“Ayudar a los niños con el fútbol y el deporte me hizo muy feliz”
El fútbol es la pasión de Patricia Campos y hace un año lo dejó todo por un proyecto solidario en Uganda. Su labor acaba de ser reconocida por la Fundación El Larguero.
Patricia Campos decidió hace un año dar un giro de 180 grados a su vida utilizando el fútbol por bandera. Se embarcó en una aventura solidaria en Uganda que le marcó para siempre. En realidad, todo comenzó hace tres años. Tras pedir la excedencia en el Ejército, se marchó a Estados Unidos, para completar su sueño. En España había jugado en el Villarreal femenino y en la Universidad de Valencia, pero quería vivir por y para el fútbol. En Estados Unidos se sacó el título de entrenadora. Fue dirigiendo al Carlsbad United femenino, cuando le surgió la oportunidad de marcharse a Uganda, con la ONG ‘Fútbol sin Fronteras’.
“Era un proyecto solidario con niños y deporte. Me encantó la idea de usar el fútbol para transmitir valores como el respeto, el compañerismo y la igualdad”, explica. Contactó con varias marcas, que le cedieron material y ropa, y en diciembre de 2014 se despidió de España con dos partidos solidarios, en Madrid y en Valencia, en los que recaudó fondos.
Situaciones límite. “Los comienzos fueron durísimos. A cada segundo tenía miedo, pero había ido allí con una misión y quería terminarla. Quería conocer cuáles eran sus necesidades para volver y trabajar sobre esa base. Fui temeraria por ir sola. Allí la situación es límite, no tienen comida, ni agua… El blanco es quien lo tiene todo y pasas a ser ‘el objetivo’. Tuve suerte y no me ocurrió nada, pero pasé mucho miedo”, confiesa. Patricia explica que las necesidades básicas priman, pero asegura que hacer felices a los niños con el fútbol le ha llenado de satisfacción: “Al principio me sentía mal porque pensaba que les daba ilusiones falsas. Luego me dí cuenta de que ésa es la felicidad que se llevan. Hacer felices y ayudar a los niños con el fútbol me llenó el corazón ”.
Ser mujer se lo puso más difícil: “Cuando jugábamos lo hacíamos en una especie de montaña, y al final acababa toda la montaña repleta de hombres viendo cómo una ‘musungu’ (mujer blanca) jugaba al fútbol. Ellos no estaban convencidos de que una mujer jugara al fútbol. El fútbol es su deporte, un deporte de hombres, y al acabar me decían en tono amenazante: ¡Tu eres un hombre!”.
Introducir el fútbol entre las mujeres fue lo más complicado: “Allí las niñas se casan con 11 ó 12 años, o las venden para hacer tareas domésticas. Las mujeres todavía se compran a cambio de ganado, un dulce, un refresco… Y se arrodillan para hablar con los hombres. Tuve tres equipos: uno de niños, otro de niñas y otro de mujeres y niñas con SIDA. Al principio los niños no querían jugar con las niñas, pero lo que más me costó fue que jugaran con las niñas y mujeres con SIDA porque allí piensan que se contagia con la mirada. Llevábamos muchos meses entrenando y ellas querían jugar un partido. Al final lo conseguí. No diré cómo, pero lo conseguí”.