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REAL MADRID 3 - BARCELONA 1

El Madrid acompleja al Barça

Se sobrepuso al gol inicial de Neymar. Empató Cristiano de penalti y luego llegó el festival blanco, con dos tantos más, de Pepe y de Benzema, la figura del partido.
Real Madrid-Barcelona: El Clásico en directo

Pepe marcó el segundo gol del Madrid.
Pepe marcó el segundo gol del Madrid.Denis DoyleGetty Images
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Huyan del tópico. Esta vez la victoria no sólo vale tres puntos, que también. Después de ganar al Barcelona, el Real Madrid deja en un mínimo punto la diferencia que llegó a ser de seis. Pero hay más. El triunfo, cerca de la goleada, significa también una prevalencia futbolística, la confirmación de una superioridad que ya no es sólo física, sino estética y hasta filosófica. Lo moderno es lo que hace el Madrid, lo vanguardista es encontrar el equilibrio entre la fortaleza y la técnica, lo difícil es ajustar cada jugador hasta lograr el ajuste colectivo. Eso ha logrado Ancelotti: Isco araña, James corre maratones y a Benzema le hierve la sangre.

Pero ordenemos el relato. La primera sorpresa fue la titularidad de Luis Suárez Fuimos tan incautos que pensamos que el Barça se guardaría el abrigo de pieles el primer día de frío. La siguiente conmoción fue el efecto de intimidación que causó su alineación junto a Messi y Neymar. Inesperadamente, la defensa del Real Madrid se retrasó unos metros, los suficientes para dar sentido al plan del Barcelona. Con el campo más largo, el Madrid no llegó a la presión y sin presión Xavi volvió a tener 20 años. Iniesta también se quitó hojas del calendario y Busquets achaques de encima. Así es. El Barcelona del futuro reeditó en 2014 (180 millones de euros después) el mediocampo de los grandes éxitos, de los viejos éxitos. El resultado es que durante media hora asistimos a un Clásico de años atrás, controlado por el Barça, dominado por su superioridad técnica en el centro del campo, por aquella música hipnótica que hacía bailar a las serpientes.

El gol de Neymar no fue una consecuencia de cuanto expongo, sino un anticipo. El brasileño marcó a los tres minutos de juego después de recorrer la frontal y después de librarse, demasiado fácil, de la vigilancia de Carvajal y Pepe. Su derechazo fue impecable, también hay que señalarlo.

El último asombro es que Benzema se reservó el derecho de réplica. Primero con un remate mal dirigido y luego con dos palos en cinco segundos: balón peinado y fusilamiento sin precisión. No tardamos en comprobar que el francés era el único madridista sobre el campo (y fuera) que no estaba groggy. Son las ventajas de sintonizar una frecuencia distinta al mundo convencional, de llevar otros sombreros. Mientras Karim se vestía de superhéroe, el resto del equipo todavía era incapaz de recordar su nombre y dos apellidos.

Los minutos que siguieron fueron los del Barcelona, minutos golosos, casi pornográficos, de gozar con el miedo ajeno. Tras la virtud llegó el pecado: el Barça prefirió recrearse antes que sentenciar. Retrasó el disparo mortal como esos malos de película que nunca terminan de rematar al bueno, y le cuentan su proyecto diabólico, y le dejan explicarse, y le invitan a un whisky, y dan tiempo a los refuerzos. La madre de todas las claves se reveló en el minuto 21, cuando Messi falló lo que nunca falla y Casillas tocó lo que antes siempre tocaba, remate a bocajarro despejado por el santo. Tampoco podemos despreciar la intervención invisible de Zarra, que tendrá una semana más su récord a buen recaudo.

Acto seguido, Piqué completó la salvación del Madrid. El central cometió un penalti que descubrió algunas incapacidades graves: fue incapaz de evitar la caída y de encoger el brazo, de mantener la autoridad sobre su imponente 1’92. No es cuestión de altura. Llega un momento, camino de los 30, en que los cuerpos ya no lo resisten todo. Quien lo probó lo sabe.

Cristiano transformó la pena (16 goles en los primeros nueve partidos de Liga) y el Madrid se sintió como si acabara de recibir el indulto del gobernador. Decidió que tenía la ocasión de empezar una vida nueva y comenzó a vivirla. Para el Barça fue justo lo contrario, el tormento de las ocasiones perdidas.

Cuando se dio inicio a la segunda parte, el equipo de Ancelotti ya corría cuesta abajo. Y no sólo era una cuestión de ánimo. Sabemos que la fortaleza física del Madrid le da ventaja según pasan los minutos y los 45 primeros equivalían a dos horas de pista americana.

Pepe no tardó en adelantar a su equipo. Lo hizo con un cabezazo espléndido, propulsado con un giro de la cintura al cuello. A su alrededor, un sinfín de bloqueos nos recordaban que los saques de esquina cada vez son parecidos al corte de UCLA. En la celebración del gol, Pepe estuvo a punto de masticar el escudo y se entiende su alegría caníbal, porque ha sido en los Clásicos donde ha perdido parte de su honorabilidad.

El Barcelona comenzó a extinguirse. La fantástica irrupción de Luis Suárez no fue suficiente para mantenerlo con vida. Por cierto. Quienes acusan al uruguayo de sobrepeso hace años que no se miran al espejo. Alguien ha confundido kilos con quilates. No se puede dudar jamás de los futbolistas extraordinarios y él pertenece a esa categoría. También Neymar, aunque todavía tiene que confirmar alternativa en el Bernabéu.

La sustitución de Xavi, al borde de la hora de juego, señala la línea de resistencia del Barça, al menos bajo su antiguo modelo. A partir de entonces, el derrumbe fue estruendoso. Rakitic entró para botar un córner y no hizo más que cortar el cable equivocado.

La continuación de esa jugada destrozó al Barcelona. James despejó el peligro desde la frontal e Isco porfió por la pelota a la altura del mediocampo. Nadie creyó que tuviera opciones de llevarse el balón, porque tanto Iniesta como Mascherano corrían con ventaja. Sin embargo, les birló la cartera y propició el tercer gol: Cristiano, James (60 metros más adelante) y por fin Benzema. El Bernabéu alcanzó el éxtasis. Por aniquilar al Barça, por tener razón con Isco, por el regreso oportuno de Benzema, por el olor a Undécima, por Zarra. Por tantas cosas.

Benzema se exhibió como nunca y el Madrid pudo marcar más goles, pero ya no hicieron falta. No era necesario clavar más puñales al Barcelona para detectar su debilidad, para constatar la distancia que todavía le separa de su eterno enemigo, a pesar de Suárez, Messi y Neymar. Es lógico, si lo piensan, tenía que ser así, reinventarse lleva más tiempo, el mismo que ha necesitado el Madrid para sobreponerse al complejo y proclamarse campeón de Europa, rey del fútbol mundial a día de hoy. Cuatrocientos millones de espectadores lo vieron.

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