Creyó uno, se confió el otro
El Atlético se adelantó con un golazo de Griezmann , pero en los últimos 11 minutos un Sporting con corazón le dio la vuelta al choque. Se rompió Giménez.
Minuto 87 y ésta es la fotografía de cómo el Atleti dijo adiós definitivamente a la Liga: el Mono Burgos sujetaba en la banda a un Giménez que, con la mano en el isquiotibial derecho y sin poder apoyar la pierna en el suelo, intentaba zafarse para entrar, para volver al campo. El partido se le escapaba a su equipo y, mientras el uruguayo golpeaba el banquillo de pura frustración, Carlos Castro celebraba el segundo gol del Sporting, el de la remontada, la victoria.
Llevaba toda la semana Abelardo metido en el laboratorio, con el traje de alquimista, buscando la fórmula que le diera oxígeno a su equipo en este partido y en la Liga. Los principios los tenía claros: la presión alta sería el mercurio, las transiciones rápidas, el azufre y su banda izquierda, Jony e Isma, la sal. En los primeros 25 minutos la mezcla le funcionó, ideal, hasta que apareció un elemento con el que no contaba: un francés, Griezmann, que a sus múltiples virtudes le ha añadido el pie fino en el lanzamiento de las faltas.
Hizo una Pablo Pérez en la frontal y allá que se fue el francés, decidido. Agarró el balón y lo posó con delicadeza antes de mirar la escuadra izquierda de Cuéllar. Y allí lo envió con un disparo preciso, precioso, imparable. Un golazo que dio aire a su equipo, cuyo juego, hasta aquí, había sido como intentar remover cemento con una pajita de plástico. Espeso, espeso. No desistió Abelardo, sin embargo. Ni tampoco tiró sus probetas tras el fuego desatado por Griezmann. Cuando llegó el descanso, tranquilo, volvió a ponerse el traje de alquimista y pensó en aquello que tenía en el banquillo para mejorar su fórmula.
La segunda parte comenzó como la primera. El Sporting mandaba y el Atlético levantaba el frontón y activaba el modo ahorro de energía. Tras la paliza del PSV, no estaba para mucho meneo, así que lucía Simeone su fondo de armario (Gámez, Lucas, Kranevitter, Correa...) para dar descanso a fijos como Gabi y Juanfran. Un gol, ese gol del 29’, le bastaba.
Pero el descanso del capitán no llegó ni a 58 minutos. Al Cholo no terminaba de gustarle lo del césped. A Correa la banda le sienta como la kryptonita a Superman y Vietto..., bueno, Vietto de nuevo fue como una botella de Coca-Cola agitada: sin chispa, sin gas. Tuvo tres contras para rematar el partido y las tres acabaron igual. En cero, en nada, en agua. Una vez no supo cómo deshacerse de Meré, otra se sintió perdido al llegar al área y en la última mandó el balón a ningún lugar. Un desastre total.
Y, mientras, Abelardo seguía erre que erre, en la búsqueda de su piedra filosofal. Metió a Castro, metió a Carmona, retrasó a Sanabria y, voilà, la fórmula al fin funcionó. El partido pasó del plomo al oro, comenzó la remontada. Se la vio venir Simeone que, en el 75, ponía fin al descanso de otro de sus fijos, Juanfran: le metió como interior derecho y quitó a Vietto para intentar sujetar ese 0-1. Quince minutos después, el Sporting había derruido el frontón rojiblanco y el muro ante la puerta de Oblak para dejar en nada los tres puntos que una vez, al principio de la tarde, habían sido el gol de Griezmann.
Los dos del Sporting llegaron, curioso, con el método del prueba-error, tan habitual en la ciencia: como lo intentaron una vez y fallaron, el Atlético les concedió una segunda. El primero fue un lanzamiento de falta de Sanabria que rozó Kranevitter para despistar a Oblak un segundo después de haber intentado el mismo Sanabria otro lanzamiento de falta, desde el mismo lugar, y haberlo enviado al palo. El segundo fue una carrera de Jony que remató Castro, un minuto después de haber corrido Sanabria, haber asistido al mismo Castro y que éste enviara el balón al larguero mientras Giménez ya miraba con los ojos vidriosos el césped, pidiendo a Simeone y al Mono Burgos volver, seguir, aunque estuviera vencido, roto, como su equipo.