Martín Mantovani atraviesa un momento complicado. Lesionado, aún le queda tiempo para volver a los terrenos de juego. El sábado, ante el Depor, el argentino no podrá viajar a Riazor por sus problemas musculares, los mismos que le impedirán vivir uno de los reencuentros que más ilusión le hace en Primera División, el de medirse a su amigo Lucas Pérez.
Aunque más que amigo, Lucas Pérez es para Mantovani un miembro de la familia. Casi un hermano. Su amistad se fraguó en los tiempos en los que el fútbol exprimió al central argentino en busca del sueño de triunfar en España.
En 2006, recién llegado a nuestro país, Mantovani no tuvo sueldo desde junio hasta enero de 2007, cuando logró la nacionalidad italiana (un trámite para el que durmió una noche en la calle, una de las historias que más famoso le ha hecho). El club, eso sí, le facilitó un apartamento. Allí vivió con Lucas Pérez, como el argentino, jugador entonces del Atlético C.
Así convivieron juntos durante un par de años (Mantovani pasó a percibir 600 euros al mes con el pasaporte transalpino en el bolsillo), hasta que el central salió de las inferiores colchoneras para buscarse la vida.
El adiós al Atlético no borró un amistad profunda. Tanto es así que Lucas es el padrino de Miranda, la primera hija de Mantovani. La bautizaron con seis meses, aprovechando una de las presencias de Lucas en España. Entonces jugaba en Ucrania. Cada vez que pueden, ambas familias se reencuentran para disfrutar de una unión que, este curso, con el retorno de Lucas al Depor, abría la opción de transformarse en un duelo en Primera.
Algo que parecía un sueño cuando hace poco más de una década, aquel joven Mantovani encontró en Lucas Pérez una de las más importantes tablas de salvación a la que aferrarse para no ahogarse en el siempre complicado mar del fútbol europeo.
