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El serial de portero costarricense

Keylor Navas (I): Una imagen que le marcó para toda la vida

No tuvo una infancia fácil. Sus padres se separaron con cinco años. Sus abuelos le inculcaron la fe por Dios. Un técnico del Pedregoso le reclutó para el club de su barrio.

Keylor Navas (I): Una imagen que le marcó para toda la vida

Si es verdad que la vida se te pasa entera por delante antes de morir, cuando le llegue la hora a Keylor Navas tiene un buen documental de archivos por visionar. Desde luego, que hay una imagen que seguro no deja de aparecer. Es aquella que vio cuando él tan solo tenía cinco años. La de un chico, unos siete años mayor que él, hacer una estirada en uno de los partidos que habitualmente solía ver en el campo del equipo de su barrio. Allí acudía con su padre y nada más volver de aquel partido le dijo: “Papá, hazme un tiro”. Disparó el bueno de Freddy y atajó su primer balón el pequeño Keylor. “Yo quiero ser portero papá, como el chico del partido de esta tarde”. Y desde ese momento en que se le metió aquello en la cabeza no ha cesado ni un segundo en su empeño de cumplir sus sueños. Y es el que sueño de un niño es lo más grande y si se lleva a cabo con convicción y fe difícilmente alguien lo pueda impedir.

No fue una infancia fácil la de Keylor. Sus padres se separaron cuando él rondaba los cinco años, teniéndose que quedar él en su Pérez de Celedón natal con sus abuelos. Ellos, precisamente, fueron los que más le inculcaron esa religiosidad y amor por Dios que hoy abandera su vida. Esta barriada del sureste de Costa Rica vio crecer a Navas y disfrutó de sus primeros pasos con la pelota en las manos. Y en los pies. Porque en las pachangas con los amigos le gustaba también hacer las veces de delantero. Pero donde él se manejaba a su antojo era bajo los palos. Por toda la ciudad era sabido que había un crío cuyas paradas y vuelos de palo a palo debían valorarse como tal. Así llegó un técnico del Pedregoso, su primer equipo, el de su barrio, que lo reclutó. Éste fue quien le tuvo que comprar los primeros guantes y botas ya que en casa de Keylor la situación económica era delicada. Y éste también fue el que marchaba a por él los días de partido para ahorrarle los diez kilómetros que cada día tenía que recorrer para acudir a los entrenamientos.

Proyección. Su meteórica escalada era de esperar. Pero cuando lo llevaron al Pérez Celedón, club de Primera División de su ciudad (hoy el estadio lleva su nombre), lo ignoraron aduciendo que no tenía calidad y que era muy pequeño y delgado. Terminó en la escuela de San Isidro de El General, en la misma ciudad y los ojeadores del Saprissa, club más laureado del país, se fijaron en él jugando un torneo en el que les amargó la existencia. A los 14 años, dejó la zona rural y partió a la capital San José para probar suerte con estos y allí se consagró como el mejor portero nacional.

Fue el 6 de noviembre del 2005 cuando por debutó en Primera División, tras unos primeros años esperando la oportunidad desde el banquillo. Acababa de cumplir los 19 años y desde entonces nadie pudo arrebatarle la titularidad. Ocho temporadas defendió al Saprissa: seis campeonatos nacionales y una Concacaf a su palmarés.

Mucho antes de su debut en Primera, llegó a la selecciones menores e incluso fue al Mundial Sub-17 de Finlandia en 2003, pero no jugó. En 2006 fue a Suiza ya con la selección mayor, pero tampoco vio minutos y no pudo debutar hasta el 2008 ante Surinam. Fue en la Tri donde hizo una tremenda amistad con el mítico Luis Gabelo Conejo, que fue su gran valedor para que terminara dando el salto a Europa, al Albacete. Un capítulo que repasaremos mañana en AS.