Si hay una persona indicada para ilustrar el Córdoba-Espanyol de este domingo, el primer enfrentamiento entre ambos en Primera después de 43 temporadas, ése es Manolín Cuesta (Córdoba, 26-02-1950). Se formó en el club andaluz, con el que llegó a ascender a la máxima categoría, es su máximo goleador histórico (95 goles), jugó el último precedente hasta hoy (e incluso marcó un gol) y, dos años después, firmó por el Espanyol, con el que escribió algunas de las páginas más destacadas de los 70. Fueron los dos únicos equipos de su vida profesional.
Pero, sobre todo, de Manolín se podría subrayar que es un romántico del fútbol. Así lo pone en evidencia la historia de su traspaso del Arcángel a Sarrià, que estuvo a punto de frustrar por amor a unos colores. “Firmé por el Espanyol el 26 de marzo de 1974”, recuerda para AS, con una exactitud prodigiosa. Y prosigue: “Una de las cláusulas del contrato dejaba muy claro que desde ese momento ya no podía jugar más con el Córdoba, para evitar una lesión”. Quedaban diez jornadas y su equipo, que militaba en Segunda A, empezó a bajar posiciones, hasta que se metió en el pozo de la promoción de descenso. “Y entonces decidí arriesgar mi fichaje para evitar que el Córdoba bajase a Tercera. Jugué la promoción ante el Almería, marqué los tres goles de la ida (3-1) y en la vuelta, volví a anotar cuando perdíamos 3-0. Acabamos 3-2 y nos salvamos... Y, por suerte, no me lesioné”, exclama, aliviado. El Espanyol pagó por él 12 millones de pesetas más el pase de Rivero, al que tenía cedido en el Sant Andreu. La operación salió redonda, para él y para los pericos.
El Espanyol le disfrutó durante seis temporadas, de 1974 a 1980. “Llegué de la mano de Santamaría y enseguida me convertí en titular indiscutible, excepto en el último año. Durante aquella etapa fui a la Selección y llegamos a cuartos de la UEFA (en el curso 1976-77, en que les apeó el Feyenoord)”, explica. “Estar en el Espanyol fue inolvidable, me dieron un trato magnífico y aún mantengo el contacto con compañeros de la época, como Marañón, Caszely o el ‘mañito’ (Fernando Molinos)... Tanto me arraigué a aquella tierra que mi hijo mayor, aunque ya nació en Córdoba, se llama Manel”. Los derbis. Aunque, si por algo se recuerda a aquel extremo goleador (28 tantos como perico), fue por ser el escudero de Dani Solsona (“siempre le cubría la espalda, recuperaba balones, éramos complementarios”) y por los derbis. Ya en el Córdoba, le quitó una Liga al Barça, siendo objeto de un penalti que se convirtió en el
1-0 definitivo. Y, en el Espanyol, protagonizó con dos tantos un épico 5-2 en Sarrià, el 24 de noviembre de 1974. “Era mi primer año y vi el campo lleno, la gente enloquecida, pero no entendía tantísima euforia. Entonces no conocía esa máxima rivalidad y aluciné, aunque pronto la hice mía”, admite.
Este domingo por la noche verá a un Espanyol que “este año no va a pasar apuros, tienen potencial sobre todo ofensivo para estar de mitad de tabla hacia arriba”, y a un Córdoba “al que le cuesta horrores marcar, aunque su fuerte es el balón parado. Su problema es que jugaron muy bien ante el Madrid y ahí se creyeron que se iban a salvar fácil...”. Lo dice el penúltimo romántico.