Dos años del 'meteorito' Salisu
El ghanés jugó su primer partido oficial como blanquivioleta hace 730 días con el juvenil de División de Honor y hoy lo hará en el Camp Nou.
La noche había caído, pero los focos iluminaban su trote y ponían brillo a su sonrisa. Mientras abría los brazos celebrando su primer gol en Primera, Salisu encontró la complicidad de 20.000 almas. La fe que le tienen se la demostraron algunos antes que nadie cuando apostaron por su fichaje por el Real Valladolid. Y cómo han cambiado las cosas: en el Camp Nou celebrará dos años de su primer partido oficial vestido de blanquivioleta.
Puede parecer difícil de creer que nadie afirme que entonces se adivinaron algunas de las cualidades que le han convertido en la mayor irrupción en años, pero lo cierto es que así fue. Su físico ya imponía (más aún tratándose de la categoría juvenil), su fuerza y exuberancia le convirtieron en un muro que el CD Diocesano no pudo escalar y la exhibición fue la primera de unas cuantas a las órdenes de Víctor Fernández.
La barrera idiomática no fue un impedimento para que el vestuario lo recibiera como festejó el tanto ante el Eibar: con los brazos abiertos. Su timidez encontró el abrigo del grupo y de un cuerpo técnico que entendió que, ante el cambio radical de vida que había experimentado, necesitaba cariño. No era extraño ver al cuerpo técnico o a Alberto Marcos bromear con él; después de todo, como se suele decir, el lenguaje del fútbol es universal.
Y Salisu lo 'habla' con fluidez, tanta que no tardó en debutar con el Promesas. Su estreno en Segunda B fue mucho más aciago que en Primera. Quién lo diría, le pesaron los nervios, y aunque fue titular, fue sustituido a los 38 minutos después de que el filial encajara dos goles. Eso no impidió que sobre sus hombros se cimentara la mejoría defensiva de un equipo que ya jamás abandonó, y que si se acabó salvando fue en parte gracias a él. Al final del curso su suma de minutos fue mayor en Segunda B (1.101 en 13 partidos) que en la División de Honor juvenil 930 en 11 encuentros).
En el verano de 2018 todo empezó a precipitarse. La dirección deportiva apostó por su renovación, hizo la pretemporada con el primer equipo, Sergio dijo que sería el cuarto central y componente de su plantilla, debutó en Copa del Rey, confirmó en el filial su irrupción meteórica… Todo un año después de llegar a España y de dejar atrás los campos de tierra de su país. Mientras eso sucedía, cada vez más voces hablaban de él y más gente lo conocía.
Nada que ver con la atención que acaparó después de su partido en el Bernabéu o de secar a Morata y a Diego Costa en Zorrilla. Nada que ver con las miradas que acaparará en el Camp Nou, después de su gran inicio de temporada. Nada que ver con lo que podría haber sucedido si Calero no hubiera sido vendido al Espanyol, si antes de eso se hubiera marchado cedido o si Sergio no hubiera sido valiente al premiar el talante y el rendimiento de un jugador tan joven. Con talento, sí, pero con una historia que habría sido bien distinta si no se le hubiera prestado atención cuando comenzó a escribirla con la misma sonrisa tímida que esbozó contra el Eibar. Desde hace dos años, vistiendo de blanco y violeta.