ESPANYOL
Sin alma desde La Catedral
El Espanyol ha perdido el estilo, la motivación y la credibilidad que se ganó con su brillante andadura en la Copa. La imagen está siendo peor que los resultados.
Dos meses se cumplirán esta semana desde el partido que lo cambió todo. El que reflejó el clímax de un radiante Espanyol que, desde entonces, no ha sido más que una sombra de lo que mostró. El 11 de febrero, empataron los pericos (1-1) en la ida de semifinales de la Copa, ante el Athletic, en San Mamés, en un partidazo que culminaba una sobresaliente trayectoria en el torneo del KO que se truncó en la vuelta, el 4 de marzo, y que llevó al equipo a una deriva de la que hoy, tras otro 1-1 de muy diferente sabor —el del lunes contra el Elche—, solo se extraen adjetivos como pesimismo, conformismo, dejadez y amargura. La de una afición que revive el ‘rush’ final de cada año.
La estelar andadura por la Copa salvará una temporada en la que, salvo cataclismo, cerrará el Espanyol con una tranquila permanencia, pero también puede resultar contraproducente: partidos como los vividos en Cornellà ante Valencia y Sevilla demostraron hasta dónde puede llegar la plantilla, su verdadero techo, el cual hoy se adivina como lejano, casi inalcanzable en las nueve jornadas restantes. El equipo se dejó el alma en La Catedral y, desde entonces, su juego es tan cerebral que alcanza para puntuar —bien es cierto que llevan tres jornadas sin perder, con sendos empates—, pero ni para ganar ni mucho menos para enganchar, para emocionar.
Y ahí es donde aparece la famosa “tecla” de Sergio González, la que el entrenador buscaba desde su nombramiento y que teóricamente halló tras reunirse con sus jugadores después de unas primeras jornadas de zozobra y variar el sistema. La que llevó al Espanyol a ir asumiendo automatismos, aumentando en autoestima, sabiendo a qué jugar paulatinamente hasta culminar en un mes de enero casi de ensueño.
Sin embargo, el estilo, la motivación y la credibilidad de aquellos hitos se han perdido. Solo la solidez defensiva (un gol recibido en tres jornadas) sostiene a un conjunto carente de creación y, por tanto, de gol (uno han marcado en cinco partidos, el de Sergio García del lunes) pese a contar con un tridente ofensivo que desearían todos los rivales de la zona media-baja. Un juego que en ocasiones recuerda al del denostado Javier Aguirre.
Pero lo que más enerva a la afición, por encima incluso de resultados y estilo, es la incoherencia entre las palabras y los hechos. Tras dos semanas de parón empleando con insistencia vocablos como “ambición”, “final”, “lucha hasta el final”, la actitud ante el Elche no fue la de un equipo que se quiere comer el mundo. Ni tampoco el entrenador envió señales en ese sentido, con cambios defensivos como los de Víctor Sánchez y José Alberto Cañas por Cristhian Stuani y Salva Sevilla, hasta coincidir ocho jugadores de corte conservador.
Hoy no es el Espanyol ese conjunto por el que, como pretendía Sergio, la gente estuviera deseando ver el día de partido. Lo positivo es que llegan dos partidos en cuatro días. Lo negativo, que la inercia puede acabar con la poca esperanza que queda.