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FINAL | PORTUGAL - FRANCIA

Fernando Santos, la fe del ingeniero que rige a Portugal

Un técnico humilde e invicto que ha llevado a Portugal a la final de la Euro. Aúna la fe de su catolicismo con la frialdad de la electrónica
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Santos, un seleccionador muy meticuloso.
Santos, un seleccionador muy meticuloso.Getty
ATLAS

Hace dos años, Fernando Santos tomó los mismos panes y los mismos peces que tenían otros y los convirtió en caviar. Cogió a la selección tras perder con Albania en casa, y ahora está en París sin conocer la derrota en un partido oficial. Cualquiera diría que ha hecho un milagro, pero él dice que todo es trabajo. Santos (Lisboa, 1954) aúna la fe de su catolicismo con la frialdad de la electrónica.

Santos fue jugador y entrenador por casualidad. Si le daban trabajo, jugaba al fútbol. Así llegó al Estoril, donde su dueño poseía hoteles y el club de esa ciudad tan chic. Santos pasó a dirigir al equipo de fútbol y al equipo de mantenimiento del Hotel Palacio. Después dirigió al Estrela de Amadora, al Sporting de Lisboa, al Oporto, al que hizo pentacampeón, y al Benfica. Es uno de los cuatro entrenadores que han dirigido a los tres grandes portugueses. En el primer partido de la segunda temporada con el Benfica, fue despedido, y rompió con el mundo.

Santos se fue a Grecia, donde se le puso esa cara de dios griego. Lo primero que hizo en Atenas fue buscar la iglesia católica más cercana. A Cristo lo encontró en 1994, tras ser despedido por el Estoril. Desde entonces es de misa diaria y de rezos al acostarse y levantarse. Pese a ello, si se cruza con él de buena mañana, evítelo, no le dé ni los buenos días; antes de un café, es persona non grata.

Eso no quita que programe entrenamientos a las 7 de la mañana, una argucia para acabar con la costumbre griega de trasnochar. Santos es un ídolo en Grecia. Entrenó al AEK, Panathinaikos, PAOK y a la selección, que la llevó a donde nadie la había llevado, a los octavos de un Mundial, donde sólo cayó por penaltis. Fumador empedernido, apasionado en el campo, frío en el análisis, respetuoso con todos, Santos nunca pierde el sentido de la cosas.

El éxito y la fama le resbalan por su traje, que viste como si siguiera siendo el jefe de mantenimiento, antes de hoteles, ahora, de futbolistas. “El fútbol —recuerda en una entrevista—no significa nada si lo comparamos con la paternidad, si lo comparamos con la amistad”.