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AS COLOR: nº 248

La traslación del Barcelona

Análisis de la transformación del juego del FC Barcelona desde la salida de Xavi, y el impacto de Neymar en el fútbol y la economía culé.
Barcelona-Atlético en directo

La traslación del Barcelona

La ansiedad del resultado es la mayor lacra que arrastra la sociedad, auspiciando juicios frívolos que alimentan tesis hueras sobre las que es imposible construir un futuro sostenible. Si hubiese que elegir un mártir por ir contra natura en el ecosistema futbolístico, Arsène Wenger es quien más ha sufrido y sufre a estos ávidos de trofeos, cuya longitud de miras no sólo les exime de pensar en la prosperidad de un mañana, sino que también les impide recordar la oscuridad del ayer.

Asimismo, es una práctica habitual de los ofuscados numéricos tratar de denostar la filosofía del francés calificándola de romántica, en un intento de crítica que rezuma paternalismo e ignorancia a partes iguales. Desde chiquetito uno aprende -y con los años olvida- que la base de la poesía son las matemáticas, que la belleza del endecasílabo sólo exige trabajo y, por ende, tiempo. Wenger refutó la hipótesis sobre la que se fundamenta la codicia balompédica de que el dinero se convierte en fútbol, convirtiendo el fútbol en dinero para poder seguir jugando.

No es casualidad que la primera opción de los dirigentes del Arsenal hace 20 años fuese Johan Cruyff. El holandés acababa de salir del Barcelona pero rechazó la oferta, propiciando la llegada al banquillo gunner de un francés que transpiraba educación fuera y dentro del campo, con la intención de sembrar sobre un páramo. Fue como darle un libro a un hooligan, algo -cuanto menos- intrépido.

No fue casualidad, además, que Wenger rechazara la “superproducción” -que dijo Valdano- del Real Madrid en 2009, por incompatibilidad de caracteres. Florentino Pérez es un hombre de negocios que colecciona tantos entrenadores despedidos como fracasos en el club que dirige. Famoso por su paciencia, el presidente blanco no pudo seducir con dinero a un entrenador que sólo entiende de confianza para enarbolar un proyecto.

No será casualidad, tampoco, que Wenger rechace mañana al Barcelona, aludiendo a esa ansiedad mediática que asola las raíces que cultivó Cruyff, acentuada desde la llegada de Sandro Rosell a la presidencia culé. De naturaleza empresarial, antes de suceder a Joan Laporta, fue el artífice del patrocinio de Nike y causante del fichaje de Ronaldinho; y una vez se erigió como máximo mandatario azulgrana, Rosell, autorizado como gurú del marketing deportivo, demostró ser tan irresponsable en lo económico como profano en lo deportivo.

Asimismo, el concepto de éxito más extendido viene tergiversado por la lógica cortoplacista imperante, que no es más que una lectura escéptica de la locución latina tempus fugit. Por ello, en una vaga interpretación del triunfo, el Barcelona ha pasado a exportar el legado de Cruyff para importar iconos mediáticos, en un negocio pésimo, cuasi deleznable por ultraje de un patrimonio futbolístico sin precedentes.

Cambio del pragmatismo teórico en el Barça

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En el cambio del pragmatismo teórico encumbrado por Guardiola confluyen diversos factores que motivan la reformulación del paradigma técnico culé. La muerte de Tito Vilanova, la falta de confianza en Tata Martino y un Luis Enrique que sólo puede compararse con el de Sampedor de manera -futilmente- cuantitativa, impidieron la continuidad idiomática que había mitificado al Barcelona.

Además, el fichaje de Neymar supone un punto de inflexión en el futuro de la institución. Pues, la llegada del brasileño condicionó sobremanera el juego del equipo, acelerando el ritmo de las transiciones y, por ende, la jubilación de Xavi. Sin el cerebro que pensaba el mejor fútbol de la década, se produce una migración gravitatoria del epicentro del juego azulgrana.

Ante la dificultad de encontrar un sustituto para el centrocampista español, el Barcelona optó por firmar currículum mediáticos, en lugar de contrastar aptitudes y necesidades. Iniesta no es Xavi -muchísimo menos lo son Ivan Rakitic o Arda Turan, ni siquiera Rafinha o Denis Suárez-, y quizá el único capaz de suplir al catalán es Leo Messi.

Sin embargo, eso significa utilizar el comodín en el centro del campo y hace tiempo que el conjunto culé decidió que su juego debía orbitar en torno a la delantera. Antes, la obra se fraguaba en la medular y el argentino la firmaba; ahora, se guisa y se come todo en la misma parcela.

Asimismo, es curioso que Messi retrasa su posición cuanto más desciende el nivel competitivo del colectivo, sin saber a ciencia cierta si esto es causa o consecuencia de los problemas del juego de su equipo. En Argentina, por ejemplo, no aprecian su sacrificio goleador por mera cuestión heurística, no valoran que asuma el rol del centrocampista que no existe y tanto necesita la albiceleste.

Mientras depura el don de la ubicuidad que irracionalmente se le exige a Messi, sería oportuno recordar que el rosarino es el arquetipo del cruyffismo, capaz de interpretar su posición en cualquiera de las cuadrículas del terreno de juego sin que decaiga su rendimiento.

El último discípulo

La complejidad del futbol que practica el Barcelona atesora desembolsos millonarios que han abandonado el club por la puerta de atrás, a la temporada siguiente de su llegada por falta de feeling. Independientemente de la calidad del jugador, la inteligencia y capacidad para adaptarse a la coreografía culé sin deslucirla determinaban su futuro en el club.

De ahí, por ejemplo, que no sorprenda que Sergi Roberto -teórico mediocentro- irrumpiese como el mejor lateral derecho del equipo, por delante del siempre estrambótico y decadente Dani Alves -al que terminó 'jubilando' en Turín-, y Aleix Vidal, firmado del Sevilla para ocupar ese mismo carril y no el banquillo.

Decía Valdano, que el mayor mérito de Cruyff fue “iluminar el estadio y numerar el fútbol”, definir las funciones orgánicas de cada uno acorde a su posición, y “organizar el juego a partir del rondo, el espacio justo y necesario para dar precisión y velocidad al balón”.

Sergi Roberto es el último discípulo de la filosofía del Barcelona, rezuma una inteligencia inusitada en su competencia que auspicia una lectura correcta de los avatares del juego, permitiéndole desempeñar roles variopintos según las urgencias del guión.

Por ello, episodios como la salida de Thiago Alcántara al Bayern de Munich son deplorados por el barcelonismo como errores históricos del club. Al igual que tampoco se termina de entender la mirada esquiva del cuerpo técnico y la directiva con jugadores de la casa como Marc Bartra -exiliado ahora en Dortmund-, cuando jugadores de fuera -tipo Vermaelen o Mathieu- gozaban de un beneplácito institucional sin haber demostrado mejor rendimiento que el catalán.

De igual modo, sorprende el capricho con Denis Suárez. Tomado en serio tras su marcha, añorado después de firmar futbolistas de ingentes cantidades de dinero que sólo destacan por sus plañideras mediáticas; para terminar siendo tercera -o cuarta- rotación, por detrás de un André Gomes que ni siente ni parece azulgrana. De ahí que la lógica termine por abandonar a las políticas comerciales de Rosell y Bartomeu, que atentan directamente contra el Barcelona deportiva y económicamente.

La renovación de Neymar

Además del impacto futbolístico directo de Neymar en el juego del Barcelona, hay una serie de daños colaterales que subyacen del perjuicio económico, con enorme influencia en la confección de la plantilla blaugrana. El traspaso del brasileño no sólo acercó a sus principales actores a la cárcel, sino que ha hipotecado el futuro crematístico de la institución.

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Asimismo, el fichaje de Neymar provocó la venta de Pedro, que no abandonó el club por decisión propia por falta de minutos, sino por la imperante necesidad del Barcelona por obtener ingresos. Sin embargo, la salida del canario debilitó al equipo, siendo el único recambio ofensivo de garantías con el que contaba un Luis Enrique, al que no le reforzaron -con el dinero recibido- una plantilla inquietantemente reducida.

La ampliación de contrato de Neymar asfixia económicamente a un Barcelona al que le urge firmar jugadores en todas las líneas del campo -salvo la portería- para aumentar la competitividad de la plantilla. Sin olvidar que, mientras tanto, la casa sigue sin barrer. Messi acaba contrato en 2018 y, aunque la intención del argentino es permanecer en el club, habrá que ver si el conjunto azulgrana puede afrontar una renovación de tal magnitud.

Por ello, una vez analizadas las vicisitudes de la llegada del brasileño al Barcelona, quizá no suenen tan impetuosas las declaraciones de Johan Cruyff en las que afirmaba: “Fichado Neymar, yo me habría planteado vender a Leo”. En aquella entrevista de 2013, el holandés dejó a un lado la huella económica, destacando los “entornos e intereses” que entraban en el vestuario culé.

Hoy por hoy, los egos no han colisionado. En un contexto afable -campeones de España, Europa y el mundo-, Messi, Suárez y Neymar mostraron siempre una relación idílica cara al público proyectaba desde el césped, que enmascaraba las miserias de una plantilla deficiente, dependiente del talento de sus delanteros, sin ningún plan alternativo en el banquillo capaz de iluminar el camino cuando sus estrellas no brillan.