Padres e hijos futbolistas, herencia o aprendizaje
En abril de 1974 yo tenía siete años. Edad más que suficiente ya para disfrutar del fútbol, o sufrir con él según prefieran. Pero no les miento, no vi aquel mítico Celtic-Atleti en el que Miguel Reina sacó todas las pelotas por arriba imaginables. Cuántas veces se lo habrá contado a su hijo Pepe. No lo vi en directo y bien que me alegro, porque tanto me habían hablado de aquel partido del Atleti que hace bien poco pude desvelar un misterio. ¿De verdad el mito deforma tanto la realidad? Aquello de que un futbolista mejora cada día más tras su retirada. Y no, Miguel Reina lo paró todo. Por arriba y por abajo. Valiente, decidido, sublime. Nunca le vi en directo, pero sí muchas veces a su hijo Pepe, del que jamás olvidaré sus lágrimas en una entrevista que le hice en Atenas tras la final de Champions perdida ante el Milan. Seguro que en algún momento en el vestuario a Pepe se le pasaron las imágenes de su padre tratando de cazar ese misil a la cepa del palo de Schwarzenbeck en la final de 1974. Miguel y Pepe rozaron la Copa de Europa, y sin embargo como porteros son distintos. Como los Alonso, Perico y Xabi. Estilos opuestos por completo y en la misma posición. Perico garra y esfuerzo, Xabi elegancia y lectura del juego. ¿Realmente se hereda el talento? Me cuesta creerlo. Admito que una referencia en casa ayuda a progresar, pero sin el esfuerzo y trabajo en el día a día poco se puede hacer. Los padres de Paolo Maldini o de Juan Sebastián Verón fueron mitos del Milan o Estudiantes, pero eso no les garantizaba nada. El mejor mediocentro actual es Busquets, y su padre fue portero. Y poco tiene que ver el estilo de Mazinho con la capacidad creativa de Thiago y Rafinha. El fútbol y la vida, siempre cogidos de la mano. Ustedes piensen lo que quieran, pero para mí la clave es el aprendizaje.