Albert Boadella
“Si el Real Madrid le metiera 6-0 al Barcelona saltaría de alegría”
Boadella no es tan fiero. Es un comediante que hizo del humor político su arma ante los abusos del poder. Salió pitando de Cataluña y tuerce el gesto ante la deriva separatista.
—La verdad es que su relación con el fútbol tiene bastante miga, ya de joven formaba parte del Frente de Liberación Futbolística. ¿De qué iba la cosa?
—Para empezar, era una formación que se encargaba de demostrar que el mundo del fútbol estaba manipulado, controlado, trucado y todo eso. Y este Frente de Liberación estaba por un deporte sano, puro y limpio. Un deporte transparente, democrático, sin apaños sombríos. Una historia divertida.
—¿Y cree ahora que el fútbol sigue en ese estado tan lamentable que denunciaban?
—No lo creo, el fútbol es un impulso popular, un gran juego, la esencia de la vida. Yo nunca he dicho que trabajo, yo juego. La gente tiene una necesidad catártica, que viene de la cultura clásica —el teatro griego, el circo romano...—, de dar salida a ciertas necesidades y emociones y el fútbol juega ese papel principal.
—Estamos de acuerdo, pero me refería a la influencia que tienen en este juego los magnates que lo controlan.
—Es verdad, no hay que estar muy puesto en este negocio para darse cuenta de que la probabilidad de vencer en el fútbol de los equipos grandes, en España el Barça y el Real Madrid, es mucho mayor que la de los conjuntos más pequeños. Prevalece el poder económico y creo que esto es muy peligroso y resta emoción al campeonato. Cuando yo era joven las distancias entre los equipos grandes eran menores, ahora está todo más desequilibrado.
—Se le ve algo distanciado del fútbol pero usted posó en el Camp Nou vestido del Barça. ¿Puro teatro?
—A ver, cuando uno está en el círculo central del Camp Nou inevitablemente siente unas sensaciones especiales. Como hombre de teatro piensas en lo que sería ese estadio totalmente lleno con las miradas puestas en ti. Ya me gustaría. Deben saltar las emociones internas de una forma apabullante. En eso pensaba cuando me presté a hacer esa sesión de fotos para una revista.
—¿Cuándo escuchaba eso de que el Barça es más que un club a qué le sonaba?
—Me parecía una frase hecha por una minoría interesada en que fuera así. En los inicios yo pensaba que el Barça no era más que un club sino un conjunto deportivo que representaba a unos aficionados, más allá de cualquier otro embravecimiento provocado por las ideas nacionalistas, por ejemplo. Y lo que al principio era una frase más o menos decorativa terminó siendo un lema verdadero. Diría que acabó en eso de una forma trágica porque creo que esa conexión política es nefasta para el deporte y para la sociedad.
—¿Cuándo comienza esa deriva total del Barça hacia el nacionalismo catalán?
—Nunca fue tan descarado como a partir de la época de Joan Laporta. Desde ese momento se utilizó al Barça como un efectivo militar.
—¿El fútbol ha dejado de estar en entredicho entre los artistas de izquierdas?
—Ahora ha cambiado la historia, pero si nos fijamos en treinta años atrás era otra cosa. En el caso del teatro el fútbol era el enemigo. Yo no podía programar el estreno de una obra el día en que se disputara un partido importante. Había una competencia que yo consideraba desleal. De aquí vino un cierto resquemor por parte del mundo del teatro hacia todo lo que tuviera que ver con el fútbol. Con el paso de los años esto se ha ido tamizando. En mi caso personal yo corté con el fútbol por el Barça. Desde el momento en que se empezaron a establecer conexiones entre el Barça y el nacionalismo catalán me fui apartando.
—Ese momento coincidió con la etapa gloriosa del Barça de Guardiola, un tipo que supo salvar su imagen, ¿qué piensa de él?
—Guardiola es un hombre inteligente, en apariencia, templado en sus maneras, civilizado, vamos, pero eso es la pátina externa. Si rascas un poco te encuentras con su verdadera cara afín a ese movimiento antiespañol. Y ahora que estamos bebiendo los vientos del populismo estoy convencido de que si mañana Guardiola se postulara como la bandera del separatismo catalán le votarían masivamente.
—¿Aprende de la riqueza gestual de los futbolistas durante un partido?
—Ahora hay una mayor teatralidad en el fútbol que hace años. Existen multitud de símbolos tribales dirigidos al público del estadio y a todos los que siguen el encuentro por la televisión. Es más expresivo y hay momentos casi de ballet. Se suceden jugadas que son pura coreografía, cuando salen bien, claro. Aquel Barça de Guardiola tenía muchas de esas cosas. Y hay que decir que como ahora se juega al fútbol no se ha jugado nunca. Estoy seguro de que el deporte, el fútbol, nos ha aportado muchas cosas a la gente del teatro. Por ejemplo, ha influido mucho en la danza para que haya evolucionado hasta el grado de perfección que tiene ahora.
—No me diga que nunca sintió la tentación de meterse en la piel de un hincha.
—He tenido esos temores, sí, porque ese es un sentimiento algo atávico que te arrastra y te domina porque forma parte de nuestros impulsos primitivos.
—¿En un Real Madrid-Barça a qué equipo animaría?
—Sin duda, al Real Madrid. Y si le pudiera meter 6-0 al Barça saltaría de alegría. Es un deseo que quizá va más allá del fútbol pero ahora lo siento así.
—Entre el asunto separatista y la prohibición de los toros, vivir en Cataluña supongo que cada vez se le iría haciendo más cuesta arriba.
—La situación era insostenible porque llegó un momento en que a mí me bloquean por completo. Me dejan sin clientela. En el año 2005 nos quedamos sin público. Pasamos de llenar un teatro a quedarnos con apenas una fila de espectadores. Es cuando decido venir a Madrid porque era un sitio en el que podía desarrollar mi trabajo.
—Sin embargo, usted fue un visionario al realizar aquel retrato grotesco de Jordi Pujol en ‘Ubu president’. Incluso se quedó corto.
—Yo diría que me han superado y eso que cuando estrenamos la obra decían que me había pasado. ¡Vaya, vaya!
—Parece que sólo era usted el que veía que en los Pujol había muchos gatos encerrados.
—Eso parece, pero como yo, creo que lo sabía mucha gente. Yo sabía lo que ocurría. Tenía amigos empresarios que habían sido chantajeados y si no pagaban el tributo que les pedían les hacían la vida imposible en sus negocios. O soltabas la pasta o estabas perdido.
—Y ahora, una vez descubierto el pastel, ¿no cree que ya no le miran con tan malos ojos en Cataluña?
—No, porque eso es muy complejo, digamos que esto se ha convertido en una especie de asunto religioso en el sentido de que es la fe, no la realidad, la que está moviendo todo. No importa que Pujol, su líder, haya cometido esas tropelías porque esto es una enfermedad crónica que el resto de los españoles tiene que aprender a soportarla y a conocerla mejor. Va a ser muy difícil porque hay dos generaciones que han sido educadas en el odio a todo lo español. Y, por ejemplo, algún día supongo que alguien hará un estudio a nivel mundial de la terrible influencia que ha tenido la cadena de televisión TV3 en todo esto, sobre la manera en la que han penetrado en la intimidad sentimental de todos los ciudadanos. Luchar contra eso es muy difícil.
—Cuando le metieron en prisión en 1977, y pendiente de un Consejo de Guerra, protagonizó una fuga sonada de la cárcel, ¿cómo fue aquello?
—Fue una fuga muy teatral, pensada como quien idea un montaje de teatro. Tuvo un elemento dramático llevado a cabo con una enorme precisión y mi mujer cumplió un papel principal. Simulé una enfermedad gracias a que mi mujer me pasó por el locutorio unas botellitas con su propia sangre con anticoagulantes y al ingerirla me provocaba vómitos, por lo que tuvieron que trasladarme al hospital de la cárcel. Al hacerme pruebas, los médicos se volvieron locos porque no detectaban ninguna dolencia interna y decidieron pasarme a psiquiatría. Entonces, me las apañé para dar confianza a los funcionarios mientras pergeñaba mi plan de fuga. Mi mujer se las ingenió para hacerme llegar una bata de médico, unas gafas, una peluca y un bigote. Y el día de la fuga, el día previsto para el Consejo de Guerra, quedamos para que hubiera un coche esperándome a la salida. Así disfrazado logré pasar ante los funcionarios, alcanzar la puerta de salida y salir pitando en el coche.
—Se debieron pillar un buen cabreo los militares.
—Sobre todo un coronel bigotudo que se carcajeaba ante mí en el hospital poco antes de fugarme —¡ja, ja, ja, a ver ahora quién se va a reír de quién, ja, ja, ja!— se regodeaba. A las cinco de la tarde, una hora muy taurina, pedí permiso para ir al baño y ya no me volvieron a ver más. Al coronel ese le debió dar un buen soponcio. Me quedé un mes en un piso que sólo conocía mi abogado y después, con documentación falsa, logré pasar a Francia.
—A las cinco de la tarde... ¿Desde cuando siente esa pasión por los toros?
—Con tres años, mi tío Ignacio me llevaba a la Monumental de Barcelona todos los jueves y todos los domingos. Había muchas corridas de toros, era la plaza más importante del mundo, más que Las Ventas. Y era la que más pagaba a los toreros. Balañá pagó a Carlos Arruza un millón de pesetas por una corrida a principios de los 50, la mayor cantidad que se había pagado hasta el momento. Los toros es un rito que se ha conservado milagrosamente en el mundo moderno.
—Un rito que empieza a estar en serio declive.
—Porque estamos en una sociedad blandengue que tiene hasta psiquiatras para los perros y en Cataluña les ha ido esta corriente como anillo al dedo. Han pretendido poner en evidencia lo que para ellos es una cultura cutre, salvaje y ellos han pasado por ser gente civilizada y han sentido que han ganado una batalla a España con la prohibición de los toros. Tiene gracia esto teniendo en cuenta la pasión taurina desaforada que había en Barcelona. La primera Semana Trágica tiene su origen en una revuelta popular debido a los malos toros que se habían corrido esa tarde en la plaza. La muchedumbre salió a la calle y se puso a quemar conventos.
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