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ATLÉTICO DE MADRID

“Mi epitafio es: ¡Aupa Atleti!”

Esta es la historia de amor de un aficionado rojiblanco americano, Michael McCleary: la lápida, el coche matrícula Atleti en Washington...

Madrid
Michael McCleary posa para As ante el Wanda Metropolitano.
Michael McCleary posa para As ante el Wanda Metropolitano.PEPE ANDRESDIARIO AS

El sentimiento de Michael McCleary por el Atlético es un para siempre que gritará su lápida en Washington el día que ya no esté (“que, espero, sea tarde”, ríe). Ya la tiene, la ha reservado en el cementerio Oak Hill. Epitafio incluido. "¡Aupa Atleti!". Es la historia de amor de su vida. Comenzó en 1966.

Lápida de Michael McCleary con el ¡Aupa Atleti! en Oak Hill, Washington.
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Lápida de Michael McCleary con el ¡Aupa Atleti! en Oak Hill, Washington.

O quizá antes, en los años 50. A su padre, militar americano, lo destinaron a España. El carné de Michael lo cuenta: en Madrid nacería, 1957. “Aunque mi pasaporte oficial sea de Estados Unidos dice: 'Nacido en Spain". Nueve años tendría en el primer flechazo. Cumpleaños de un niño de la base, un partido de fútbol. Sería en el viejo Metropolitano. En su cabeza quedaría un 4-0 al que, años después, buscando en la hemeroteca nacional, pondría rival. “Pontevedra: el único 4-0 de aquellos meses”, los últimos de aquel estadio.

Otra fecha se viene, de pronto. 1972, Bernabéu, un derbi. El Atleti lo perdió 1-0. “Sentí un cabreo...”. Ahí estaba ya, el ser del Atleti. Abril de 1973, el recuerdo aún es bofetada: su primer Calderón. “Bajando por Pirámides mi hermano me dijo: ‘Presta atención al cruzar la esquina’. Al hacerlo, puumm, el Calderón”. En su fondo norte viviría el alirón de 1973 y se metería, años después, bajo el abrigo, una almohadilla de aquellas rojas que sonaban pla, pla para facturarla en un avión rumbo a América.

Hoy la llama tesoro. Como a ese trozo de un asiento que un día se encontró en el suelo del estadio. Se lo metió al bolsillo, lo pintó: “Soy un trozo del Calderón”. Entonces ya le había tocado abandonar Madrid para estudiar en la Universidad, el Boston College. “Al principio lo pasé fatal. Allí, en 1976, no había forma de estar al tanto”. Se suscribió a AS Color. Aún recuerda recibir el primero: “Fue como ver a un viejo amigo. Ayyy, me decía, traigo noticias de España”. La primera fue que su Atleti había ganado al Málaga 2-0. Empezaría a escucharlas tras un día de trastear con la radio de onda corta de su compañero de habitación. Cazó una música. La conocía. Radio Gaceta, RNE. Entre la niebla, un resultado: “Atlético, 3-Barcelona, 1”. “Mira, pegué un saaaalto”.

Trozo del Vicente de Calderón de Michael McCleary.
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Trozo del Vicente de Calderón de Michael McCleary.

En 1978 volvió a Madrid; en 1983, a Washington, permanente. Antes, tuvo que cancelar ese número que llenaba su cartera: el 63.258. Desde 1973 era socio. Hoy sigue a 3.700 kilómetros y un océano de distancia: tan cerca, sin embargo. Conserje del Willard Intercontinental, ha rebautizado el Pershing Park, cercano, en Vicente Calderón Park. “Allí, antes de Internet, me iba a escuchar los partidos con mi radio y los cascos”. Así vivió el doblete. Algunos le miraban raro al pasar y escuchar sus gooool. Así cantó por Simeone y Kiko.

“Ahora los móviles facilitan”. Todos los partidos se emiten en EE UU: él sólo tiene que ponerlos en el cajón de su conserjería y, cuando viene un cliente, esconderlo con un golpe de barriga. Los días importantes, eso sí, libra, “que siempre te viene alguien con el resultado...”. Y viaja cuanto puede a España. Siempre alrededor del Atleti. Es socio no abonado ("el 35.850"), de los primeros. Estuvo en el primer día del Wanda Metropolitano, en el adiós del Calderón.

Michael McCleary, en el adiós al Vicente Calderón.
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Michael McCleary, en el adiós al Vicente Calderón.

“¡Cómo no!”, exclama, con los ojos empañados. Éste llena muchas fotos de ese álbum en su iPad, Atleti, que va mostrando con la delicadeza con la que uno toca lo que ama. Se detiene en la de lápida: “Solo, soltero, no quería que mi hermano se encargara de mis últimos deseos, ¿y si no los sabía?”. Visitó el Oak Hill. Vio algunas ya con nombres y una sola fecha. "¿Y esto?". "Personas que ya las tienen reservadas". "¿De epitafio podría poner ¡Aupa Atleti!?". "¿Eso qué es?". Lo explicó. "Vale". La reservó.

Coche de Michael McCleary en Estados Unidos, matrícula Atleti.
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Coche de Michael McCleary en Estados Unidos, matrícula Atleti.

Atleti, en mayúsculas, ya es la matrícula de su coche. "Allí puede personalizarse con un nombre". Preguntó: Atleti no era de nadie. Suyo. Y cómo grita ¡Aupa Atleti! cuando lo aparca, los fines de semana, a la puerta del Willard, tan cerca del Vicente Calderón Park... Y de la Casa Blanca. Un guiño. "Hay equipos en los que uno solo es uno de muchos más, pero el Atleti es otra cosa, es una familia: va al corazón y ahí se queda", dice. Y también le valdría de epitafio.

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