El siempre creer del Atleti
Griezmann y Carrasco remontaron en dos minutos el tanto de Guidetti (80'), que barruntaba desastre. Golazo de Torres, que falló un penalti. El Atleti, otra vez cuarto.
Minuto 5 y hasta ese hierbajo que crece en el agujero del asiento 7, fila 10, grada lateral, primer anfiteatro, se estremece. Minuto 5 y hasta la lluvia que cae parece detenerse. Minuto 5 y el Celta lanza un córner fácil para Moyá pero el portero, en vez de intentar atrapar, desvía de puños en un gesto extraño que acaba convirtiéndose en asistencia para Cabral. El balón quedó justo ante su cabeza, a dos palmos de la línea de gol. No desaprovechó el regalo.
Minuto 5 y acababa de quedar claro que este sería uno de esos partidos capaces de acelerar las manijas de un reloj. De llenar de cosas, muchas, los minutos elásticos del fútbol. Este error de un portero, un gol obra de arte, y un penalti pedido y otro fallado, dos palos, fútbol eléctrico y dos entrenadores sin voz en los banquillos. Eso, sólo en la primera parte.
Cinco minutos después del gol de Cabral, Torres le devolvía la voz al Calderón. Y cómo. Porque hay goles que son como un amor no correspondido: de los que no se olvidan. Goles que no envejecen ni se arrugan. Torres sabe bien de estos. Ayer sumó otra maravilla a su catálogo después de que Carrasco le encontrara por la izquierda. El Niño, de espaldas, recibió el balón y se inventó una chilena que voló a la escuadra contraria como quien se quita una mota de polvo del hombro, como si no costara, como si fuera fácil. Con el Calderón aún boquiabierto, ojiplático, Torres se dio la vuelta para buscar a quien regalárselo: Moyá. “Tranquilo”, se leyó en sus labios. Tranquilo, ya se había encargado él.
Los dos goles habían sido los golpes más fuertes de un partido lleno de ellos. Nadie se arrugaba. Cada equipo miraba de frente al otro. El Atleti al Celta. El Celta al Atleti. Si Torres era un alboroto cada vez que entraba por la izquierda (pidió penalti por derribo de Roncaglia), Sisto convertía la espalda de Juanfran en un agujero: por ahí se colaba siempre el Celta. Eran minutos de dominio alterno. Minutos de transiciones rápidas. Entonces el Calderón volvió a perder la voz. Y no se la quitó Jozabed al enviar un balón al palo tras una jugada eléctrica del Celta, sino aquel que en el minuto 10 se la había devuelto: Torres.
El árbitro pitó un penalti sobre Carrasco y el belga se dirigió al punto para lanzarlo pero en el camino se lo pidió El Niño. Pesó el galón, pero no el acierto. Como en un Día de la marmota grotesco, el balón se estampó contra el travesaño. Es el tercer penalti que el Atleti falla en ocho días. El sexto en la temporada. Se le puede llamar ya problema.
Como si la caseta hubiera servido para devolver a las manijas del reloj su pulso normal, el fútbol se atemperó en los primeros minutos de la segunda parte. Fue un espejismo. Sólo tomaba aliento para regresar a ese ritmo frenético al final.
Fue trece minutos antes del 90', cuando los asientos se llenaron de púas, cuando la lluvia comenzó a calar, cuando el Celta desnudó al Atleti en dos contras fulmíneas. En la primera, Guidetti envió el balón al cielo. Sería un ensayo para la segunda, cuando lo depositó en la red de Moyá. El Calderón entonces silbó, y miró preocupado el marcador y al césped. Allí parecía estar solo Carrasco, en el ataque, la intención y el peligro. Carrasco, que si no había salido era porque, cuando estaba llegando al banco, Saúl se lesionaba y Simeone rebobinaba el cambio. Carrasco. Tenía que ser él quien cortara, con una volea, las púas. Otro minuto después, Grizi las soplaba todas, tras una dejada de Gameiro.
En dos minutos, el Atleti le había dado la vuelta al marcador, al partido. Simeone lo celebró con la furia del que gana cuando todo lo tuvo perdido mientras miraba al estadio agradecido: él había empujado en este partido maravilloso y loco; él, como tantas otras noches antes; él, cuando ya sólo ocho tardes de Liga le quedan. Ocho. Y todas finales.