—¿Qué le pondría al Rayo-Lugo en La Quiniela? — Con el corazón evidentemente un 1, pero también con la cabeza. El Rayo se ha mostrado muy fuerte en casa durante todo el año. Cuando llega el final hay nervios, pero seguro que se va a conseguir el ascenso.
—¿Qué le ha podido pasar en sus dos últimos tropiezos? — Entra en juego todo. El cansancio después de toda la temporada y los nervios de última hora. La ansiedad la he visto muy clara en los dos últimos partidos del Sporting. Cuando fallaban un balón frente al Barça B en la primera parte ya parecía que habían perdido el duelo. Eso hay que saberlo manejar. Y los rivales también están peleando por sus objetivos.
—¿Imaginaba que Míchel pudiese llevar al Rayo hasta aquí? — Sí. Lo conozco muy bien futbolísticamente, sus ideas. El Rayo ha sido el mejor de la segunda vuelta. Juega bien, es intenso en la presión... todo eso es mérito suyo, que ha convencido a los futbolistas de que así pueden llegar a Primera.
—Hábleme de Míchel. — Recuerdo su vuelta al Rayo con Míchel (el ex del Madrid) como entrenador en Segunda B. Yuma, los otros canteranos y yo le mirábamos y se nos iluminaba la cara. Habíamos crecido esperando al bus y escuchando a los del primer equipo diciéndonos: ‘¿Qué pasa? ¿Dónde jugáis hoy?’. He aprendido mucho de él no sólo como futbolista, también como persona. Es un ejemplo. Estoy feliz de que le vayan bien las cosas.
—Míchel siempre le definió como la alegría del vestuario. — Me gusta convivir. Tengo una dedicatoria suya que decía que, a pesar de la diferencia de edad, habíamos aprendido mucho el uno del otro. Que eso te lo diga alguien como Míchel, que es mucho más viejo (risas), es un halago. Estoy orgulloso de ser su amigo.
—Se han cumplido siete años del último ascenso a Primera esta semana. — Me acuerdo perfectamente del vídeo que nos pusieron antes de salir al campo. Estaba con Mendoza, el capitán del Xerez, en el sorteo de campo y lloraba todavía. Me preguntó qué me pasaba y no sé ni qué le dije. Y ya después del tercer gol, en otro córner, casi en el 90’, me cubrió otra vez Mendoza y me dijo: ‘¿Pero otra vez estás llorando, hijo mío?’ (risas).
—Aquello fue una gesta por la situación económica del club. — Yo tenía 23 años y vivía donde mi madre, no tenía problema. Pero había compañeros que llegaban al vestuario y decían: ‘Chicos, lo siento. Como siga la cosa así, me tengo que volver a casa. Estoy en Madrid pagando un alquiler y, además, una hipoteca en mi ciudad y no puedo continuar así’. Todos nos olvidamos de eso al saltar al campo.
—¿Y cómo vive un ascenso Vallecas? Mucha gente cree que usted es vallecano... — Viví hasta los 11 años en Villaverde y luego nos mudamos a Getafe, pero desde los 9 estuve jugando en la cantera del Rayo. He pasado más tardes en Vallecas que en mi barrio. En Sevilla y Valencia me decían el vallecano y casi lo soy. Aquel día del ascenso lo recuerdo como en una nube, desde que me levanté. Por muchos años que pasen y muchas cosas que viva no lo olvidaré nunca. Era un sueño devolver al Rayo a Primera, donde le vi siendo pequeño.
—Su venta fue una inyección económica vital para el club. — Sin duda. Quería irme al Sevilla porque deportivamente era bueno para mí y que llegase dinero para el Rayo porque iba a ser una parte de la solución para la viabilidad del club.
—¿Qué es el Rayo para usted? — Es donde he crecido y me he formado, como futbolista y persona. Mis valores los adquirí ahí. Lo que soy es por culpa del Rayo y por la gente que ha trabajado en él.
—¿Volverá a Vallecas? — Cuando me fui una de mis ilusiones era regresar y lo sigue siendo. Ahora me han preguntado en Valencia, ¿el Levante debe tener miedo de que suba el Rayo porque te toque el corazón? El Rayo siempre lo hará, otra cosa es que se den las cosas para volver este año, el siguiente… Nunca se sabe.
—También es la ilusión del rayismo… — La gente me lo dice y desde la distancia siempre estoy pendiente. Me siento un rayista más. Cuando estaba concentrado en Alemania veía los partidos en el Ipad y me decían: ¡Pero ese equipo cuál es! (risas).