366 HISTORIAS DEL FÚTBOL MUNDIAL | 21 DE JUNIO
Marcelino marca el gol más renombrado (1964)
Aquello fue sonado. En la Eurocopa anterior tuvimos que abandonar por no permitir que los soviéticos (que al final serían campeones) jugaran en nuestro suelo. Para la segunda edición teníamos concedida la fase final, que entonces era más sencilla que las de ahora: solo cuatro equipos, para jugar unas simples semifinales y la final. Nos clasificamos, después de haber eliminado a Rumanía y a las dos Irlandas. También se clasificaron Dinamarca, Hungría y… ¡la URSS! El régimen cruzó los dedos confiando en que no nos tocara jugar contra ella. Las bolas fueron sabias y dieron como semifinales España-Hungría y URSS-Dinamarca. Ganamos nosotros, ganaron los soviéticos («rusos», decíamos entonces, aunque eran mucho más que rusos), y hubo que jugar.
Las vísperas fueron tensas. En el Gobierno había quien proponía la retirada, con el ministro de Exteriores, Castiella, al frente de esa tendencia. Solís, ministro secretario general del Movimiento, lideró la facción contraria. A Solís se le conocía como «la sonrisa del régimen» y había abogado por una educación con «menos latín y más deporte». Ganó. Mientras, en los colegios de curas nos explicaban que el comunismo consistía en que trabajabas para el Estado y que cuando llegabas a la ancianidad, en lugar de jubilarte y dejarte tranquilo, te mataban y te convertían en pastillas de jabón. También nos explicaban que Yashin, el portero ruso, era en realidad uno de los niños vascos trasladados allí en la guerra, y que le habían hecho un lavado de cerebro y le obligaban a jugar contra su patria. La preocupación por Yashin se basaba en que era considerado por entonces como el mejor portero del mundo. De hecho, aún hoy es el único que ha ganado el Balón de Oro.
Al final se jugó. Ganó Solís y se jugó, en una tarde de junio, con el Bernabéu abarrotado y el Caudillo allí. Se jugó y me figuro que se la jugó Solís, porque si llegamos a perder… Pero no perdimos. Ganamos. España salió con Iribar (Athletic); Rivilla (Atlético de Madrid), Olivella (Barça), Calleja (Atlético de Madrid); Zoco (Madrid), Fusté (Barça); Amancio (Madrid), Pereda (Barça), Marcelino (Zaragoza), Suárez (Inter de Milán) y Lapetra (Zaragoza). El seleccionador era José Villalonga, comandante del Ejército en la reserva, que como entrenador ya había ganado la Copa de Europa con el Madrid y la Recopa con el Atlético. Se jugó bajo una persistente llovizna y el partido no fue gran cosa, pero lo ganamos, con goles de Pereda, Khusainov y Marcelino. El de este fue sonado. Le llegó un centro de Pereda desde la derecha (suele verse una imagen trucada en la que centra Amancio, porque el nodo, que no tenía la jugada, la montó con ese truco), a media altura. Marcelino se agachó, giró el torso y el cuello y percutió fuerte el balón, desde unos doce metros, a la cepa del palo izquierdo de Yashin, que ni se movió. Francamente, Yashin hizo poco en ese partido. Nos fuimos todos a casa pensando que quizá los rusos se habían tomado demasiadas molestias por ese tipo, que no mejoraba en nada a nuestro Iribar.
Marcelino, por cierto, había sido seminarista. A base de seguir la doctrina Solís: «Menos latín y más deporte», se convirtió en delantero centro. España perdió un cura, pero ganó un campeonato.