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REAL ZARAGOZA / HISTORIAS DE SEGUNDA (XXVII)

Alierta, el presidente que levantó al Zaragoza de la ruina

Resolutivo y de genio vivo, se hizo cargo de un club en bancarrota y en Segunda División y lo dejó en Primera, con la caja llena y con La Romareda. Se fue del cargo, cosa extraña en el mundo del fútbol, con una gran ovación.

ZaragozaActualizado a
Cesáreo Alierta, décimo presidente de la historia del Real Zaragoza.
ÁNGEL AZNAR

Cesáreo Alierta Perela nació en Zaragoza el 9 de diciembre de 1909. Abogado y empresario. Y décimo presidente de la historia del Real Zaragoza. Cursó el Bachillerato en el Colegio Santo Tomás de Aquino antes de licenciarse en Derecho por la Universidad de Zaragoza. De ideología maurista, el 18 de julio de 1936 le sorprendió cuando estaba preparando una oposición a judicatura, pero no dudó en presentarse inmediatamente voluntario en el Ejército Nacional, primero como alférez de complemento jurista en el regimiento de infantería ‘Gerona’ y enseguida como teniente en una compañía de la Legión y más tarde en una de guardias de asalto. Combatió en el Frente de Aragón y Cataluña durante toda la Guerra Civil y fue herido en dos ocasiones en el estómago, la primera en Farlete y la segunda en Tardienta, por lo que recibió diversas medallas y condecoraciones.

Acabada la contienda bélica, y tras una breve estancia militar en Barcelona, contrajo matrimonio y se hizo cargo de Maderas Izuel, la empresa de su suegro en Jaca. Y en la capital del Pirineo, donde levantó de la ruina al Casino Unión Jaquesa, vivió hasta 1950, cuando decidió establecerse definitivamente en Zaragoza y dirigir desde allí el próspero negocio familiar, que amplió muy pronto con el Garaje Oroel y un negocio de venta de electrodomésticos.

Abierto, cordial y entusiasta, pero resolutivo y de genio vivo a la vez, el fútbol fue siempre su gran pasión. Tenía el número de socio 237 del Real Zaragoza y en su juventud también había sido seguidor del Iberia cuando se incorporó el 24 de abril de 1951 como vocal en la última junta directiva de Julián Abril, al que sucedió el 11 de diciembre de 1952, al ganar unas elecciones por sufragio directo y universal, las primeras de la historia del club. A Alierta le tocó afrontar los restos del naufragio del Zaragoza ‘millonario’ y heredó una deuda de más de diez millones y medio de pesetas, una cifra tremenda para la época, y también una huida masiva de socios por el descenso del equipo a Segunda. Pero con seriedad, firmeza y serenidad se puso manos a la obra, descartando desde el principio la posibilidad de que el Real Zaragoza corriera riesgo de disolución. “No tengáis miedo. La situación no es clara y el presente tiene muchas dificultades, pero el Zaragoza no puede morir, porque hay muchos dispuestos a sacrificarse por él”, les dijo a los socios en su memorable y recordada intervención en la asamblea general del 28 de marzo de 1953 en el Frontón Aragonés, cuando el pesimismo se había extendido por toda la afición.

Cesáreo Alierta organizó al Real Zaragoza como si fuera una sociedad anónima, ejecutó a rajatabla un riguroso plan de saneamiento económico, aun a costa de perder popularidad entre la masa social, y planificó un ascenso a Primera División sin prisas ni indigestiones. Desde el primer momento anunció sus intenciones de vender Torrero y fue a un acuerdo con el Ayuntamiento para construir un nuevo campo de fútbol, gracias a su vieja y sólida amistad con el alcalde Luis Gómez Laguna.

El 26 de junio de 1956 el Real Zaragoza regresó a Primera División después de un partido de infarto en Mendizorroza y diez días después Alierta hizo público que la deuda había quedado reducida a apenas dos millones de pesetas, después de dos ejercicios consecutivos con superávit, lo nunca visto desde la fundación del club.

Cesáreo Alierta, con la banda de alcalde de Zaragoza.
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Cesáreo Alierta, con la banda de alcalde de Zaragoza.

Finalizado oficialmente su primer mandato, el 20 de diciembre de 1956 se celebró una asamblea general extraordinaria de socios compromisarios para dar a conocer la fórmula de la designación de la nueva junta directiva. Pero ocurrió un hecho sin precedentes en la historia del Real Zaragoza, al levantarse un compromisario, Nicasio García Gracia, y pedir, con frases veladas por la emoción, en nombre de todos los socios que no se celebraran elecciones y que Alierta continuara en la presidencia. Inmediatamente, otros compromisarios hicieron suya la propuesta y al final el acuerdo fue tan fervoroso como unánime. Como el caso no estaba contemplado en los estatutos del club se decidió buscar una ingeniosa solución, consistente en redactar una propuesta de reelección firmada por todos los compromisarios. A ese pliego de rúbricas le dio validez en el mismo acto el presidente de la Federación Aragonesa de Fútbol, Eduardo Baeza Alegría. Y el 7 de junio de 1957 se celebró una asamblea general ordinaria en la que se confirmó la reelección de la junta directiva.

Nueve meses después, el 8 de septiembre de 1957, fue inaugurada La Romareda, que sería el trampolín definitivo que necesitaba el Real Zaragoza. Pero la temporada 1957-58 fue muy decepcionante en lo deportivo, con la dolorosa destitución de Quincoces y su relevo por Casariego, y con el equipo finalizando el campeonato antepenúltimo. Y el 27 de abril de 1958, inmediatamente después de un angustioso partido frente al Jaén que decidió la salvación matemática del Zaragoza, Alierta anunció por sorpresa su dimisión, aduciendo cansancio y la finalización de un ciclo, cuando ni él ni su junta directiva no estaban ni mucho menos cuestionados por la afición: “Hemos llegado a la meta que nos habíamos propuesto. Son cinco largos años de constante trabajo, y hemos conseguido nuestro objetivo: dejamos al equipo en Primera División, con un gran campo de juego, sin deuda y con un importante superávit en este ejercicio... Ha llegado el momento de irse y de dejar paso a otros”, dijo al comunicar su adiós.

Alierta y su junta directiva permanecieron en sus cargos hasta las elecciones de compromisarios del 4 de junio de 1958, en las que el empresario Faustino Ferrer ganó al arquitecto José Descartín por 82 votos contra 35. La elección tuvo lugar en un abarrotado Cine Fuenclara, y Cesáreo Alierta fue recibido con una larguísima ovación, la misma que recibió cuando fue nombrado por unanimidad presidente honorario, tras haber desglosado el balance del ejercicio 1957-58, que dejó un beneficio de 2.730.000 pesetas, además de la cancelación de toda la deuda histórica.

Alierta, en pleno discurso en la recepción en el Ayuntamiento con la Copa de 1966, flanqueado por el presidente Waldo Marco y el capellán del Real Zaragoza, Juan Antonio Gracia.
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Alierta, en pleno discurso en la recepción en el Ayuntamiento con la Copa de 1966, flanqueado por el presidente Waldo Marco y el capellán del Real Zaragoza, Juan Antonio Gracia.

A las doce de la noche, Alierta dio paso entre aplausos a la junta general extraordinaria de socios, convocada expresamente para la elección del nuevo presidente, repitiendo en su despedida su célebre sentencia de 1953 en el Frontón Aragonés: “El Zaragoza no puede morir, porque hay muchos dispuestos a sacrificarse por él”. Y añadió: “Salvamos al Zaragoza de su desaparición, porque la afición nos ayudó. Todo se lo debemos a la afición. Mi mayor satisfacción es que se nos recuerde con cariño. Pusimos nuestra máxima ilusión en hacer del Zaragoza un club digno. Y se han cumplido todos nuestros deseos. Dejamos más de dos millones y medio de pesetas en caja, La Romareda y el equipo en Primera División. La Romareda es la base del nuevo resurgir del Zaragoza. Nunca agradecerá el aficionado que el ayuntamiento presidido por el señor Gómez Laguna haya tenido una visión tan clara de la magnitud que representa el fútbol”.

Pero sería un lujo imperdonable no consignar en estos apuntes biográficos la frase con la que Cesáreo Alierta, uno de los tres presidentes más relevantes de la historia del club, junto a Waldo Marco y Alfonso Soláns padre, retrataba su propia condición de seguidor del Real Zaragoza: “Yo entiendo el zaragocismo como expresa el cariño a su familia un íntimo amigo mío: con los hermanos se debe estar siempre, hasta en el deshonor”.

Retirado de la primera línea del fútbol, pero asiduo cada domingo en su localidad en La Romareda, Alierta fue elegido el 27 de noviembre de 1960 concejal del Ayuntamiento de Zaragoza por el tercio familiar, y el 28 de febrero de 1966 sucedió en la alcaldía a Luis Gómez Laguna. Se mantuvo en el cargo hasta el 26 de mayo de 1970 cuando fue nombrado alcalde el ginecólogo Mariano Horno Liria. Alierta fue también procurador en Cortes de 1964 a 1967.

Padre de seis hijos, Cesáreo Alierta falleció en Zaragoza el 17 de abril de 1974 de un ataque al corazón cuando se encontraba en su tertulia de café, con sólo 64 años.