Oblak y poco más
Griezmann marcó en el segundo 38 de partido y después el Atleti se confió. El Málaga apretó en la segunda parte pero se topó con el portero. El Barça, a seis puntos
A los cuarenta segundos, el nombre del Cholito ondeaba, rojiblanco, en La Rosaleda. Lo llevaba Griezmann en las manos. Era la celebración del 0-1, el gol en el primer balón del partido, que era del Atleti, un balón de Saúl en la frontal que dio en la mano de Keko y quedó muerto para el más listo, y el más listo siempre es Griezmann. Envió el balón a la red de Roberto con un toque sutil. Estaba solo. Luis Hernández e Ignasi Miquel le habían dejado pasar como si fuese un amigo. El toque en Keko había desbaratado su plan, el fuera de juego. Ellos se lamentaban, el francés ya los había dejado atrás. Por delante sólo una cosa, el banquillo, la camiseta en honor a Cholito Barberá, directa al tercer anfiteatro. Allá donde ya le cuidan, seguro, Luis, Rivilla, el Pechuga y los demás.
Oblak y poco más
En una jugada, un Atleti ambicioso, vertical y al ataque, se notaba la vuelta de Filipe, su salida de balón, había pillado a contrapié a ese Málaga fortalecido con José González en defensa. Pero nada hace pequeño a uno que la pérdida de la confianza. Y el Málaga empezó cobijándose en el área de Roberto, como si sus guantes fuesen gruesos muros románicos, capaces de aguantar vientos, mareas y los despistes en defensa cada vez que el Atleti encaraba.
Si su ataque eran chispazos, un cabezazo fuera de Ideye tras centro de Rosales, ninguno amenazaba a un Atleti que vivía tranquilo en su 0-1. Habían bajado el balón al verde Saúl, Gabi y Koke y se divertían jugando con él. Iba y venía constante Vrsaljko por su banda, siempre con la bota dispuesta para enviar un centro de gol. Pero todas las jugadas terminaban en una sola forma de ataque: el balón colgado. El más peligroso fue ese que salió Roberto a despejar derribando a Giménez. Así inquietaba, así, sin más disparos a puerta.
El 0-1 permitía sestear. Ayudaba la hora, tan de siesta. Y el rival, desdibujado, plano, un arañar sin uñas: sólo se plantaría otra vez más ante Oblak en la primera parte. Lo llevó Keko, el más activo de ellos, se lo envió, fácil, a las manos al portero. El Málaga seguía con la ternura de un croissant.
El reposo le dio a José González a hacer un cambio. Dejó en la ducha a Iturra, cuya pierna, ya con amarilla, estaba en todas las faltas. El Málaga salió en tromba, como si esos 45 minutos que le quedaban fueran su última oportunidad de subirse al tren de la Liga y empezar a dejar atrás el abismo, el negro, la fauce de Segunda. Adelantando líneas, acechando a un Atleti que parecía haberse quedado en la caseta. Todos menos uno, claro, su ladrillo, su cimiento, su portero: todos sus ataques se estamparon en sus guantes. Los de Oblak, que no descansan.
Ricca lo intentó, en fuera de juego, pero por si acaso ahí había puesto la mano entre ese balon y la red. Más espectacular sería el guante que sacó ante un balón de Rosales que se iba a su red por la escuadra. A mano cambiada y regresando al suelo encogiendo la mano derecha sobre el estómago, con dolor. Pasó el golpe, pasó el miedo. Obi Oblak no se puede ni resfriar. Ahora sus guantes eran los muros románicos. Y el Atleti encondido en su área, con Giménez, e-nor-me, achicando balones, haciéndose un gigante entre todas las cabezas, y Griezmann en todas partes, aquí y allá, con el mono de trabajo puesto sobre el esmoquin.
Se atemperó el Málaga. Continuaría el Atleti incapaz en los ataques, funambulista experto en ese alambre, el 0-1. Simeone apostó por Thomas para sumar músculo e intentar tener más un balón que parecía tener alergia a la botas rojiblancas. Porque a todo esto, Costa jugaba, pero no le llegaba ni una pelota.
Si la última carta de Simeone fue Torres (por Costa), la última de José González fue cambiar un lateral (Ricca) por otro hombre de ataque (Samu) cuando El Niño chocó con Lacen y vivió un terrible deja vú: porque Lacen quedó en el suelo, inmóvil, rodeado de sus compañeros, sin tocarle, sin moverle, con todos los nervios del mundo contenidos en los ojos de sus compañeros. La camilla se fue entre aplausos. También del Cholo. Él moviendo las manos, tranquilizando. Los últimos tres minutos de partido que quedaban, sin el tiempo añadido, el Málaga los jugaría frío, con un hombre menos y el Atleti, frenando a lomos de Koke y poniéndole velocidad si Torres miraba a Roberto. Los siete minutos de descuento terminaron en una falta del Málaga que el árbitro no dejó sacar. El partido se había terminado hacía ya tiempo, en el segundo 39.
El hombre de negro enseguida abandonó el campo donde todo empezó hace seis años y que sigue casi igual. La grada blanquiazul, la visera, las líneas blancas de cal. Los estadios de fútbol suelen ser lugares de tiempo detenido. Ellos, los de entonces, sin embargo, ya no son los mismos. Si aquel Atleti que cogió huía de las sombras, éste que hoy dirige persigue firme al Barça. A seis duerme. Va por ti, Cholito.