Van Gaal aplazó su jubilación: la libreta sigue abierta
La sorpresa saltó en mitad de enero: Louis anunciaba su retirada. Días después, sin embargo, paraba los homenajes aclarando que no está muerto, que sigue de parranda.
El 16 de enero, en De Telegraaf, Van Gaal daba a conocer su retirada. La noticia sorprendía considerablemente al mundo del fútbol, no tanto por su edad, 65 años, sino por su vitalidad y por lo reciente de su última experiencia en la élite. El caso es que, de repente, de la noche a la mañana, el bueno de Louis, el de la libreta, el de los coloretes, el del tupé sempiterno, se iba.
Como los jefes de manual
Ayudaba a entender la toma de una decisión tan trascendente su eje argumental: los fallecimientos de su hermana pequeña y de su yerno, ambos en un margen temporal estrecho, le habían cambiado el paso. No parecía importarle que el fútbol sea la más importante de las cosas menos importantes, puede que porque ya ni le concedía tal relevancia. "Han pasado tantas cosas en mi familia…", lamentó en De Telegraaf. Sin embargo, también de la noche a la mañana, de madrugada, en El Larguero, resultó que no lo dejaba, que su buzón seguía a la espera de correspondencia de presidentes y directores deportivos.
Como los jefes de manual, Van Gaal había dicho una cosa y luego la contraria en un santiamén. No pasó mucho tiempo hasta que, con toda la autoridad, se contradijo, pero sí el suficiente para que se hubiera encendido la máquina de los elogios y apagado la de las críticas: como cuando algún iluminado la lía y los vecinos aparecen en el telediario soltando que si parecía un tipo normal, que si siempre saludaba en el ascensor, a Louis le llovieron los reconocimientos. El Barça le dedicó un bonito vídeo, Iniesta le recordó en redes sociales con una foto y la frase "Gracias Míster!!"... Horas más tarde, las esquelas sobraban: "Es mentira que me vaya a retirar", aseguró el holandés en la SER.
Títulos con todos los equipos
No es mala excusa su donde dije "digo", digo "Diego" para rebobinar y recordar a un entrenador que no se puede entender sin el personaje; y viceversa. Aunque, no cabe duda, lo estrambótico le comió mucho terreno, quizá demasiado, a lo estudioso de un técnico que ganó allá adonde fue. Empezando por el Ajax, histórico al que devolvió a lo más alto con la conquista de una Champions que no saboreaba desde 1973. Lo hizo en 1995, y no de cualquier manera: apostó por el fútbol de alta escuela holandesa, el que siempre regiría su carrera, un estilo que también le llevó a ganar, por ejemplo, tres ediciones consecutivas de la Eredivisie, en 1994, 1995 y 1996.
Después de seis años, cambió de aires y llegó a Barcelona, donde pasó tres, yéndose para regresar en 2002 y aguantar sólo una temporada. Su primer periplo en la Ciudad Condal lo saldó con una Copa, dos Ligas seguidas y una Supercopa de Europa, mientras que en el segundo fracasó con estrépito: cero títulos, mil y una polémicas. Entre medias, naufragó al timón de Holanda, a la que no fue capaz de llevar al Mundial 2002.
En 2005, y hasta 2009, volvió a sus raíces para revisarlas y fortalecerlas. Fichó por el AZ Alkmaar, un equipo de muchas más espinas que pétalos al que Louis embelleció hasta plantarle en el éxito. Conseguir la Eredivisie le llevó a la primera plana, a un Bayern de Múnich en el que vivió las dos caras del fútbol en dos temporadas: en la primera ganó lo que (casi) todos y se quedó a las puertas de lo que muchos, la Champions, perdida contra el Inter de Mou en el Bernabéu; en la segunda, se despeñó y terminó destituido.
De las puertas de la gloria, al United
Sin tiempo para lamentos ni padecimientos, se le presentó otro reto mayúsculo: tomar otra vez los mandos de Holanda. Y no le fue nada mal: contra pronóstico, empezó exhibiéndose contra España y acabó colándose en semifinales, donde los penaltis le alejaron de la final. En cuartos, sin embargo, el as que se había guardado decidió la tanda a su favor: en la frontera entre la prórroga y los 11 metros, en el 119', metió a Krul, diestro en penas máximas, por Cillessen, hoy meta del Barça, menos ducho en la materia.
De nuevo, Van Gaal se colocaba en el centro del escaparate, un lugar idóneo para recibir propuestas. Una de ellas fue del United, necesitado de veteranía y sapiencia para reflotar sus naves. Pero el holandés tampoco sirvió de antídoto a los años más sombríos de los de Old Trafford: en la 2014-2015 no hubo premio y en la 2015-2016 una FA Cup que sirvió poco más que para que siguiera a lo suyo: ganar al menos un título en cada club en el que ha entrenado.
La decepción por los objetivos incumplidos, la presión que conlleva dirigir al Manchester y la exposición al colmillo de los tabloides británicos le dejaron exhausto, lo que le condujo a zambullirse de cabeza en un año sabático que casi desemboca en jubilación. No perturbaron su retiro, a priori temporal, ni las ofertas chinas ni la del Valencia, que solicitó sus servicios en la recta final de 2016. Sin embargo, ese último 'no' aún puede ser un 'sí': "No me retiro, sólo me voy a tomar un año sabático y después decidiré; dependerá de las ofertas", declaró en El Larguero.
Un descubridor con nervio y sensibilidad
Triunfos al margen, Van Gaal está y seguirá en el imaginario colectivo por su acierto con la cantera y su habilidad para meterse en líos: si había una perla, la descubría; si había un charco, se metía de cuerpo entero.
Entre sus hallazgos destacan Seedorf, Xavi ("era un entrenador que iba de cara", dijo a modo de agradecido elogio), Puyol, Iniesta o Valdés. A todos ellos les dio la alternativa. El portero, al que rescató tras su grave lesión, no tuvo pronunció una mala palabra cuando le degradó a los entrenamientos con el equipo reserva del United: "Es como un padre para mí. No quiero recordarle de mala manera", confesó en Sky Sports. Seguramente, porque el hoy meta del Boro, como muchos otros, siempre prefirieron quedarse con el lado bueno de un hombre vehemente de primeras y bonachón de segundas y últimas. Lo demostraba en muchas de sus ruedas de prensa, esas comparecencias a las que los periodistas acudían como si de un examen se tratase: toda preparación era poca a la espera de cualquier giro rocambolesco, ya se tratase de un sonoro improperio o de un cariñoso detalle.
La suya era una mezcla que podría explicarse a partir de una vida puntualmente rácana con él, una existencia marcada por la muerte de su padre cuando tenía 11 años, su intrascendencia como jugador y la pérdida en 1994 de la que fuera su mujer, Fernanda. Esa combinación le conducía con la misma decisión hacia la enésima discusión con un plumilla que hacia otra inesperada muestra de cercanía. Pocos habrán olvidado en Barcelona el día en que se descompuso en lágrimas en medio de su presentación al ser acusado de haber querido despedir a Carlos Naval. Tampoco de aquel en el que tuvo lugar el célebre "siempre negatifa, nunca positifa", en relación a la vertiente interpretadora de un reportero, para, a continuación, rebajar drásticamente revoluciones y, con cara de angelito y tono conciliador, actitud propia de quien se ha arrepentido de un calentón, expresar sus mejores deseos: "Feliz Navidad, ¿eh? Para todos, ¿eh?". Busquen el vídeo y coincidirán: puro amor.
Todo esto, lo de ser golpeado por la pérdida de tantos seres queridos, lo de entrenar a los mejores clubes del mundo y a su país, lo de defender y querer a la pelota como primera e innegociable táctica, lo de apostar por el talento sin mirar al DNI y a otros aspectos banales, lo de conseguir 20 títulos en 25 años, lo de mostrarse a la vez ángel y demonio ante los medios, todo esto, que a menudo converge en una libreta, sigue en el mercado… por ahora.
Sigue el partido de ida de octavos de final de Europa League entre Rostov-Manchester United.