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Luis Merlo

“La homosexualidad en el fútbol es un prejuicio no superado”

Para Luis Merlo la vida es teatro y actuar una pasión. Llega relajado a la Estaciones de Juan, dispuesto a reírse de sí mismo y a indignarse con las imposturas y la violencia.

“La homosexualidad en el fútbol es un prejuicio no superado”

—Confiesa usted que tiene una relación difícil con el fútbol.

—No, no es que tenga una relación difícil, lo que pasa es que vengo de una familia toda ella dedicada al teatro y tengo grabado desde muy pequeñito escuchar en mi casa los días de fútbol aquello de: “Hay partido, hoy pinchamos”. Pero también le digo que mi abuelo, Ismael Merlo, fue jugador del primer equipo del Valencia. Justo después de terminar la guerra. Era un apasionado del fútbol.

—Entonces, las siguientes generaciones Merlo fueron perdiendo afición.

—La diferencia es que mis hermanos y yo desde siempre nos formamos para ser actores. No recuerdo otra cosa. Desde jovencito te estabas preparando para actuar, trabajando el cuerpo, modulando la voz, y lo cierto es que acabas medio peleado con cualquier otra forma de vida que no sea esa.

—Desde bien pequeño era usted un artista vocacional.

—A los nueve años grabé un disco. Fue un horror. Creo que se vendieron dos. Uno lo compró mi madre. Pero sí, lo tenía clarísimo. En mi horizonte no había otra opción. Ahora pasados los años, aunque estoy muy feliz con mi profesión, reconozco que si me dieran la oportunidad es posible que contemplara otras opciones de vida.

—¿Todas alejadas del fútbol?

—No le quepa duda. Ya desde el colegio, cuando jugaba, recuerdo que mis compañeros gritaban: “¡A ese no, a ese no!” para que no me pasaran el balón. Y tenían toda la razón del mundo. Cada vez que me llegaba una pelota yo me ponía a correr hacia la portería y me dejaba el balón detrás. Mi propio equipo me regateaba para que no tocara el balón. Era un desastre. Eso sí muy voluntarioso.

—Y entonces se dedicó a jugar al béisbol. Algo un poco extravagante en el Madrid de los ochenta.

—Quizá lo hacía por eso. Necesitaba significarme de otra manera. Y en el béisbol encontré un deporte en el que estaba a gusto, se me daba bien y nos divertíamos. Vivía en Pozuelo y era un mundo aparte. Lo recuerdo como algo muy divertido. Teníamos la sensación de ser diferentes y era nuestra manera de correr y hacer mucho deporte. He sido muy fanático del deporte.

—¿Además del béisbol?

—Eso fue pasajero. Una época muy puntual que nos dio por ahí. Pero he sido un fanático total del tenis, de esquiar o de montar a caballo. Me he escapado a París para ver una final del Roland Garros, he participado en competiciones de equitación y le aseguro que esquío como una bestia. Son todos ellos deportes que me apasionan y que ahora, por mi profesión, practico menos. Comprendo por ello, perfectamente, el fanatismo del aficionado del fútbol, porque yo lo soy de otros deportes.

—Y hablando de otro tipo de fanatismo. Cuando escucha que miembros de dos aficiones se han citado a pegarse cerca de un estadio, ¿qué piensa?

—Por desgracia eso sucede en todos los países. Es algo que no tiene que ver con el fútbol sino con determinada gente y determinada ideología. Es una pena que este tipo de actuaciones pueda manchar el nombre de un deporte tan bonito y que concierta tanta ilusión entre tantísima gente. Ya le digo que no es exclusivo de aquí. Tienen el ejemplo de los hooligans ingleses. Es un fenómeno que provoca violencia utilizando como excusa la pasión que desata el fútbol. Es una pena porque el fútbol no precisa, no tiene ninguna necesidad de violencia. Al fútbol no lo puede definir una pandilla de gente violenta o maleducada.

—¿Le parece excesiva la pasión que levanta el fútbol?

—Soy muy perezoso para la pasión de cualquier forma, me parece agotadora. Pero reconozco que genera una energía extraordinaria. El problema es cuando se desboca. Me parece muy bien que se ponga límites a todo tipo de violencia.

—¿Le parece realista intentar acabar con la violencia verbal en un estadio de fútbol?

—Sé que es extraordinariamente difícil. Pero si dan con la solución, que lo cuenten a todo el mundo, porque sería maravilloso acabar con cualquier tipo de violencia y con la mala educación en el mundo. Pero luego hay otro tipo de violencia soterrada, como es la del desprecio al prójimo o la humillación.

—Sigue habiendo algunos temas tabúes en el mundo del fútbol como puede ser el asunto de la homosexualidad.

—No es exclusivo del fútbol sino de casi todos los deportes en los que un macho alfa representa al resto de machos alfas. Es inevitable y sucede en todo el mundo. Forma parte del juego y es una pena que haya gente que piense que alguien no pueda ser un gran jugador de fútbol por el hecho de tener una determinada opción sexual. Es tremendo que para querer triunfar un deportista tenga que esconder su sexualidad.

—Eso se ha superado en territorios como la interpretación.

—Afortunadamente, desde hace mucho tiempo, en mi profesión, las cosas que ocurrían fuera del teatro y del espectáculo, no importaban. Tener una opción sexual distinta o tener un pensamiento político distinto no afectaba para nada. Cada uno tiene que contar de su vida lo que quiere y lo que desea, pero eso es muy distinto a vivir escondido por miedo. Ahora que tanta gente juega a lo que yo defino como “pornografía sentimental” en los medios, yo respeto al que se desnuda como al que no; lo que sí sería muy triste es que cualquier persona con talento, sea deportivo o no, tenga que esconder otras facetas de su vida.

—Y esa normalidad, ¿cree que no ha llegado todavía al fútbol?

—Vivimos en un país mucho más liberal de lo que nos creemos, pero es cierto que en el fútbol todavía quedan algunos prejuicios que, seguramente, por pereza o miedo no se han querido superar. Desde luego futbolistas homosexuales hay y no es que los tengan escondidos o que ellos lo hagan, sino que seguramente este un aspecto que todavía no está normalizada. Y es un error porque le aseguro que la ciudadanía de este país es cojonuda capaz de entender absolutamente todo con la mayor naturalidad.

—De hecho, uno de sus papeles más célebres es el de un homosexual en la serie de televisión ‘Aquí no hay quien viva’.

—Y no se imaginaría nunca la simpatía que el personaje de ‘Mauri’ en aquella serie ha generado entre la gente. Al principio me daba cierta prevención al ser la televisión para el gran público y, sin embargo, han sido asombrosas las muestras de cariño, de aprecio, de ternura. Había mucha gente que me decía que a través de ese personaje, habían entendido muchas cosas de los homosexuales. Les aseguro que si hoy en día un grandísimo futbolista hiciera público que está enamorado o viviendo con un compañero, después de la sorpresa inicial, aquí no pasaría absolutamente nada. La gente se lo tomaría con total normalidad.

—Pero insisto, hay una fuerte resistencia.

—Porque todavía hay algún mentecato que piensa que la homosexualidad se contagia. El fútbol tiene el componente de equipo, con su capitán y su jerarquía. El que entra en ese equipo se supone que tiene que seguir a una gente muy dura que va a enfrentarse con otra gente muy dura, con una competitividad terrible y mucho pundonor de ser el que gana y no el que pierde. Entonces les da pavor dar alguna muestra de lo que pudiera significar algo de debilidad. Es como si un homosexual tuviera que serlo durante las 24 horas del día y no pudiera correr, fajarse y luchar como el que más. El problema es que como hay tanto dinero de por medio, quieren cuidar hasta el mínimo los detalles. Pero es absurdo. Puede haber un cantante, un escritor o un deportista estupendo, que luego llegue a su casa y tenga su propia sexualidad o su manera de amar que quizá sea distinta de la de otros, pero no le impide desarrollar con absoluta normalidad su profesión.

—A pesar de todo, el futbolista sí que se ha convertido en un icono de la moda.

—Seguramente tuvo mucho que ver la actitud de un tipo como David Beckham que con absoluta naturalidad conjugaba su función de futbolista como un referente para la moda, para los perfumes; el mero hecho de ser un hombre guapo no reñía para nada con ser un buen futbolista y un gran profesional como siempre demostró. Me pareció un tipo muy inteligente que se dio cuenta del poder mediático que tenía y lo aprovechó.

—¿Hay algún deportista que le llame la atención?

—Sin duda Fernando Alonso. Tengo referencias muy directas de él y es un tipo que se lo ha luchado solo desde bien pequeño, cuando se iba con su padre a los karts y nunca jamás ha perdido sus raíces. En pleno Campeonato del Mundo de Fórmula 1 es capaz de dejar a todos, a su equipo, sus entrenamientos, y largarse rápidamente porque ha quedado con su gente en Asturias para jugar un partido de fútbol. Es un tío que dice las cosas como las siente y al que la fama no le ha afectado. Me contaban que en los partidos de fútbol se cabrea cuando no le entran fuerte y le tratan con respeto y les dice: “si he venido aquí es para jugar y jugamos con todas las consecuencias”.

—¿Qué diferencia hay entre el fútbol de ahora y el de la época de su abuelo?

—Desde luego el poder mediático. Cristiano dice ahora una cosa o cuelga algo en Facebook y en China ya saben de inmediato si el futbolista se ha comprado una cazadora o ha cogido un resfriado. En la época de mi abuelo, los grandes jugadores también eran estrellas, como dioses. La diferencia es que no había un poder de comunicación tan enorme como el que tenemos ahora.

—Usted reconoce que vive rodeado de gente que le gusta el fútbol.

—¡Es que el raro soy yo! No voy a favor de la corriente en muchas cosas. No me interesa el fútbol como concepto de éxito. Entiendo que la mayor batalla la ganas frente a tí mismo. Me gusta lo que hago y la vida que llevo. Trabajar en el teatro con Carlos es estupendo y mi hermano Pedro es el mejor productor que hay en España. Hay que disfrutar de lo que tenemos. Ojalá todos pudiéramos reírnos como se ríe el público del Teatro Maravillas cuando viene a vernos. Oírles es una auténtica delicia.