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ATLÉTICO

"¿El Madrid...? Y qué nos importa a nosotros. Somos el Atleti y no conocemos el imposible"

AS publica un capítulo del libro 'Hasta siempre, Vicente Calderón'. Es el correspondiente a Gabi,
Celebración del Atlético: fiesta en Neptuno

Madrid
Ilustración de Gabi de Joaquín Rodríguez para 'Hasta siempre, Vicente Calderón'
Joaquín Rodríguez

Yo me voy al Manzanares, al estadio Vicente Calderón, donde acuden a millares, los que gustan del fútbol de emoción...

Todavía no hemos llegado, pero yo ya siento que el himno me late por dentro, como si mi piel quisiera adelantarse a eso por venir en dos horas: la última noche del Calderón en Europa, la penúltima de su historia. Que esto se termina, que al viejo estadio le quedan el partido de hoy y una tarde de Liga. Hoy y un domingo, sólo eso. Y lo de hoy se llama Champions, se llama vuelta de semifinales. El calendario dice 10 de mayo de 2017 y el cielo anuncia lluvia; hay quien conjuga el verbo «remontar» en imposible porque nuestro rival es el Real Madrid.

El Madrid que nos ganó la final de Champions de Lisboa hace tres años. El Madrid y su victoria, dos años más tarde, en la final de Milán. El Madrid y su 3-0 en el Bernabéu hace una semana, en el partido de ida.

El Madrid... Y qué nos importa a nosotros. Somos el Atleti y no conocemos la palabra «imposible». «Debemos honrar el escudo», eso les pedí a los chicos antes, por la mañana. Honrarlo, competir, entregarnos. Ennoblecer la camiseta que llevamos. Morir, morir, morir. Nuestro deber hoy es ése, y ahí nada pinta el rival. También se lo dije a los demás antes, cuando me reuní con ellos, con todos, en el hotel. Me gusta hacerlo antes de un partido importante. Juntarlos; a veces a unos pocos, a veces a todos. Decirles qué siento, qué quiero del equipo, transmitir qué significa para mí un partido, el momento que tenemos por delante. Me gusta hacer cosas especiales, no puedo evitarlo. Dentro me laten dos corazones: uno de músculo y sangre, en el pecho, y otro de tela, en el brazo, esa C de capitán anudada desde hace cinco años. A veces palpita más rápida que las sístoles y las diástoles.

… Porque luchan como hermanos, defendiendo sus colores, en un juego noble y sano, derrochando coraje y corazón...

El autobús aparcó y, ya estamos dentro. El viejo campo nos abraza, nos arrulla, como si tuviera vida. Es posible; hay cosas que, de vividas que están, es imposible que no la tengan. Él cumpliría cincuenta y un años en octubre, y también late, cimbrea, como la tela de mi brazo. Y quiere ganarle al Madrid su último derbi, su última noche en Europa, sentir en sus entrañas esa Copa de Europa que le falta. Llego al vestuario y comienza mi ritual: me cambio de los primeros y me voy solo a ese cuarto enorme que, cuando este lugar se construyó, era la sala donde el equipo hacía los calentamientos. Me tumbo en una colchoneta, hago unos abdominales; pienso, pienso, pienso. «El Madrid, último derbi, última noche en Europa, honrar el escudo...»

Pierdo la cuenta de los abdominales que llevo.

Vuelvo al grupo a los diez, quince minutos, y me voy a mi taquilla. A un lado tengo a Moyá; al otro, pasillo. Cuando Simeone toma el centro, para la charla, le veo tranquilo. Lo primero que nos dice es que sus palabras ya no sirven de nada, que ya todo está hablado. Y con los ojos señala el techo y lo que está por encima de él, esa gente que poco a poco llena el estadio y cuya voz filtra el hormigón.

… Atleeeti, Atleeeti, Atlééético de Madrid...

Salimos al túnel. Ahí está la foto de Gárate en blanco y negro celebrando un gol justo de frente; es lo primero con lo que nos topamos. Y después hay una de Luis, otra de Adelardo e, incluso, una mía: estoy subido a Neptuno, cuando ganamos la Liga del gol de Godín en el Camp Nou hace tres años. Este sitio es mi lugar favorito del Calderón, el túnel del vestuario al césped. El club lo decoró así, con las fotos, hace dos años, y siempre que salgo a un partido, camino y voy mirándolas; cada paso es una emoción. Hoy debo asimilarla rápido, hoy no puedo dejarme arrastrar por ella. No, yo no: llevo la C en el brazo y debe sostenernos, a mí y a los demás.

… Atleeeti, Atleeeti, Atlééético de Madrid... Atleeeti, Atleeeti, Atlééético de Madrid...

Dios, cómo viene el aire, cargado de estos «Atleeeti, Atleeeti». La grada siente igual que nosotros, pienso. Cardiff, la final de esta Champions nos espera si remontamos en los siguientes noventa minutos, los penúltimos que vivirá el Vicente Calderón en su historia. Ay, cada tictac que pasa se lo lleva. Busco a mi familia entre la gente antes de caminar por la hierba. Ahí están. Me saludan, los saludo. Mi mujer, mis hijos, mis padres. A mi espalda, en el centro del campo, ondea una lona de tela con la forma de un balón y en los altavoces suena la música de la Champions; será la última vez que la escuche este estadio, el Calderón. Miro al frente, a la grada de Preferencia llena, a este cielo que huele a lluvia aunque no llueva. Miro, veo y, de repente, un «ufff» llena mi cabeza: voy a ser el último capitán del Atleti en este estadio, donde he vivido lo mejor de mi vida, donde mi equipo, el más grande del mundo, cierra cincuenta años de historia en dos partidos, y uno es éste… «Ufff, ufff, ufff».

«Árbitro, pita, pita ya. Estos once que vestimos rojiblanco no tenemos miedo». ¿La final de Milán? Pasado. ¿Lisboa? El dolor más grande, más cruel, fue perderla cuando ya era nuestra; pero sobrevivimos, sobrevivimos y aquí estamos de nuevo. Hoy todo mi equipo y yo queremos ser Luis ante el Cagliari. Y remontar un 3-0, ganarle al Madrid esta noche, jugar la final de Cardiff.

Nos repartimos sobre el césped; mi lugar es el centro. Yo marco la presión al equipo y debo recuperar rápido: cuanto más rápido lo haga, antes ganarán confianza los demás. Mi C del brazo va a la velocidad de mi corazón. «Pam, pam, pam, sístoles, diástoles...» Se mezclan con las gargantas a capela de la grada.

… Jugando, ganando, peleas como el mejor...

Para honrar el escudo todos sabemos qué debemos hacer: «Un gol rápido, un gol rápido, un gol rápido...» Éste sólo tarda doce minutos. Córner, lo lanza Koke. Yo, como siempre, me coloco para el rechace y mi perspectiva es perfecta: veo saltar a Saúl, cabecear inapelable, estamparse el balón en la red. Es el 1-0, el gol rápido, el plan trazado. El «ufff» en mi cabeza de antes ahora lo lleva el resto del equipo en la boca. Cinco minutos después veo a Torres colarse en el área del Madrid y a Varanne derribarle; es penalti. Corro al árbitro, se lo digo, se lo grito. Penalti, pe-nal-ti. Pero éste ya lleva el silbato en la boca y lo pita. Esta temporada hemos fallado muchísimos, lo sé [ocho de trece], pero veo caminar a Griezmann hacia el balón seguro: lo coge rápido y lo posa en el punto. Lo tira y lo mete: a Keylor Navas no le basta con adivinar adónde va. 2-0, 2-0 ya. Miro el reloj, minuto 16. Lo veo y lo siento: lo vamos a hacer, va a pasar.

Remontar, Cardiff.

Sólo nos falta un gol para forzar la prórroga. Sólo uno.

El Madrid no está, lo hemos borrado del campo. Hoy no puede llover, no sobre nosotros. Esta noche es noche rojiblanca. «Ufff».

Queremos llegar a la segunda parte así, así como estamos, 2-0 y ellos nerviosos. Dormimos la pelota, el partido, mientras el reloj se desliza hacia el minuto 45. Dice 42 cuando yo estoy volviendo al centro y Godín se me cruza: corre al córner izquierdo del fondo norte, allí donde Stefan [Savic] y Josema [Giménez] cercan a Benzema. Él tiene el balón, pero los míos son tres; tres y esa raya blanca casi bajo sus pies que, si la rebasa, es fuera. Veo imposible que pueda salir de ahí, imposible... pero lo hace. Lo hace y centra. Lo hace y Oblak rechaza un disparo, pero nada puede hacer con el segundo, el de Isco. Es el 2-1. Es la losa. Es el cielo que, de pronto, se ha precipitado por completo sobre mis hombros.

… Porque siempre la afición, se estremece con pasión, cuando quedas entre todos campeón...

Ese gol nos deja desnudos, nos devuelve al principio: ahora volvemos a necesitar tres más. Tres más con cuarenta y cinco minutos menos.

Cuando regresamos al césped, tras el descanso, respiro y toda mi vida se me pasa por delante, como en un videoclip mudo que me anuda más fuerte la C en el brazo.

Leganés. San Eladio, aquella iglesia al lado de casa. El grupo de amigos de mis padres y sus hijos. Leganés y una idea: hacer un equipo para que los niños jueguen a la pelota organizados, no por ahí, por las calles y entre los coches, sin vigilar. San Eladio se convierte también en fútbol. Campos de tierra, madrugones, balones que, si llueve, no se levantan del peso, Pedro y José, primeros entrenadores. Leganés, música en casa: es el himno del Atleti (aunque papá, por meter el codo, diga que es del Barça, sé que es mentira: lo que le hace saltar del sofá es el rojiblanco en la tele). Leganés, San Eladio, y de pronto el Amorós, cantera del Atleti, la puerta de entrada. El Amorós y mi padre renunciando a su vida por llevarme a mí al Cerro cada mañana a entrenar. El Cerro, el Mundial Sub-20, jugar con Cesc, Iniesta, Juanfran. Debut con el primer equipo en Sevilla, los veinte años, una foto y dos compañeros: Simeone y Germán Burgos. La cesión un año al Getafe, la vuelta al Calderón. Años grises, cosas que no salen, maleta al Norte y un número, el 14. Nunca lo pensé para mí, pero es 2007, es Zaragoza y no es de nadie: lo elegí y, me eligió. Gabi, 14, para siempre. Zaragoza, cuatro años: empezarlos siendo niño, descender a Segunda, terminarlos siendo hombre. Año 2011, tres ofertas: la segunda del Atleti, ya no había que escuchar más. Volver con el 14, volver con un reto: triunfar en casa. Antonio López, Raúl García, Godín, Juanfran, Koke, sangre. La C de capitán. Simeone ahora en el banco, cinco viajes a Neptuno, el 2014 y esa foto de ahí abajo, en el túnel. Leganés, San Eladio, aquella iglesia al lado de casa... Todo da vueltas. Da vueltas y se mezcla con este estadio, el Vicente Calderón, este estadio y su voz, tan alta.

… Y se ve frente al balón, un equipo de verdad, que esta tarde también peleará...

Los cuarenta y cinco minutos de la segunda parte transcurren sin que ocurra nada más. Ganamos, pero perdemos. Ganamos, pero nos eliminan. ¿Quién dice que al Atleti le gusta perder? De eso nada. Quien lo dice no ha oído a la C de mi brazo, los «vamooos, vamooos» de Godín en el vestuario. Quien lo dice no sabe, nunca entenderá que podremos perder, ser eliminados, pero que morimos sobre el campo, que nunca salimos derrotados.

Es entonces cuando una gota de lluvia cae sobre mi brazo; tiene el tamaño de una pelota de golf.

Y le sigue otra, y otra, y otra más...

Miro el reloj: minuto 86. Y luego a la grada: cada gota ya es un río. «Ay Dios, se van a calar.» Ellos, los cincuenta mil. Ella, la afición. Nos elimina el Madrid y, encima, esto, la lluvia torrencial.

Entonces el Calderón le da su última lección a Europa. No hay paraguas, pero allí nadie se mueve. Y ellos, los cincuenta mil, ella, la afición, alza los brazos y aún más la voz, como si eso fuera posible.

… Atleeeti, Atleeeti, Atlééético de Madrid...

Entonces lo entiendo: esta lluvia no molesta, sólo lo pinta todo más bonita la última vez del Calderón en Europa, el penúltimo partido de su historia. Da igual que el año no termine en Cardiff, que hoy hayamos ganado al Madrid pero perdamos. Ellos siguen ahí. Como si el agua no mojara, como si el cielo no se estuviera deshaciendo sobre sus cabezas. Ahí, ahí. Y contagian.

Atleeeti, Atleeeti, Atlééético de Madrid...

«Ufff.» Éste es por ellos. Los miro y siento que jamás vivimos algo así, ni el Calderón ni yo, en cincuenta años. Los veo cantar bajo la lluvia como si bailaran y entiendo qué es ser del Atleti: el Atleti son ellos, ellos ahí, ellos bajo el torrente, ellos, ellos, ellos. Ellos y nosotros.

Los ojos se me llenan de agua que no viene del cielo.

Atleeeti, Atleeeti, Atlééético de Madrid... Eso escucho cuando vuelvo al túnel y veo, de nuevo, mi foto en Neptuno. «Volveremos, volveremos, que la Copa de Europa no tenga duda», le digo. «Volveremos, volveremos», le insisto. Volveremos porque sólo conocemos un camino —«dale, dale, dale, que alguna cae», que dice el Cholo—, aunque, cuando lo hagamos, este estadio capaz de abrazar tan fuerte ya no esté en pie para verlo.

Atleeeti, Atleeeti, Atlééético de Madrid... Atleeeti, Atleeeti, Atlééético de Madrid.