutos. Se vislumbraba la tragedia. Y más cuando, poco después, Marcaida anotaba el 2-0 para el Athletic Club.
La derrota en Bilbao era letal combinada con el 0-1 que el Oviedo marcaba en el Camp Nou, obra de Luis Aragonés, y que situaba al Espanyol en zona de promoción. Solo faltaba que Valladolid y Elche metieran un gol para que los pericos estuvieran en Segunda. Y cierto es que la escuadra asturiana ganó sospechosamente al Barcelona por 3-5, lo que desembocaría en una queja del Pucela ante la Federación. Pero el resto se pudo corregir.
Lo consiguieron entre Indio, fallecido muy recientemente, y Ernesto Domínguez, quien a la media hora igualaban en San Mamés y alejaban provisionalmente los nervios. Un autogol de Aguirre en la reanudación, tratando de repeler un chut implacable de Muñoz, dejaría definitivamente en Primera al Espanyol.
Un 2-3 y una permanencia que se celebraron a lo grande en Barcelona. A la mañana siguiente, minutos después de las diez, la expedición llegaba al apeadero de Paseo de Gràcia con un recibimiento a la altura, entre vítores y abrazos. Aquel Espanyol, sin embargo, no aprendió la lección y descendería la temporada siguiente por primera vez en su historia.