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Así marcó Jordi Alba el 0-1.
Así marcó Jordi Alba el 0-1.JUAN FLOR

No hubo danza española, como en Málaga, ni se esperaba ballet ruso. Empató esta vez la Selección con una composición menos lírica y con una alineación menos lujosa. También con menos nervio y con pasajes de notable relajación anímica que pusieron en peligro resultado y reputación, pero mantuvo su condición de equipo irrompible en una sesión con fuego real: en territorio del Mundial y frente al anfitrión. Ayudó un arbitraje muy amable del italiano Rocchi, que pitó dos penaltis favorables a La Roja con una aplicación a rajatabla del reglamento.

España, por primera vez, se vio a merced de un rival y también por primera vez encajó tres goles, dos indicadores preocupantes. Las primeras sombras en la era de las luces.

De este ensayo con menos terciopelo salieron fortalecidos Alba y Marco Asensio, que vencieron extraordinariamente el equipo hacia la izquierda. El lateral anda espabiladísimo en los dos lados del campo y sobrado de atrevimiento. Antes de los diez minutos metió un gol de delantero centro, en envío de Asensio. Un cabezazo insólito en una posición insólita. Antes del descanso le quitó un tanto a Glushakov al otro lado del mundo. La llegada de Valverde ha devuelto a ese lateral vitaminado que se fue el curso pasado y que Lopetegui está disfrutando.

Asensio, que aquí, como en el Madrid, se columpia en el borde de la titularidad, lució su policromía con esplendor. Empezó por fuera y continuó por dentro y fue bueno en lo uno y en lo otro, con descaro y jerarquía, con largas conducciones y con buen pie en corto. Sin Isco, ocupó el centro de la escena hasta merecer la más alta distinción en un equipo en el que también estaban Thiago e Iniesta.

Con todo, España careció del aire dominante de los últimos compromisos y dejó que el marcador fuera por delante de sus méritos.Al gol de Alba sumó otro que tampoco tuvo elaboración. Llovió una pelota sobre el área rusa y Kuzyaev alargó su brazo para controlarla. Le golpeó en la parte final del hombro, el árbitro estiró su vista hasta el penalti y Sergio Ramos disparó la ventaja.

Rusia se levantó

La selección de Cherchesov es una especie de ensaladilla rusa, con una defensa inexperta, un centro del campo veterano y dos atacantes sin finura pero realmente inquietos, especialmente Smolov, pichichi de las dos últimas ligas rusas. Es, en cualquier caso, un equipo de piel gruesa, sin figuras pero enérgico e insistente. Preparó un partido antipático en el que se perdieron Iniesta y Thiago. Y sufrieron caídas de tensión los demás, especialmente entre el final de la primera parte y el comienzo de la segunda. El tanto de Smolov cerca del descanso, tras dos buenos recortes y un zurdazo incontestable, desencadenó una catástrofe natural sobre el área de De Gea, que tuvo continuidad al inicio de la segunda mitad, cuando Miranchuk, favorecido por un rebote y por la falta de contundencia de Nacho y Piqué, escaló hasta el empate. El resultado se había puesto a la altura del juego de España, que extrañamente había perdido afecto al balón.

Ahí fue donde el colegiado lanzó un cable al advertir un leve agarrón de Jikia a Ramos. Pitó un segundo penalti que tampoco dejó pasar el central del Madrid. España ya jugaba entonces con dos mediocentros, Illarramendi y Busquets, medida que no amuralló nada.

Volvió a girar Lopetegui, mitad por ensayar, mitad por tapar la hemorragia, y pretendió proteger a De Gea con una defensa de tres, Callejón y Vitolo de laterales largos, Illarramendi y Saúl de anclas, Silva y Asensio de enganches y Rodrigo en punta. No resultó. Una formación de riesgo que dejó huella en las dos áreas. Rusia empató de cañonazo de Smolov, definitivamente elevado a pesadilla, y empujó de verdad, pero también se tragó contras. En una de Rodrigo, a pase de Illarramendi, tuvo el partido el delantero del Valencia. No engañó a Lunev. En otra, chocó brutalmente con el portero, que se fue en camilla. Glushakov tuvo que suplantar su papel y La Roja acabó por celebrar el empate, que sonó a recado para el futuro.