Samitier: mito blaugrana pero también mito madridista
De ‘Pepitu’ a ‘El Mago’, fue el primer gran jugador que cambió el Barcelona por el Real Madrid. Su gran amistad con Santiago Bernabéu fue determinante.
Transcurrían las primeras horas del año 1933. Año nuevo, vida nueva. Ese primer día de año, el Barcelona se enfrentaba al Real Madrid. Al borde del terreno de juego hablan dos hombres. Uno es José Samitier. El otro es Santiago Bernabéu. El público asistente no le da la mínima importancia. Al fin y al cabo son dos hombres de fútbol. Amigos, conocidos. Nadie les presta atención. Días después, se producirá una noticia impactante en el deporte nacional. José Samitier se convertía en nuevo jugador madridista.
Se producía así el primer gran cambio de acera en la historia del fútbol español. Se producía así un fenomenal golpe de efecto llevado a cabo con sigilo y rapidez. Mucha rapidez. El Real Madrid ponía la guinda a un pastel en el que ya figuraban jugadores de la talla de Zamora, Lazcano, los hermanos Regueiro, Olivares, Ciriaco, Quinoces… a la par que el Barcelona notaría su ausencia en las temporadas siguientes.
José Samitier Vilalta había nacido el 1 de febrero de 1902 en Barcelona, en la casa número 196 de la calle Urgell. Por aquel entonces, toda aquella zona estaba prácticamente por edificar y los numerosos solares existentes servían de espacios de evasión. Para los niños eran grandes espacios donde divertirse, mientras que para los adultos significaban dar largos paseos a la vez que comentaban las realidades cotidianas. Uno de esos niños era José Samitier, que solía correr detrás de una pelota de trapo, frente a las protestas y quejas de su madre, doña Carolina Vilalta Cubí, más preocupada por la débil constitución física de su vástago. Mientras, su padre, don José Samitier Terán, hacía oídos sordos a las quejas cuasi diarias de su esposa, y dejaba que ‘Pepitu’, así le llamaban en casa, siguiese corriendo detrás de las pelotas.
“Así, a los cuatro años empecé a jugar al fútbol en el Campo Hondo. Si jugar se entiende a correr detrás de la pelota que nos hacíamos con trapos gastados. Cuando eres niño, no aprendes de nadie. Te gusta jugar horas y horas y cada vez lo haces mejor. Es como el chaval que sabe dibujar sin haber ido a la escuela”, explicaba años después.
Sin embargo, quien le metió el gusanillo en el cuerpo fue su abuelo José, que, los días que jugaba el Barcelona, cogía al nieto y se marchaba con él al campo de la calle Industria. Allí, y mientras charlaba con el encargado del campo, el señor Torres, ‘Pepitu’ se fijaba en los movimientos de los jugadores azulgrana. Con siete años, y después de acudir ‘al colegio del señor Josep’, se quedaba jugando con sus compañeros en los descampados adyacentes a su casa. Un factor que determinaría su posterior carácter fue jugar al fútbol con chicos más mayores y más fuertes que él. De esa manera aprendió a superar las adversidades con una voluntad de hierro y una habilidad fuera de lo común.
Pese a fallecer su abuelo, prosiguió sus escarceos en el campo de la calle Industria. Allí, Torres le encomendaba, junto con otros chavales, repasar el estado del terreno de juego y retirar las posibles piedras u objetos que podrían causar molestias a los ‘footballers’. A cambio, les dejaba ver los encuentros de ‘football’. Cuando los encuentros eran ante equipos de tronío, el joven Samitier se quedaba en la calle, justo detrás de una portería. Si salía algún balón fuera, él iba a por el esférico y, de esa manera, podía colarse y ver las evoluciones de sus ídolos. “Recuerdo que me jugaba cinco céntimos con mis compañeros en carreras de cien metros y siempre les chupaba el premio”, sonreía comentándolo.
Pasaban los años y ‘Pepitu’ se iba haciendo mayor. Junto con el resto de sus amigos del barrio creó equipo de fútbol, que competía con otros conjuntos de chavales de la Ciudad Condal. Un día, un señor les vio jugar y les comentó la posibilidad de jugar en un club federado. Los chavales pidieron tiempo y decidieron estudiar la propuesta. Samitier prefería ir todos juntos al Barcelona, pero la mayoría eligió jugar en el Internacional. Dicho y hecho. Todos integraron el equipo infantil del Internacional. Allí Samitier se encontraría con otro jugador llamado a ser par te de la historia del fútbol español: Ricardo Zamora.
Sin embargo, esta decisión enfadó notablemente a su padre, que quería que jugase en el club de sus amores, el Barcelona, pero más todavía al señor Torres, que trató por activa y por pasiva de convencer al chaval de lo erróneo de su decisión: “No puedo volverme atrás, pues ya he dado mi palabra”. Torres le respondió: “Pero si tienes 12 años. Tu palabra no tiene validez, ‘Pepitu”, a lo que Samitier zanjó el asunto: “Palabra es palabra. Así me lo enseñó mi abuelo. Jugaré en el Barcelona, pero cuando sea mayor”.
En las filas del Internacional permanecería cinco años. Empezó jugando de delantero centro, y pronto se ganó el apodo de ‘El Peras’. Peras era el nombre de un jugador inglés que estuvo de gira con su equipo en la Ciudad Condal y que brilló notablemente por su habilidad y facilidad en el regate y sus movimientos en el terreno de juego. Tal fue la fama que generó, que Samitier fue a verle un par de partidos y comenzó a intentar acoplar los movimientos del punta inglés a los suyos propios. Así formó su propio estilo de juego: habilidoso, técnico, con casta y empuje en el terreno de juego.
Con 14 años dejó muestras de su fuerte personalidad. Un día, y tras marcar un gran gol en un encuentro que enfrentaba al Sans y al Internacional, un periodista valoró sus grandes condiciones, pero se equivocó al escribir su nombre. Puso Semitier en vez de Samitier. Cuando lo vio en el periódico, decidió solucionarlo. Se presentó en las oficinas del diario, preguntó por el redactor y se dirigió hacia su sitio. Tras agradecerle su buena valoración, le explicó: “Mire, mi apellido es Samitier, no Semitier. Y apréndaselo bien, porque voy a dar qué hablar. No se olvide de esto”.
Sus buenas actuaciones provocaron que pasase del equipo infantil al cuarto equipo, donde coincidiría con Zamora. No le molestó ser de los más jóvenes en el equipo. Jugó de extremo derecha, de interior e incluso de mediocentro. “¡Jugué en todas las posiciones habidas y por haber! Incluso jugué un día de portero, mientras Zamora lo hacía de mediocentro. Pero no me gustó. Estar bajo palos no era lo mío”, explicaba. Pero fue por una inoportuna lesión de un compañero suyo, Trías, donde encontraría finalmente su lugar en el equipo: medio izquierda. Desde ese puesto se consagraría.
Sus actuaciones no pasaron desapercibidas para los amantes del ‘football’. Pero él tenía un sueño, jugar algún día en el Barcelona. Y ese día llegaría. El primero en saberlo fue el señor Torres. Llegó al campo y se dirigió a él: “Te lo dije. Ya soy jugador del Barcelona. Te lo avisé”. Su fichaje, avalado por el exdirectivo Antonio Oliver, le costó al club azulgrana un traje y un reloj de esfera luminosa. La última tecnología suiza. Como no se lo creía, le metieron en una habitación oscura y se lo mostraron.
En 1919 jugaría su primer partido con la camiseta blaugrana. Y de ahí ya no se bajaría hasta 1932. En esa larga década jugará 454 encuentros con el Barcelona, marcando 326 goles y dejando momentos destacados, curiosos, y hasta simpáticos. Marcaba goles con ambos pies y con la cabeza. Trasladaba su inteligencia al terreno de juego y allí deleitaba a los espectadores asistentes. En 1920 se proclamó campeón de Cataluña y campeón de la Copa. Ese título le llamó la atención porque, cuando llegaron a la estación del Norte, había más de 6.000 personas esperando su llegada. A lo largo de la semana siguiente, todo fueron banquetes y fiestas privadas. Pero el que más le impactó fue un banquete en el Restaurante del Parque, a donde acudieron 500 personas de lo más granado de la sociedad catalana, y allí, Hans Gamper entregó a los jugadores los tradicionales casquetes de campeones. Samitier siempre lo recordó: “Fue el mejor regalo que tuve a lo largo de mi carrera futbolística”.
En 1920, España se había inscrito para participar en los Juegos Olímpicos de Amberes. Era la primera vez que una selección de fútbol iba a representar los colores de la nación. En junio, la Federación Española realizó una preselección, pero en ella no se encontraba el nombre de José Samitier. Un mes después, en julio, la Federación Española mandó un telegrama a la Federación Catalana. En ella se solicitaba la presencia de Samitier, que junto con Sancho, Sesúmaga y Zamora debían presentarse en Vigo para llevar a cabo una primera fase en entrenamientos. A sus 18 años, Samitier tocaba el cielo. Era el jugador más joven de los convocados. Lo más importante es que el 28 de agosto de 1920, Samitier era titular ante Dinamarca. Era el primer partido de la Selección y en el once titular aparecía él.
Volvería a jugar ante Suecia, y ahí resurgió de nuevo su fuerte carácter: tras sufrir Zamora una dura entrada por parte de un atacante sueco, Samitier se acercó a su amigo y compañero y le soltó: “Déjalo de mi cuenta, Ricardo, que éste va a pagar lo que acaba de hacerte”. Samitier estuvo todo el partido machacando al nórdico. La victoria se acercaba, España ganaba 2-1; y cuando faltaban menos de cinco minutos para el final, el colegiado italiano Muro señaló penalti en contra de los españoles, tras una caída de un jugador sueco en el área defendida por Zamora. Ante las protestas de los jugadores, Samitier se hizo con el balón y seriamente se acercó al colegiado: “Este balón no sirve. No es redondo. Es cuadrado”. El colegiado italiano no sabía cómo actuar. Le quitó el esférico y lo puso en el suelo. Samitier lo volvió a coger y volvió a insistir: “¡Es cuadrado! ¡Este balón no sirve!”. Finalmente, el delantero Olsson lanzó el penalti… fuera de la portería española. A la vez que protestaba, Samitier colocó una piedra, no muy grande, pero sí lo suficientemente gruesa como para que el balón no fuese a la meta de Zamora. A la conclusión del partido, Samitier se despidió de todos y cada uno de sus rivales, árbitro incluido, antes de comenzar una verdadera batalla campal entre los dos conjuntos.
Una vez acabada la experiencia de los Juegos Olímpicos, con la primera medalla en fútbol en la historia del deporte española, Samitier defendería la camiseta de la Selección en 21 ocasiones, siendo el capitán en ocho de las mismas, marcando tres goles. El último, precisamente el día de su último partido con la Selección, el 13 de diciembre de 1931 en Dublín, ante Irlanda. ‘Pepitu’ marcó el cuarto tanto español, a centro de Vantolrá.
Siempre le gustó jugar con la Selección. Para él, era lo más importante: “Por jugar con la Selección nos daban un cariñoso golpe en el cogote y nos decían ‘Muy bien, muy bien’. Con eso ya estábamos más que pagados”, explicaba.
A la vuelta de los Juegos Olímpicos, comenzó una nueva etapa. Son los Felices Años 20. “Entonces, los jugadores nos entrenábamos un par de días por semana. Éramos algo mujeriegos y la vida que llevábamos no era tan controlada. La vida es mala y muchas veces lo que gana uno en el entrenamiento se lo gasta por la tarde”, reconocía posteriormente.
Al Barcelona le iban las cosas tan bien, que tuvo que construir un nuevo estadio: Les Corts. A él también le marchaban las cosas bien. Le apodaban ‘El Mago’ y ‘El Hombre Langosta’ (así lo dibujaba el caricaturista Valentí Castanys) y el Barcelona, con él en sus filas, era prácticamente imbatible: ganó cinco Copas y la primera Liga en 1929. Pero él también fue noticia por lo que sucedía en el terreno de juego. En 1924, en un partido del Campeonato Regional ante el Español, el colegiado vizcaíno Pelayo Serrano le expulsó al responder con una agresión un empujón de Caicedo, lo que se transformó en una lluvia de monedas hacia el árbitro. El partido tuvo que ser suspendido y reanudado el 15 de enero de 1925… Ese derbi pasó a la historia con el nombre de ‘El derbi de la calderilla’.
Ese mismo año hundió al Real Madrid en la Copa. El conjunto madridista había planeado jugar con la trampa del fuera de juego. Este sistema lo habían aprendido a jugar en una gira por Inglaterra ese mismo año y lo quisieron imponer los dos zagueros madridistas, Escobal y Quesada. Consistía en que se daba una señal y los dos defensas se adelantaban, dejando en posición antirreglamentaria al delantero rival. Las primeras intentonas salieron bien, pero Samitier se dio cuenta de la táctica y antes del descanso ya había marcado tres goles. Ese partido acabó con triunfo azulgrana (1-5).
Por aquel entonces, cobraba casi cuatro euros mensuales y otros cuatro, de manera individual y privada por la directiva, aunque reconocía que la mayor cantidad que le pagaron por jugar fueron “50.000 pesetas (unos 300 euros al cambio)”.
Pronto llegaron los años 30. En 1932, al Barcelona no le marchaban bien las cosas. La directiva, presidida por José Comas, decidió hacer frente a los mismos. Comas tenía mano firme para solventarlos y se propuso resolverlos. El club tenía un déficit de más de 125.000 pesetas y un grupo de jugadores ya veteranos que cobraban demasiado. Así que en diciembre de 1932 decidió poner en el mercado a unos cuantos jugadores con dos fines: el primero, aligerar el número de jugadores, y segundo, aligerar el gasto en sueldos y nóminas. La noticia saltó a la prensa el 30 de diciembre de 1932, justo un día antes de que el Barcelona recibiera al Real Madrid en partido de Liga: el Barcelona dejaba en libertad para fichar con quien quisiera a Samitier, Piera y otros ocho jugadores. Año nuevo, vida nueva. Ahí apareció la charla entre Bernabéu, gran amigo suyo, y Samitier. Bernabéu, que ejercía de delegado del Real Madrid, le preguntó si estaba dispuesto a fichar por el Madrid. No esperaba la respuesta tan rápida y tan afirmativa. Dicho y hecho. ‘El Mago’ se desvinculaba del Barcelona el 5 de enero. El 7 viajaba a Madrid en avioneta. Llegaba al velódromo de Cuatro Vientos y firmaba por el club madridista. Cobraba 7.000 pesetas (42 euros al cambio) por prima de fichaje, y empezó a jugar.
Debutó en San Sebastián, y a la semana siguiente marcó su primer gol ante el Alavés. Mientras, en Barcelona, la afición azulgrana no salía de su asombro. Su gran desquite vendría dos meses después de abandonar Can Barça: el 5 de marzo de 1933, el Real Madrid recibía al Barcelona en partido de Liga. El conjunto madridista ganó (2-1), siendo Samitier el autor de los dos goles madridistas. El Madrid ganaría la Liga. El Barcelona finalizaría en cuarta posición.
Con el Madrid cumpliría, ya que la edad y varias lesiones lastraron su rendimiento. En su segundo año, ganaría la Copa. Posteriormente, acabaría jugando en el Constancia de Inca, donde cobraba por encuentro jugado; en el Nacional de Madrid, donde fue jugador-entrenador; y en el Niza, donde acabaría su etapa como futbolista. Para él, el futbolista perfecto “debe reunir una buena técnica junto a una buena y clara visión de la jugada. A eso hay que sumar unas buenas facultades físicas”. Todo eso lo englobaba él en su figura.
Pero aparte de su vida de jugador, hay otra faceta íntima, más personal. Samitier era un hombre inteligente, vivo, abierto, cuyo trato cautivaba desde políticos a todo tipo de gente de la farándula. Gran amigo de Carlos Gardel, éste le dedicó un tango, pasando por Maurice Chevalier, hasta Cossío y demás estrellas del toreo. Su gran verborrea, dinámica y divertida le llevó a mezclar términos futbolísticos con quehaceres cotidianos. Frases y expresiones como “Me han metido un gol” y “Me han pillado en fuera de juego”, tan comunes hoy día, tuvieron en Samitier a su forjador. Se comenta que Franco no era seguidor de ningún equipo, sino de jugadores: de Samitier y de Zamora, principalmente.
Tras la Guerra Civil, se convertirá en entrenador. Volvería al Barcelona en 1944, con el que conseguirá ganar la Liga ese mismo año (1944-45). Revolucionó el concepto de equipo: irá profesionalizando a los jugadores, regularizará entrenamientos, hábitos alimenticios… Pero una mala racha de resultados acabará con él convertido en secretario técnico. Ahí negociará la incorporación de Kubala al conjunto azulgrana junto con su cuñado Daucik. Además, un par de años después, cerrará la llegada de Di Stéfano al Barcelona, ya que Kubala, el gran símbolo blaugrana, estaba aquejado de tuberculosis y necesitaban una gran estrella que le supliese. Finalmente, y debido a que Samitier no es renovado en su cargo, el 9 de agosto de 1953 cerraba su vinculación con la entidad barcelonista.
El presidente azulgrana, Enrique Martí Carreto, no imaginaba lo que sucedería después: apenas un mes de su marcha, Alfredo Di Stéfano se convertía en jugador del Real Madrid. Samitier se convertiría en secretario técnico madridista. Bernabéu siempre tiró de su figura cuando tuvo problemas con los que mandaban en Can Barça, aunque volvió rápidamente cuando Enrique Llaudet alcanzó la presidencia culé. Bernabéu no puso reparos a su marcha: “Samitier quiere demasiado a Barcelona y al Barcelona para obligarle a que se quede en Madrid. La nostalgia terminaría con él, y yo quiero mucho a Samitier, hombre leal, honrado y sincero. Unas cualidades por las cuales ha hecho despertar muchísimas envidias”.
Falleció por un paro cardíaco el 6 de mayo de 1972 y Santiago Bernabéu viajó con toda la cúpula del Madrid a su capilla ardiente. Su fallecimiento congregó a miles de personas que le brindaron un cálido y sincero homenaje a un símbolo del fútbol español.