Mazinho
“Ya se lo dije a Thiago y ahora a Rafinha: Mestalla tira mucho”
El restaurante Casanova de Castelldefels fue testigo del encuentro de AS con Mazinho. El ex futbolista y padre de Rafinha analiza el partido de mañana.
—¿Estará en Mestalla mañana?
—No me perdería por nada un partido así.
—¿Partido o partidazo?
—Pinta más a lo segundo.
—Valencia fue la primera ciudad española que conoció, ¿qué recuerda?
—Pues que me maravilló nada más pisarla. Había tenido un paso anterior en Europa. Después de llegar al Vasco de Gama con 16 años y de jugar para ellos un tiempo, me apareció la opción de ir a la Serie A.
—¿A Lecce?
—Estuve un año allí y al siguiente con la Fiorentina.
—¿Con quién jugó?
—Aquella temporada ya estaban hombres como Batistuta o Effenberg. Fue una bonita experiencia, aunque al final no jugaba lo que deseaba. Acabamos en mitad de la tabla y regresé a Brasil antes de que incomprensiblemente ese equipazo se fuera a la Serie B.
—¿Dónde fue usted?
—Parmalat había entrado en el Palmeiras e hizo una selección de futbolistas impresionante. Coincidimos en el mismo equipo Roberto Carlos, Zinho, Edmundo, César Sampaio… El equipo se hizo campeón.
—¿Le sirvió entonces lo aprendido en Europa?
—En Europa y en mi formación como futbolista. Mi primer balón me lo regalaron cuando tenía cinco años. Comencé a jugar a fútbol sala hasta que un periodista me vio y me recomendó. Me habló del Arrecife, que estaba cerca de casa, pero jugué para el Vasco de Gama con 16 años.
—Ve como los periodistas no somos malos.
—(Ríe). Nací en un pueblo pequeñito llamado Santa Rita y en plena adolescencia viajé hasta Río de Janeiro para hacer lo que más me gustaba. Con el tiempo, cuando fui seleccionado para el Mundial de Italia, me sentí muy afortunado. De la concentración previa y durante el campeonato aprendí mucho.
—¿Siempre jugó de medio?
—No. Comencé como hombre de banda, era lateral, aunque jugar como centrocampista siempre me gustó.
—En el Mundial de Estados Unidos se sacó la espina.
—Sí, claro. En 1990 no debuté, pero cuando ganamos a los italianos en la Copa del Mundo de 1994 todo cambió de manera radical.
—¿Por qué?
—Con el Palmeiras, como le dije, habíamos conseguido cosas importantes. Fue a partir de entonces cuando me volvieron a llamar desde Europa para jugar.
—¿El Valencia?
—Habían fichado a Parreira, el seleccionador brasileño como entrenador, y buscaban un medio para ordenar el juego del equipo. No sé porqué no funcionó su proyecto. Tenía las ideas claras y sabía lo que buscaba, pero no cuajó. Con el tiempo supe que Paco Roig y Jesús Martínez contactaron con Dunga y Mauro Silva, pero ellos ya estaban comprometidos con otros equipos, así que me llamaron, acepté y pasé dos años maravillosos en Mestalla.
—Llegó como campeón del mundo.
—Baggio, Massaro y Baresi, tres instituciones del fútbol italiano, fallaron en la tanda definitiva de la final. Cuando Baggio falló el último, Brasil entero se quitó una losa de 24 años y, al fin, nos convertimos en tetracampeones del mundo.
—¿Qué recuerda de aquello?
—Fue todo muy lento, pero muy rápido a la vez. Tengo la imagen de ver cómo iba a tirar y luego el abrazo de todos los compañeros. De eso no me olvidaré nunca.
—Bien, entonces llega a Valencia, ¿y?
—Tenía un muy buen equipo. Había llegado del Barça Zubizarreta y ya tenían a Mijatovic o Salenko, por ejemplo. ¿Sabe contra quién debute?
—No.
—Ante el Barça.
—¿En Liga?
—No, en el Trofeo Taronja. Ganamos 1-0 y la gente me aplaudió mucho. Fue una temporada realmente sensacional en la que Mestalla me enseñó muchas cosas.
—¿Cómo qué?
—Pues algo que le dije en su día a Thiago y ahora a Rafinha: es un estadio con una afición que tira y aprieta mucho.
—¿Asusta?
—Era sintomático que cuando las cosas no iban del todo bien, no era sencillo dar la pelota al compañero.
—¿Se escondían?
—No, pero Mestalla intimidaba.
—Nombraba ahora a Thiago, ¿cómo está?
—Bien, recuperándose de la lesión de rodilla. Fue una lástima la recaída, pero eso le hará más fuerte.
—El que juega bien es Rafinha...
—Poco a poco, pero sí, va creciendo en todos los sentidos.
—Qué significa tener dos hijos en la elite, ¿orgullo?
—Por supuesto, además de preocupación. Pero deje que les diga que hay una hija de la que nadie habla y que juega de maravilla al baloncesto en Vigo.
—¿Nombre de la perla?
—Thaisa Alcántara.
—Los tres con los apellido de la madre.
—Fue una buena decisión la que se tomó en ese sentido, ya que liberas de presión a todos con el pasado del padre.
—¿Piensa que ahora es más sencillo llegar a ser futbolista que en su época?
—Incomparable. Todo ha cambiado, aunque ahora la condición física manda mucho. Y si a eso le impones calidad suficiente como para poder sumar, mejor.
—¿Importan los estudios?
—El saber nunca ocupa. En mi caso, por ejemplo, quise hacer la carrera de educación física. Me preparé mucho, pero con la dinámica de partidos miércoles-domingo y los entrenamientos fue imposible.
—¿Por qué sólo jugó dos años en Valencia?
—Buena pregunta. Luis Aragonés me dijo en la cara que no contaba conmigo, así que cuando manejaba varias ofertas, me llamó Horacio Gómez, entonces presidente del Celta, cerramos el acuerdo y descubrí un lugar maravilloso.
—¿Cómo fue eso con Aragonés?
—La primera noticia vino de parte de un periodista. Me avisó de las intenciones del entrenador, hablé con él y me explicó su idea.
—¿Lo entendió?
—Forma parte del fútbol y lo encajé. Me hizo jugar mucho esa temporada, pero también es verdad que el primer cambio de Aragonés era Mazinho.
—¿Volvió a hablar alguna vez de ello con él?
—No, nunca más, pero eso no quita que me alegrase mucho de los triunfos que consiguió como seleccionador nacional.
—Con el Valencia jugó una final de Copa.
—Si, una de las más famosas. Se suspendió por la lluvia y una granizada increíble. La ganó el Deportivo y fue una pena. La afición se mojó por el bien del equipo, que peleó, pero al final no pudimos.
—¿Y en Vigo? ¿Cómo le fue?
—Nos lo pasamos realmente muy bien. Jugar con Mostovoi, Gustavo López, Karpin, Berges, Penev y todos. Conseguimos cosas importantes, pero sobre todo, hicimos feliz a la familia celeste.
—Luego vino el Elche.
—Sí, una temporada antes de regresar a Brasil, pero siempre supe que en Vigo echaría raíces.
—Hasta el punto que hizo familia y sus hijos comenzaron a jugar allí.
—Pero no en el Celta, ¿eh? Lo hicieron en el Eureka, equipo trampolín antes de llegar al Barça.
—¿Quién avisó al Barça de las habilidades de Thiago?
—Lorenzo Lemos, el que fuera portero del Barça a finales de los 80. Antes que el Barça nos habían llamado otros clubes, entre ellos el Valencia.
—¿Y por qué no fueron allí?
—Se quedaban al jugador en una residencia y yo quería estar cerca de él, pero no ayudaban con la vivienda. Así que cuando salió lo del Barça lo valoramos todo y nos instalamos allí.
—¿Solos?
—Con nosotros siempre venía Rodrigo, ahora en el Valencia. Podría ser como mi hijo. Él se crió con Thiago y Rafinha, aunque más allá del fútbol base, nunca jugaron juntos.
—¿Por qué?
—Rodrigo hizo las pruebas en el Barcelona, pero no lo aceptaron por problemas físicos. Fue entonces cuando lo fichó el Celta y de ahí pasó a la cantera del Madrid.
—Menudo futbolista ha salido...
—Poco me explicarán de él. Lo conozco muchísimo. Con su padre Adalberto somos inseparables desde que nos enfrentamos muchas veces en Brasil, aunque hubo una época que ellos defendían al Madrid y nosotros, al Barça.