Ara Malikian: “Tocar en el Bernabéu ante 60.000 personas fue como tener un orgasmo”
Es como un Ghandi con violín, cuyo sosiego se convierte en frenesí cuando sube al escenario. Ara Malikian ha cambiado las reglas de la música clásica y le avala el éxito masivo también entre gente joven.
Rompe usted con la imagen de los músicos clásicos. Parece una estrella de rock o un futbolista.
—Es una desgracia. El cliché del músico clásico es el del típico personaje estirado y serio. Yo no quiero ser así. Quiero ser yo mismo y tocar la música que me gusta. Por eso nunca he seguido el camino típico y tampoco he encajado en este mundillo. Me da igual, sigo a lo mío.
—Esa imagen demasiado formal es la que seguramente ha alejado a los jóvenes de la música clásica.
—Ha hecho mucho daño. Esa imagen arrogante, tan distante, ha provocado que el público joven no se haya acercado a los conciertos por miedo a no entenderlos, a meter la pata y no saber ni siquiera si tenía que aplaudir. Es una pena, porque la música en sí es maravillosa y llega a todo tipo de público. Si siguen así no duraremos mucho. Hoy la música clásica sólo vive de subvenciones y ayudas, mientras que un festival de rock vive del público.
—¿De quién es la culpa?
—De los que no han asimilado que el tiempo ha pasado. No digo que haya que tocar a Bach en una discoteca con luces, pero hay que darse cuenta de que no estamos en el siglo XIX y hay que renovarse, haciendo la misma música, de la misma manera, pero aprovechando la tecnología.
—Nos decían que el violín es como el delantero centro de una orquesta. ¿Así se siente?
—Sin duda. Está feo que lo diga yo, pero los violines son la voz principal, hacen las melodías más importantes, las más chulas. Hay instrumentos que se pican mucho con nosotros.
—Es curioso que el violín sea el instrumento al que menos se ha recurrido en la música pop.
—Es cuestión de tiempo, no se crean. Las guitarras y los instrumentos de viento han tenido mucho poder en la música, pero en poco tiempo se darán cuenta de que el violín puede ser más heavy que una guitarra eléctrica.
—Lleva quince años viviendo en Madrid y nunca dice con qué equipo simpatiza.
—Me preguntan muchas veces de dónde soy y no lo sé. Soy un poco armenio, un poco español, un poco de todo. Me pasa lo mismo con los equipos. Cuando juega bien el Atleti, pues soy del Atleti. Cuando gana el Madrid, aplaudo. Soy de los equipos de mi ciudad, pero como no he nacido aquí no tengo esa pasión que tienen ustedes. No llego a entenderlo del todo.
—Tendrá afinidad por algún jugador.
—Me encanta el fútbol y me gustan los grandes jugadores, los que son especiales. Soy de Cristiano y de Messi y, desde luego, siempre he sido muy de Zidane. Era un gran artista jugando al fútbol.
—Después de tanto tiempo en España acaba de volver a su país.
—Volví a Líbano después de 32 años, pero esta vez lo hice para visitar los campos de refugiados de la frontera con Siria. Muy duro. Viven allí un millón y medio de refugiados que, de momento, sobreviven, pero su situación es muy preocupante. Fui para sensibilizar a la opinión pública de que son gente que tenía una vida, un trabajo, una familia y que lo tuvo que dejar todo para huir. Merecen ser ayudados y respetados.
—De niño vivió en medio de la guerra. ¿Qué recuerdos tiene?
—Aunque parezca mentira, no me dejó ninguna mala secuela. Aquello me permitió adaptarme a cualquier lugar y ser feliz en cualquier sitio. No fue una infancia especialmente infeliz. Cuando empezaban a caer las bombas bajábamos a los refugios y era la cosa más natural del mundo. La vida seguía en los sótanos y nosotros seguíamos jugando y divirtiéndonos.
—Y en medio de ese ambiente de destrucción, ¿cómo le llega el violín?
—La guerra duró del 76 hasta el 91 y lo más impresionante es que caían bombas durante semanas y de pronto se decretaban dos días de tregua; entonces la vida volvía a las calles. Había conciertos y la gente salía. Mi padre me hizo llegar un violín y aprendí enseguida, casi de forma natural. Me recuerdo siempre con el violín en las manos. Yo tocaba y comprobaba que así podía divertir a los demás.
—¿También jugaban al fútbol bajo las bombas?
—Desde luego. En Líbano ha habido siempre una afición enorme por el fútbol. Mi padre jugó mucho tiempo en un equipo armenio. Y mi abuelo era presidente de un equipo en Siria. Nos gustaba muchísimo. Yo jugaba de lateral porque decían que corría y tenía buenas condiciones. Pero Líbano es un país muy castigado y somos flojos para el deporte, nos cuesta llegar a los Mundiales. Irán e Irak en su época tuvieron buenos equipos y grandes jugadores.
—¿El fútbol puede favorecer que acaben los conflictos?
—Es un hilo conductor que puede unir a los pueblos. Me encanta el fútbol, lo amo desde que era niño. Pero hasta el fútbol, que es un instrumento de paz, a veces se ve sacudido por la violencia, como hemos visto en esta Eurocopa. El fanatismo del fútbol es el mismo que el de las religiones. El fútbol es un buen camino para hacer la paz aunque a veces se utilice de mala manera.
—¿Cómo observa los nacionalismos?
—No me siento de ningún lugar sino de muchos y nunca jamás entenderé el radicalismo nacionalista. He visto a gente morir a mi lado por este fanatismo y me parece inaceptable. El odio provoca las guerras. No odio ni siquiera a Israel, que nos ha invadido tantas veces. Si tu respuesta es responder con más rabia, seguirán las agresiones. Hay que responder siempre de forma pacífica.
—¿Tiene solución?
—Tiene pero hay muchos poderes interesados en que no se solucione. Cuando hemos ido a Líbano, hemos podido comprobar que los refugiados podrían vivir mejor pero a los dirigentes mafiosos no les interesa. Se trafica con los seres humanos. De siempre al poder no le ha interesado que haya paz.
—¿Alguna vez ha tenido problemas por su aspecto, sus melenas, su barba, en los circuitos de la música clásica?
—Sí. Siempre hay gente intolerante que no respeta a los demás ni entiende que la diversidad es riqueza. Pero les voy a decir algo: he vivido en muchos lugares, he trabajado en Alemania, Francia, Bélgica, por todas partes, y en España es donde menos he tenido que aguantar ese tipo de comentarios. No es por hacerles la pelota, pero les aseguro que es así.
—Viéndole tocar en un concierto sorprende. Se mueve usted más que Iniesta.
—(Risas) Fue poco a poco que empecé a moverme por el escenario. Intenté ser un violinista tradicional pero no me salía natural, no funcionaba y tampoco era muy aceptado en el mundillo. Hasta que me dije: basta ya, no voy a hacer el esfuerzo de ser como ellos, quiero ser yo. A partir de ahí empecé a disfrutar de lo que estaba haciendo y a decir algo con mi música. La clave fue liberarme de mi cuerpo. Cuando das un concierto estás en un lugar sagrado y tienes que aprovechar tu cuerpo, el espacio y la música para transmitir al público. Hoy no puedo tocar sin moverme.
—¿Se entrena con el violín?
—Como los futbolistas. Si dejas de entrenar pierdes todas las facultades en poco tiempo. Todos los días practico con el violín. Es impensable que pase un solo día sin que lo haga. Es importante evolucionar y tener claro que nunca jamás vas a llegar a un techo. Siempre hay tiempo para crecer y espacio para aprender. Si dejas de tener este concepto la caída es muy rápida. Hay que renovarse porque lo contrario es el precipicio. Pero eso sí, siempre me ha gustado aprender a mi aire y practicar solo. Cogiendo cosas de unos y otros y probando que es como mejor se aprende.
—¿Y si no hubiera sido el violín habría sido músico?
—Nunca me lo he planteado. El violín ha estado conmigo desde los tres años. Nunca he tenido que tomar una decisión al respecto sobre si quería ser músico. Siempre ha sido parte de mí. El violín me permitió salir de mi país e irme a estudiar a Alemania.
—Se cuenta que en Alemania sufrió un incendio en su casa y se quemó todo menos su violín. ¿Es una leyenda urbana?
—¡Es verdad! Aquel día dejé mi violín en la ventana por fuera. No sé por qué lo hice. Lo dejé ahí olvidado y salí. Luego hubo un cortocircuito y efectivamente todo ardió menos el violín. Es el destino.
—Después de Alemania, ¿por qué elige España para vivir?
—Fue una casualidad. Vine a dar algún concierto y me encantó la ciudad, te acoge muy bien. Madrid tiene una luz que no la encuentras en otros países. La vida es más bella y positiva. Me quedé aquí sin dudarlo.
—¿Le costó mucho abrirse las puertas como músico?
—Bueno, si no tienes un mecenas y no tienes dinero para financiarte la carrera no te queda otra que patearte la calle y buscar pruebas y concursos, solamente para conseguir que te escuchen. No es un camino fácil, pero no hay otro. Tienes que confiar en tu talento y seguir tu pasión.
—Acaba de tocar en el estadio Santiago Bernabéu en el homenaje a Plácido.
—Fue maravilloso. La conexión con el público fue estupenda. Pisar ese escenario es un subidón. Tengan en cuenta que estás ante sesenta mil personas, cosa que no te pasa jamás. Fueron cinco o seis minutos pero estaba absolutamente feliz, fue como un orgasmo.
—Es usted un músico singular, capaz de fundir la música de Bach con el flamenco. ¿Cómo se hace?
—Con la mente abierta. La música sensibiliza y te enseña que el arte es un idioma común. Fusionar es muy fácil. Tocar a Beethoven en reguetón es lo más fácil del mundo, pero la cuestión no es hacerlo, es entenderlo. Si quiero tocar flamenco primero lo tengo que descubrir. Eso es lo más enriquecedor, que te enseñen y tú enseñar lo tuyo. Eso es fusionar.
—¿Cómo seguiría con el violín un partido de fútbol?
—Un buen partido es una obra de arte y eso tiene muchos registros. Me gustaría hacer los comentarios del partido con el violín. Al fútbol le pegan muchas músicas porque son muchas emociones, grandes subidones de adrenalina como los de los conciertos.
—¿A quién le pondría un violín en el campo?
—A Cristiano, a Messi o a Iniesta. En su época le habría puesto un violín a Maradona y otro a Zidane. Me gustan los que son muy artistas.