Zaragoza
“El Zaragoza no puede volver a pertenecer a una familia o dos”
Lapetra, Iribarren, Ángel Martín González y Popovic, los cuatro pilares sobre los que se sustenta el Zaragoza actual, sacaron en AS el manual de supervivencia, cuya hoja de ruta contempla el imprescindible acuerdo con Hacienda y un ascenso en plazo razonable.
Este sí es partido para ‘alifantes’, ‘magníficos, ‘zaraguayos’ y ‘héroes de París’. El Zaragoza de las seis Copas, la Supercopa de España, la Recopa y la Copa de Ferias camina sobre el alambre en busca de una salvación incierta. En verano le devolvió la respiración perdida en el final de la era Agapito un acuerdo entre cuatro grandes familias (los Alierta, los Yarza, los Forcén y los Iribarren, que agrupan el 72% de los títulos; el 18% sigue en manos de la Fundación y el resto corresponde a 5.000 pequeños accionistas), pero en octubre se supo que se encontraba al borde de la liquidación por una deuda de 25 millones de euros con la Agencia Tributaria. Ahora atisba la luz de un acuerdo redentor en una ensalada de números: 22 millones para reducir la deuda este año y entre 7 y 9 en los próximos, 3 puntos para la zona de promoción, 10 para el ascenso directo, sólo 18 fichas profesionales, 19.800 abonados en cuarto creciente… Cifras a las que pusieron letras en AS el presidente, Cristian Lapetra, hijo del más célebre futbolista del club; Carlos Iribarren, consejero delegado, que ya se vio en estas con la conversión del club en sociedad anónima en 1992; Ángel Martín González, director deportivo, y Ranko Popovic, entrenador, condenados a hacer mucho con muy poco.
“En el 92 la deuda era de 1.249 millones y nos convertimos en SAD. Pero ahora la costa está más difícil”, advierte Iribarren, en aquellos días máximo responsable económico y hoy al frente de la reanimación de un club que llegó a alcanzar una deuda de 180 millones. Anda cerrando un acuerdo con Hacienda que ponga en marcha el motor cuyo combustible es el ascenso: “El club no puede volver a estar en manos de una o dos familias, no podemos volver al agapitismo. Y es que no puede ser de mí solo ni de nadie que pueda volverse loco”.
Y con el agua al cuello, Iribarren defiende que el fuero es antes que el huevo: “Yo soy un fan del control económico que ha implantado Tebas, aunque en este caso nos perjudique. Era antinatural que un equipo de mucho menos potencial que el tuyo le pagara a un jugador el doble que tú. El final de aquello era que no cobraban Hacienda, la Seguridad Social o el futbolista. El control trae la lógica al fútbol. También un norma que nos iguala a todos. Y acaba con la huida hacia adelante. Todos sabemos que es mejor deber 43 y ascender que deber 40 y no hacerlo, pero sólo tres pueden subir...”. Con la modificación de la Ley Concursal, el Zaragoza espera despejar el futuro, porque le abre la posibilidad de ir cancelando su deuda en función de la categoría en la que milite. “Todos sabemos que es imposible pagar nueve millones al año en Segunda”, advierte Iribarren. “Como estuve en la conversión del club en SAD estoy vacunado. Mi hijo es absolutamente contrario a que yo me haya embarcado en esto y aún así ha hecho más de diez viajes acompañando al equipo. Me angustia de verdad que llegue el día en que yo abra un periódico y no esté el Zaragoza en la clasificación”. Y después de una confesión, otra: “Sé que en esto te llevas muchos disgustos y muy pocas satisfacciones. A mí no me gusta el fútbol, me gustan los resultados. Yo no veo muchos partidos porque no los disfruto”.
Recuerda Cristian Lapetra que en aquel Zaragoza de los Magníficos, Marcelino y su padre, Carlos, percibían, respectivamente, la cuarta y la quinta fichas más altas de la Liga española. Un millón y medio de pesetas. Ahora, la LFP sólo autoriza al club a pagar en salarios 2,5 millones de euros a toda la plantilla, entrenador incluido. Nadie cobra menos de los 64.000 euros en que quedó establecido el salario mínimo para la Segunda División (en algunos clubes hay futbolistas que han firmado por menos de ese dinero previo acuerdo) y la media anda entre 90.000 y 100.000. “Las fichas en Segunda han bajado mucho, también en Primera”, explica Ángel Martín González, canterano del Madrid, exjugador, técnico y secretario técnico en Osasuna y director deportivo ahora en el Zaragoza, que hubo de armar la plantilla prácticamente desde cero con muchísimas limitaciones.
El club no puede disponer de más de 18 fichas profesionales por una sanción que le impuso la Liga el año pasado por no estar al corriente de pago. Es la tarjeta amarilla de la patronal. La roja supone el descenso de categoría y el verano pasado la vio el Murcia. También se la mostrarán al Zaragoza si no se pone al día antes de marzo. Quince de esos dieciocho jugadores llegaron el pasado verano a coste cero después de una angustiosa pretemporada preparada con mayoría de jugadores juveniles. “Casi todos vinieron en los últimos días de agosto. Ese fue un hándicap, pero también tengo que reconocer que resulta más fácil decidir sobre prácticamente todos los futbolistas que hacer descartes o tener que aceptar jugadores que no te gustan porque no puedes rescindir el contrato. También es verdad que cualquier jugador es muy receptivo a la llamada del Zaragoza por la historia del club y eso te da ventaja”.
Ahora, tras las lesiones de los veteranos Rubén y Mario (“que nos han hecho mucho daño”), busca el milagro de incorporar a dos futbolistas en el mercado de invierno. Está casi imposible. No se pueden superar los límites de fichas ni de masa salarial. Eso significa que alguien debe salir antes y que debe perdonar la parte de la ficha que le corresponde hasta junio. O esperar cesiones de futbolistas cuyo salario sea pagado por los prestamistas. “Esta es una opción si se llega a un acuerdo para la temporada siguiente, pero resultaría complicada”, explica Iribarren. Martín González apuró el verano esperando la ayuda de los grandes. Sólo el Atlético le cedió al meta Bono y al delantero Borja Bastón. El Barça, con equipo en Segunda, sólo le ofrecía futbolistas con los que no contaba Eusebio. El Madrid quería proteger el primer año de técnico de Zinedine Zidane y no estaba dispuesto a debilitar su filial.
Así que la obra magna del ascenso tendrá que acometerla el club con los 18 actuales y los jugadores del filial que les auxilian a las órdenes de Ranko Popovic, entrenador sorpresa procedente del Cerezo Osaka que sustituyó a Víctor Muñoz, destituido tras una derrota ante el Numancia, con el equipo octavo, y con el que nunca existió una sintonía personal.
“Por motivos de trabajo, yo tengo un gran contacto con gente del fútbol japonés y coreano y necesitábamos algo diferente. En realidad, esto siempre le fue bien al Zaragoza. Pasó con Beenhakker, con Boskov, con Antic... Popovic había sido capitán en muchos de los equipos en los que ha jugado y tampoco hay que olvidar que el Zaragoza está en Segunda. Si aquí hubiésemos llamado a Ancelotti, no habría venido”, se justifica Iribarren.Y Popovic, pese a la necesidad de ascender como argumento principal de supervivencia del club, tampoco se deja llevar por un discurso triunfalista: “Podemos pelear el ascenso, aunque tenemos muchos condicionantes. La plantilla es realmente corta y no tiene posibilidades de crecer. Eso hace difícil poder quitar a un futbolista e incluso reñirle, porque sabes que tendrás que ponerle en el partido siguiente. En alguna posición ni siquiera puedes decir nada porque no tienes recambio. Ha habido partidos esta temporada en que sólo tres o cuatro futbolistas han jugado en su verdadera posición”. “Atrás andamos realmente justos”, ratifica Martín González. Y Popovic retoma el angustiado discurso: “No hay jugadores en la cantera con posibilidades reales de subir ya al primer equipo, aunque a mí me gusta mucho tirar de los jóvenes. Parece que suena a excusa, pero...”.
“A la gente aún le impresiona el nombre del Zaragoza, pero tenemos que admitir que no estamos en la era del Magníficos. Y si alguien lo piensa es que no se entera. La misión de este equipo es volver a encender las luces”, insistió Popovic, sin duda muy dolido por una pancarta exhibida en el entrenamiento tras la dura derrota en Las Palmas (5-3) en la que se podía leer: ‘50 años después, los Magníficos se avergonzarían de vosotros’.
“El fútbol tiene poca paciencia. Si esto fuera una empresa, tendría ocho o diez años para ponerse en orden. Aquí a los dos meses te piden estar ganando cuando tienes que pagar 22 millones (con sólo nueve de ingresos) a final de curso”, se lamenta Iribarren.
En cualquier caso, también asoman datos esperanzadores. Está cerca el consenso político que permitirá una modernización de La Romareda, estadio muy envejecido después de 57 años (fue construido en tiempos de Cesáreo Alierta, padre de César Alierta, como presidente del club) y muy pocas reformas. La aspiración es ampliar su capacidad de 35.000 a 42.000 espectadores a muy corto plazo. Y reconquistar a la afición. Esta temporada son 19.800 los abonados, 3.000 más que en la anterior. Pero quedan lejos los 31.000 de 2004, tras el ‘galacticidio’ (aquella final de Copa que le ganó al Madrid en Montjuïc). Quizá vuelvan cuando el club recupere la salud.