Como un lamento boliviano
Una Roja diametralmente diferente a la de la Copa América Centenario cosechó un magro empate sin goles ante los altiplánicos en el Monumental.
A diferencia del partido de la Copa América Centenario, esta vez no hubo un penal dudoso que ayudara a aclarar al panorama. Sin ningún recurso extra, con poca claridad y con un nivel extraordinariamente lejano al exhibido en el torneo estadounidense, Chile rescató un discreto empate sin goles ante Bolivia en el Estadio Monumental.
Que la primera llegada clara de la Roja fuera a los 28 segundos se podía interpretar como una señal de que las cosas iban a andar bien. Y que a los 12 minutos el portero Carlos Lampe ya fuera figura con sendas tapadas a cabezazos a Eduardo Vargas y Arturo Vidal daba para que muchos se frotaran las manos.
El equipo de Pizzi lucía aceitado. Llegaba con facilidad, su mecánica de toques parecía memorizada, pero al entrar al área las cosas se complicaban. Todo aquello que en la Copa América Centenario fluía con espontaneidad hoy necesita ayuda de fórceps.
La Roja siguió martillando. Pasado el cuarto de hora, Vidal se la dio a Vargas en el punto penal y el renquino no atinó a patear. Después de eso, no hubo visitas claras al pórtico boliviano por más de 20 minutos.
A cinco minutos del final, Alexis Sánchez obligó al arquero de Huachipato a desviar. Un minuto después, Enzo Roco por fin la pudo enviar al fondo del arco, pero el gol fue anulado por falta de Vidal a Lampe. Bolivia, en tanto, no dispuso de ni una situación clara de gol. Solo un zurdazo desviado del eterno Moreno Martins.
En el reinicio, los chilenos tardaron 15 minutos en visitar a Lampe. Una lucida jugada terminó con un desborde de Mena que fue un caramelo para el meta altiplánico. Y dos minutos después, el guardavalla desvió un centro de Vargas.
Bolivia dio la alerta a los 63 minutos, justo cuando Matías Fernández abandonaba la cancha diez minutos después de haber ingresado. Juan Carlos Arce exigió un tapadón de Cristopher Toselli, quien no había tenido trabajo hasta ese momento.
A 20 minutos del final, Pizzi envió a la cancha a Mauricio Pinilla. La lectura era clara: había que tirar toda la carne al asador. Pero el artillero de la Atalanta sólo aportó con una posición de adelanto. Nada más.
Vidal casi sorprendió a Lampe con un centro-tiro al arco que el portero sólo pudo descolgar gracias a su metro y 92 centímetros de humanidad. Aparte de eso, lo de la Roja era mucho tirar para adelante y poquísima claridad.
Así fue corriendo el tiempo, los 11 bolivianos permanecían en su propia área defendiendo y cualquier pelota dividida terminaba con uno de camiseta verde en el piso, lamentándose aparatosamente y ayudando a que pasaran los minutos.
Chile, al igual que en Asunción, no tuvo eso que le sobró en Estados Unidos. Mostró tibieza o ingenuidad. Y al final, muchos lamentos y harakiris.
Si no se le puede ganar a un Bolivia que no propuso nada, si no se exhibe el vértigo y la presión marca registrada de épocas pasadas y no hay poder ofensivo, no existen demasiados méritos para estar en una Copa del Mundo.
Así de simple. Es triste, pero real.